De un mito histórico: Fernández Morán
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 07 de Abril de 2025 02:00

altCiertamente, Humberto Fernández Morán fue un reconocido científico venezolano del que siempre escuchamos,

sobre todo desde la lejana infancia como inventor del bisturí de diamantes y también una víctima injustísima de la democracia venezolana o del puntofijismo para una mayor precisión.  El prestigioso médico que gozó de bien ganados reconocimientos internacionales, ha sido utilizado políticamente a través de ciertos ciclos de sospechosa promoción, partiendo de la caída misma de Marcos Pérez Jiménez.

Nadie negó nunca sus credenciales académicas y la valía de su trayectoria como investigador, pero que, sepamos, él mismo confundió sus roles al comprometerse en términos ideológicos y políticos directamente con el dictador. En las postrimerías mismas de la dictadura, nada más y nada menos, aceptó ocupar el ministerio de Educación en reemplazo del general Néstor Prato.

Derrocado el régimen de fuerza que recién había incurrido en un masivo fraude plebiscitario, no podía esperar algo distinto al rechazo de las multitudes y, aunque alegase que apenas estuvo días al frente del despacho, lo cierto es que se identificó y convirtió en un altísimo funcionario con las responsabilidades consiguientes.  Vale decir, confundiendo sus roles, el del científico con el político, resulta imposible que evada – precisamente – esas responsabilidades so pretexto de la ciencia.

Que sepamos, jamás fue fieramente perseguido y, al reseñarlo Wikipedia, suponemos que hay datos incontrovertidos, consensuados y consolidados, como aquel de haber sido ponente en Maracaibo, por 1979, en el I Congreso Venezolano y Latinoamericano de Neurociencias. E, imaginamos, que la democracia supo distinguir entre el político y el científico al crear el IVIC el Centro de Biología Estructural  con su nombre, en 1998, otro ejemplo.

Hubo ministros del dictador que se fueron de sus oficinas a la casa, sin la menor molestia, como Óscar Mazzei Carta, figura de mucha confianza en el régimen depuesto, según el mismo lo confesó en una entrevista de prensa.  E, incluso, un insigne penalista como Tulio Chiossone, se quejaba de su expulsión de la Corte Suprema de Justicia como magistrado, sin que hiciera de eso una alharaca, mientras que otros permanecieron en el máximo tribunal.

Podrá quizá decirse, una cuestión de suerte  para unos, como no les ocurrió a otros. Es en 1970 o 1971 que se les permite regresar al país a L.F. Llovera Páez y a Laureano Vallenilla Planchart, quienes evitaron en más de diez años ajustar cuentas con la justicia, beneficiarios de sendas medidas humanitarias al culminar sus vidas en territorio nacional.

Valga esta nota complementaria a la que ha suscrito el profesor William Anseume, el único que ha llamado la atención en el patio sobre el excesivo reconocimiento a Fernández Morán, victmizándolo, a quien consideramos un mito construido desde los años sesenta del veinte para reforzar el nada inocente del que se conoció como perejimenismo. Tampoco es casualidad que la Universidad Central haya sido el lugar para estrenar semanas atrás una película que absuelve a Pérez Jiménez, aunque quedó definitivamente firme la sentencia que lo condenó por 1968.

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