El Diablo en Los Ángeles
Escrito por Trino Márquez C. | X: @trinomarquezc   
Jueves, 12 de Junio de 2025 00:00

altDonald Trump está utilizando las protestas en Los Ángeles para mostrar las armas de su arsenal antidemocrático.

Unos disturbios que pudieron haber sido manejados y controlados por las autoridades locales –el gobernador de California, Gavin Newson, y la alcaldesa de Los Ángeles,  Kerem Bass, ambos del Partido Demócrata, junto con la policía del Estado y de la municipalidad-,  se han convertido en la excusa para que Trump –pasando por encima de las autoridades regionales-  movilice a la Guardia Nacional y emplace al menos 700 marines para sofocar los disturbios provocados por esos ‘animales’, como se refiere a los manifestantes que han salido a las calles de la ciudad a oponerse a las arbitrariedades y al clima de terror impuesto por el Gobierno Federal a través de los Servicios de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés). 

Trump califica de ‘incompetentes’ al Gobernador y a la Alcaldesa porque no salieron a aplicar la fuerza bruta contra quienes se enfrentan a las medidas adoptadas por su Administración. Es el estilo que se encuentra en la raíz de su método de gobernar: la intimidación, la amenaza, la represión y la radicalización. El enfrentamiento desbocado con el Partido Demócrata y su aspiración de levantar un gobierno centralista basado en la Casa Blanca, lo llevan a marginar a los gobernadores y alcaldes electos a través del voto popular, al igual que él. Su actuación en Los Ángeles forma parte del patrón autoritario que viene aplicando desde que asumió la Presidencia. 

Una de las claves de un Estado federado reside en el diálogo y la negociación fundados en el reconocimiento de las atribuciones y las áreas de competencia de cada nivel territorial del Gobierno. En el caso de California, Trump atropelló las facultades del Gobernador y la Alcaldesa. Ambos funcionarios señalaron que no era necesaria la intervención de la Guardia Nacional y aún menos de los marines porque la presencia de esos cuerpos no haría más que encender los ánimos, ya caldeados, de la población. Esos argumentos no fueron escuchados. Trump señaló que se trata de una ‘invasión extranjera’, pues los manifestantes han enarbolado banderas de otros países, a pesar de que quienes se han enfrentado con los cuerpos de seguridad son fundamentalmente jóvenes que utilizan piedras, botellas y otros objetos contundentes para expresar su rechazo al Gobierno central. Trump, incluso, ha dicho que podría invocar la Ley de Insurrección, norma que data de 1807, para castigar a los insurrectos (siente especial preferencia por instrumentos jurídicos que tienen más de dos siglos de haber sido aprobados).

Aparte de las escaramuzas en las vías públicas, Trump ha abierto un nuevo e insólito frente de batalla: su guerra particular con el gobernador Newson, a quien además de insultar ha amenazado con llevarlo a la cárcel por oponerse a las órdenes provenientes de Washington. El mandatario regional ha ripostado que demandará al Presidente ante la Corte Suprema de Justicia por haberse excedido en sus atribuciones y haber invadido el área bajo su jurisdicción. Todo un entresijo de abusos que reflejan el espíritu caprichoso y despótico de Trump. 

Lo que está sucediendo en Los Ángeles ha sido analizado por numerosos intelectuales, entre ellos dos con tanto prestigio como Anne Applebaum y Thymothy W. Ryback, experto en historia del nazismo. En la revista The Atlantic, ambas figuras coinciden en alertar acerca de cómo Trump utiliza esas revueltas –en las cuales sin duda se ha desbordado la violencia, en gran parte provocada por la desmedida actuación de los cuerpos policiales- para intentar imponer su proyecto personalista y centralista. Ryback encuentra similitudes entre la actuación de Trump y algunos eventos promovidos por Hitler para justificar la destrucción de la democracia alemana e imponer el Estado totalitario. Pareciera una exageración. Pero, la persistencia de la conducta autoritaria de Trump en diversos planos de su accionar como primer mandatario y la conexión que mantiene con los sectores más radicalizados de la nación, deben levantar todas las banderas rojas. Un ejemplo preocupante fue su reciente intervención cargada de insultos contra sus adversarios, frente a la tropa en Fort Bragg. Los procesos históricos no se repiten de igual manera, pero sí de forma parecida.

Uno de los aspectos más lamentables de todo este espectáculo es que la actuación de Trump no contribuye a resolver el drama de la inmigración ilegal en Estados Unidos, ni las relaciones con los gobiernos regionales. Al contrario, agrava la crisis porque introduce nuevas aristas vinculadas con los factores internos de poder. Trump va quedándose solo con el soporte político e ideológico que le proporcionan los supremacistas, los racistas y todos esos grupos extremistas enemigos de la convivencia pacífica, la inclusión y la democracia. 

La presencia del Diablo en Los Ángeles no hace más que aumentar el malestar en California, Estado que necesita la mano de obra extranjera, por un lado, y por el otro, controlar y legalizar a los inmigrantes. 
    
    


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