Juana Andrea, la esposa del Negro Primero: una historia sin tumba ni medallas |
Escrito por Luis Perozo Padua | X: @LuisPerozoPadua |
Viernes, 27 de Junio de 2025 00:00 |
hubo mujeres que quedaron solas, en el olvido, fuera de los honores y los discursos. Una de ellas fue Juana Andrea Solórzano, esposa de Pedro José Camejo, el teniente llanero cuya figura ha sido inmortalizada bajo el nombre de “el Negro Primero”. Pero Juana nunca lo llamó así. En los papeles que sobreviven en el Archivo General de la Nación, lo nombra como “Pedro José Camejo, alias el primero”, con una ternura sin pompa, con la sobriedad de quien escribe no para la Historia, sino para pedir auxilio. Una ley tardía, una solicitud urgente El 27 de mayo de 1845, 24 años después de la muerte de Camejo en Carabobo, se promulgó una ley que permitía a los deudos de los soldados caídos en la Guerra de Independencia solicitar pensiones de subsistencia, conocidas como Montepío Militar. Juana Andrea vivía en absoluta pobreza, sin propiedades ni apoyo alguno, viuda de un hombre cuyo sacrificio la historia había convertido en símbolo… pero no en sustento. El propio general José Antonio Páez —quien conocía de cerca el temple de Camejo— no pudo atestiguar el lugar donde se hallaban sus restos, pues según dejó escrito en sus memorias, supo de la muerte del teniente llanero solo al concluir la batalla, cuando fue informado de que había caído en la primera carga de caballería, alcanzado por el fuego realista. Pedro Camejo antes de la patria Antes de convertirse en un símbolo de bravura y lealtad patriótica, Pedro Camejo fue esclavo. Había nacido en San Juan de Payara, en los llanos de Apure, circa 1790, bajo la propiedad de Vicente Alonzo, un realista convencido. Durante sus primeros años, Camejo fue obligado a luchar en el bando español, experiencia que lo marcó y le mostró las contradicciones del sistema colonial. Era un hombre fuerte, alto para su época, diestro en la lanza y con una inteligencia práctica que contrastaba con su origen servil. En los llanos se le temía y respetaba por igual. Su paso al ejército republicano no fue inmediato. Después de la acción de Araure, decepcionado por el saqueo y el sinsentido de la guerra, se refugió en Apure, escondiéndose en los hatos y sabanas hasta que, convencido por sus antiguos compañeros, decidió incorporarse a las tropas de Páez. No solo cambió de uniforme: renunció al pasado impuesto para abrazar una causa que pronto haría suya con fanatismo conmovedor. Los papeles comidos por los insectos Los libros parroquiales de San Juan de Payara, donde habían contraído matrimonio, estaban destruidos por los insectos, y no había registro alguno que acreditara su unión ante la Iglesia. Fue entonces cuando el cura Julián de Santos, de San Fernando de Apure, intervino. El sacerdote expidió un testimonio jurado certificando que Pedro Camejo y Juana Andrea habían estado casados legítimamente, en una ceremonia sencilla, como tantas celebradas en los llanos durante la guerra. La causa encontró respaldo también en el testimonio de dos antiguos soldados del Ejército Libertador: Juan Antonio Mirabal y Miguel Páez, quienes declararon que Pedro Camejo había alcanzado el grado de Teniente de Caballería, y que efectivamente murió en combate durante la Batalla de Carabobo, “peleando contra los enemigos de la libertad”. La carta de Páez La prueba más valiosa en el expediente de Juana Andrea fue una certificación escrita de puño y letra por el general Páez, en la cual reconocía los méritos de Pedro Camejo y su papel valiente en las filas republicanas. En su Autobiografía, Páez le dedica varias páginas llenas de afecto, memoria y detalles que desbordan humanidad: «Los oficiales de mi estado mayor que murieron en esta memorable acción (la Batalla de Carabobo celebrada el 24 de junio de 1821) fueron: Coronel Ignacio Meleán, Manuel Arráiz, herido mortalmente; capitán Juan Bruno, teniente Pedro Camejo (a) el Negro Primero, teniente José María Olivera, y teniente Nicolás Arias». Páez recoge también, con entrañable humor y respeto, una célebre anécdota entre Camejo y Simón Bolívar, quien al conocer que había servido antes en el ejército realista, le preguntó: –¿Pero ¿qué le movió a V. a servir en las filas de nuestros enemigos? Diez pesos para la viuda Finalmente, en 1846 —un año después de haber iniciado su trámite— Juana Andrea Solórzano recibió la aprobación de su solicitud. El Estado venezolano le asignó un modesto auxilio mensual: diez pesos. No sabemos cuántos años más vivió ni si alguna vez volvió a ver los campos de Carabobo. No sabemos si alguna vez le hicieron un homenaje. Pero su rastro documental se apaga después de esa pensión, como si el deber de la nación con ella hubiese terminado con esa firma. El rostro de los que esperan La historia de Juana Andrea no es solo la historia de una viuda. Es la de una mujer invisible en medio de la gesta, de tantas otras que cosieron, esperaron, lloraron y sobrevivieron sin recibir gloria ni gratitud. Su figura representa lo que ocurre después del heroísmo: la espera, la ausencia, la pobreza, y esa forma silenciosa de amor que escribe cartas sin saber si alguien al otro lado las va a leer. Hoy, al recordar a Pedro Camejo en estatuas y monedas, vale la pena recordar también a Juana, quien, sin poseer tumba ni papeles, construyó memoria con dignidad y palabras. Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla @LuisPerozoPadua |
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