De los kioscos en expansión
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 20 de Mayo de 2024 00:00

altNos refieren que los kioscos son de vieja data en nuestras principalísimas ciudades, probablemente hechos de inocente madera.

Se suponen de una estructura ligera y provisoria en la medida que no afecte el tránsito peatonal, aunque en la prensa de los sesenta del veinte ya se hablaba de los problemas ocasionados por una proliferación de ilegales unidades de hojalata.

Problema que adquirió toda su profundidad con los años, exponente de una demencial multiplicación, reveló las otras fronteras de la corrupción de la administración pública local. Ciertamente, no reportamos novedad alguna en la presente centuria, pero si tomamos nota de su agudización: simplemente, nos acostumbramos.

Desde muy antes de la pandemia, solemos olvidarlo, la escasez, inflación y, diríamos, la desaparición forzosa de la moneda nacional, liquidó el negocio de los kioscos, agregándole la consabida negación del papel periódico, el otro paso de la represión y de la (auto)censura.  Todo esto, obligó al cierre, pero jamás a la desaparición de los kioscos ya de una literal e increíble estructura de acero que lo convierte en todo un inmueble, eléctrica y hasta telefónicamente servido y de buen aire acondicionado.

La urbe quedó infestada del atípico inmueble trastocado en una curiosidad jurídica: por ejemplo, en sí mismo, no genera efecto tributario alguno, como el llamado derecho de frente, pero es una pieza de una modesta escala que funciona como un local comercial, oficina, depósito, artesanía y, a veces, dormitorio, semejante a las edificaciones hechas de bloques y cemento con bases de adecuada profundidad, añadidas sus consecuencias fiscales. Un simple vistazo revela en cualesquier metrópoli el cierre de la mayoría de estos “locales de campamento”, permitiendo  la operación y expansión de otros en un implacable proeso darwiniano.

La citada crisis económica y financiera, cambiaria y monetaria, impactó poderosamente al ramo que todavía se le considera integrado al sector informal, a nuestro juicio, por error. Es cierto que el pago electrónico salvó extraordinariamente a los kioscos de su definitiva destrucción, pero también que un creciente porcentaje – nos dicen – exponen importantísimos volúmenes de transacción, e, incluso, dependiendo de la ubicación, despunta en el tráfico inmobiliario.

Ha sido tan grande el exceso de la construcción y estabilización de los kioscos ilegales que no todos exhiben un aceptable desempeño, entre otras razones, porque ofrecen la misma mercancía y servicios, aunque los hay más atrevidos e innovadores con absoluta independencia de las ordenanzas de zonificación, frecuentemente olvidadas por las autoridades municipales. Por lo demás, tienden a desarrollar una importante carga parafiscal y el oportuno contacto con la alcaldía o la policía, con el pago del “refresco para los muchachos”, hace la diferencia.

Hubo y hay kioscos indispensables; por ejemplo, en los sectores más apartados de la urbe, o que no tienen siquiera a la mano una casa de abastos o bodega. Empero, áreas anteriormente aisladas y, ahora, con el comercio formal de bienes y servicios muy cercano, sufre innecesariamente un kiosco atravesado en el paisaje.

En las barriadas y urbanizaciones, como zonas aledañas, experimentan otro fenómeno al lado de los kioscos fracasados y cerrados: los exitosos y de imparable expansión. Constantemente reconvertidos, van tomando mayores espacios públicos, impediendo el libre y desahogado tránsito ciudadano, tal como ocurre con las motocicletas que los invaden para estacionarse desinhibidamente, o esas grandes casetas de hojalata que sirven como farmacia o puesto policial.

En todos los puntos cardinales de la ciudad capital, es fácil observar la inaudita apropiación y privatización de sus espacios con el tiempo. A modo de ilustración, en una amplia y muy circulada esquina caraqueña, surgió un pequeño kiosco rectangular como una suerte de isla que exponía sus flores ordenadamente; al pasar los años, ocuparon un espacio vecino con fondo después complementado con la invasión del flanco opuesto que estaba “disponible”, extendida sus mercancías  y, una u otra estructura complementaria de acero y rejas, eventualmente hoy ofertan otros productos o están cerradas en espera de un mejor postor.

Otro caso de ensanchamiento, es el kiosco trastocado en un minicentro comercial, ubicado en una esquina: su escaso metraje resulta engañoso, porque se prolonga, en un extremo, al abrir sus puertas de acero, mientras que, en el otro,  ocurre lo mismo, parecido a un área de depósito al que se le añade un antiguo cesto metálico para sus desechos. Tiene varias características que preocupan: está ubicado en la esquina de una avenida principal, dejando muy poco margen a su derecha e izquierda para el tránsito de las personas que suele ser muy alto; como si no bastara el techo que es más ancho que el propio kiosco, instalado recientemente, oferta sus precios con carteles pegados a sendas gaveras de refrescos que necesita que vean los conductores de toda clase de vehículos que atienden inmediatamente; ofrecen empanadas y toda suerte de frituras, como de bebidas, convierte la acera en un estacionamiento, entorpecida la entrada y tranquilidad de los residentes del edificio al que estorban; desde las cinco y tantas de la mañana, la apertura del particularísimo local y la atención de su variada clientela, le quita el sueño a los vecinos; y, si de algo está lleno el sector, es de vendedores formales e informales de empanadas y otras frituras, mejor y prudentemente colocados. Nos comentan, las personas afectadas ya no encuentran diligencia que hacer para evitar tanto abuso.

No somos enemigos del kiosco citadino, pero es necesario alcanzar un orden en la materia al afectar fundamentales derechos ciudadanos; celebramos que, en la ruda competencia de un sector de la economía que nos parece más formal que informal, haya personas exitosas, aunque no lucen legítimas las ganancias violentando la normativa vigente.  Existen testimonios específicos, pero el mal es generalizado y el asunto amerita de nuestra atención; vale decir, constituye un problema político insoslayable que tiene antecedentes en el siglo anterior, pero que bien compaginó y agravó insólitamente con el presente régimen.

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