El jíbaro va a la escuela |
Escrito por María Laura Chang |
Lunes, 10 de Junio de 2013 00:33 |
![]() “Era como un trueque. Llevábamos algunas cosas que mis panas robaban hasta Pinto Salinas y allí lo cambiábamos por la droga”, dice Antonio (cuyo nombre real pidió mantener en reserva), un joven que hace dos años estuvo involucrado en el micro-tráfico escolar. Él, junto a algunos compañeros de clase, vendía cocaína y marihuana a otros estudiantes en los liceos caraqueños Gustavo Herrera y Andrés Bello. Ahora, aunque está desligado del negocio, asegura que esta experiencia le dejó varios amigos drogadictos y otros con problemas legales. Hasta hace 15 años el vendedor de droga era un elemento externo al liceo y ofertaba su mercancía puertas afuera. Ahora el jíbaro (como se le denomina a los vendedores de droga coloquialmente) es un alumno cualquiera, uniformado y con carnet del liceo, que trafica dentro de la escuela de manera cuidadosa para no ser descubierto. Este personaje logra abarcar el mercado colegial desde lo más íntimo, lo cual implica un aumento alarmante en el consumo de narcóticos en escolares, comenta el profesor Hernán Matute fundador y coordinador general de la Cátedra Libre Antidrogas. Pero las cifras reales de la penetración de estupefacientes en liceos han sido objeto de debates. La Fundación de Atención Integral Juvenil realizó para la Oficina Nacional Antidrogas el Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar de 2009 y éste reflejó que el consumo de drogas ilícitas se encontraba para ese entonces en 1.8% del total de la población escolar de la Gran Caracas. Esa cifra, lejos de alarmar a los organismos del Estado que están involucrados en la materia, sirvió para que se aplaudieran las labores realizadas dentro del Ministerio de Interior y Justicia. Tan es así que en 2012 el ministro Nelson Reverol alabó las políticas de Estado y criticó a las organizaciones que presentaban otros resultados de la mano de ese estudio, a las cuales acusó de “magnificar el problema de las drogas”. Sin embargo, el profesor Matute insiste en que de 311 colegios y liceos de la Gran Caracas, la CLIAD detectó la presencia de consumo y venta de droga en 287. Es decir, en 92% de las escuelas que visitaron. Esto permite vislumbrar que la cifra del Estudio Nacional es bastante polémica y que existen dos grandes polos en cuanto al tema. Drogas en cualquier lugar Los posibles centros que tienen los jóvenes para acceder a las drogas dentro de su comunidad van desde los quioscos, los vigilantes, los heladeros y hasta los mismos estudiantes dentro de su liceo, ya que no todos los consumidores pueden ir a las zonas periféricas a comprar estupefacientes, advierte el médico psiquiatra Rubén Regardiz. Sobre esto, Mary Mogollón, presidente de la Comisión Metropolitana Contra el Uso Ilícito de las Drogas, afirma que el hecho de que existan vendedores de droga dentro de las escuelas responde a que las grandes redes se manejan de acuerdo a unas técnicas de mercadeo importantes. Éstas buscan facilitar el acceso a los consumidores actuales y futuros. Pero, ¿cuándo empezaron a ser los mismos estudiantes quienes venden la droga a sus pares? El coordinador general de la Cátedra Libre Antidrogas, Hernán Matute, explica que este negocio atrae al joven en el momento en que ve cómo se enriquece el vendedor externo y las facilidades que implica hacerse partícipe de la compra-venta de la sustancia que probablemente también consume. Por su parte, la licenciada Mogollón sostiene que los muchachos que venden droga en la escuela generalmente no tienen control de sus padres. Son adolescentes desatendidos por sus familias, que pueden entrar y salir de casa, esconder mercancía dentro de sus pertenencias o disponer de más dinero de la cuenta sin que nadie los cuestione. Se trata de una serie de rutinas que un padre atento identificaría de inmediato. “Quien menos te imaginas podría estar inmerso directa o indirectamente en el micro-tráfico y no hay que subestimar a nadie”, afirma Regardiz y agrega que no existe un estereotipo para el jíbaro actual. Dentro de las comunidades la presencia del líder negativo ya no responde al típico “malandro”, ocioso, o “mala conducta”. Ahora hasta los hijos de profesionales cultivan marihuana transgénica en el balcón de sus apartamentos. Tal hecho se puede extrapolar al ámbito de un liceo donde cualquiera de los estudiantes puede estar vinculado al negocio. No hay una directriz que permita ubicarlos a primera vista, concluye el psiquiatra. Lo más importante para el dealer (anglicismo utilizado por cierto grupo de jóvenes para referirse al vendedor de drogas) es controlar la situación en su espacio. Su mayor preocupación, cuenta Antonio, era llegar a ser descubierto por los profesores. Por eso debía ser cuidadoso al momento de ofertar su mercancía. Él hacía un paneo entre todos los estudiantes y descartaba a los posibles soplones. Ese es el toque de adrenalina que tiene el negocio: vivir con el riesgo de que puedan acusarlo. Esta evaluación que hacía Antonio responde a que el jíbaro sin ser psicólogo, sociólogo o investigador, es un experto en socio-gramas. Matute señala que éste es un mérito importante ya que quien se dedica a esto, detecta hendiduras en el comportamiento de sus compañeros. El vendedor se le acerca a aquellos que pasan por conflictos familiares, a quien raspa una materia, al que tiene problemas amorosos, e incluso a los más arriesgados. No perderá el tiempo en convencer a quien posee un proyecto de vida bien formulado, al que posee habilidades para la vida bien condicionadas o al que tiene una estructura de valores bastante fortificada. Esto implica que va a buscar dentro del salón a las personalidades más frágiles y también las más aventureras. Y ahora es creepy La marihuana es, normalmente, la droga con la cual se inician los consumidores. Existen diferentes variedades, unas más naturales que otras. El psiquiatra Rubén Regardiz señala que de un tiempo para acá la figura del creepy surgió como agravante. Antonio cuenta que hace dos años sólo se conseguía marihuana marrón y perico, pero ahora el mercado está desbordado de la marihuana transgénica o creepy. El sociólogo peruano, Jorge Ronderos, explica que esta variación es cinco veces más potente que el cannabis corriente y que el Punto Rojo: "mientras una planta común tiene el 5 por ciento de THC (tetrahidrocannabinol, sustancia alucinante), el creepy sube hasta el 25 por ciento". Ese nombre, complementa Regardiz, viene de la kryptonita y lo que le pasa a Superman cuando está en contacto con ella. Finalmente, el médico agrega que es de libre acceso con cultivos hidropónicos en cualquier lugar como los edificios, por ejemplo y que una dosis de esta marihuana cuesta alrededor de 100 bolívares. ¿Para quién es negocio? Una parte de los que entran en el micro-tráfico lo hace por la ganancia monetaria. El fundador de la CLIAD afirma que ésta es una forma fácil para que alguien con bajo grado de instrucción reciba importantes cantidades de dinero. Sin embargo, Antonio –el vendedor que accedió a dar testimonio- comenta que su motivación era la diversión que le causaba la situación y no la parte económica ya que a él “no le faltaba nada”. Consiguió la manera de sacarle provecho a su circunstancia. Tenía muchos conocidos que temían ir a sitios alejados y peligrosos a comprar drogas. Les vendía a sus allegados y se quedaba con algo de dinero extra que le servía tanto para sus dosis como para la merienda. Tampoco Regardiz identifica al menudeo como negocio. El dinero, dice, está en el narcotráfico arriba, el más elaborado, en el crimen organizado. Asegura que hay hipótesis que respaldan planes de los narco-cabecillas que consisten en liberar sustancias en áreas determinadas, que van desde pequeñas comunidades hasta liceos, reducir el precio de la mercancía para que a mediano o largo plazo los mismos clientes la compren a mayor costo. “Siempre van a requerir de una población cautiva, en este caso los escolares, que se inician con consumos puntales pero son potenciales clientes para una vida”, culmina el psiquiatra. Por su parte, la presidenta de la COMECUID, Mary Mogollón, indica que en los barrios las bandas compran cierta cantidad de droga y buscan sacarle el máximo provecho rindiéndola con distintos químicos. Se la venden a personas en la misma comunidad que a su vez la hacen llegar a otras y en todos los eslabones se busca mezclar la sustancia para alargarla. Generalmente el joven de la escuela pública es el último piso en la cadena. Es a quien le llega la porción más pequeña y más contaminada. “Es terrible y ellos no saben si quiera qué químicos pueden estar ingiriendo, sólo saben si les gusta o no”, concluye la licenciada. Factor riesgo En opinión de los especialistas, existe un factor determinante en la venta y consumo de drogas en adolescentes: en la juventud no hay percepción de riesgo. A esto se refiere Antonio cuando dice que se inició en el negocio por diversión. Lo que vulgarmente llaman joda, implica conseguir regodeo en cualquier cosa sin evaluar las consecuencias de sus actos. En el caso de la droga, se trata de un tema importante porque la reacción de cada organismo es distinta a pesar de ser la misma sustancia. Por tanto, lo que para algunos pueda dar una buena nota a otros les puede causar una reacción desfavorable. Así mismo, el condicionamiento que tienen algunas personas genéticamente a la adicción es ignorado por estos jóvenes. El muchacho no ve todo el panorama de posibilidades, no ve que hay riesgos siquiera judiciales. No entiende que lo que hace acarrea no sólo consecuencias para él, sino para los compradores que pueden ser posibles adictos en un futuro. Cuando Antonio se graduó del liceo dejó de vender droga. Él consiguió un mejor trabajo y ahora estudia en un instituto. Todavía consume y dice que 80% de sus amigos también lo hace. El hecho de que las drogas hayan penetrado en la escuela, ese sitio que en el pasado evocaba valores y responsabilidades, es un problema que acarrea varios problemas más. El profesor Matute afirma que todo este narco-negocio tiene como componente peligroso la cadena de delitos que permite que este micro-tráfico sea posible. Es decir, el joven se permea de tantísimas actividades ilícitas, sin siquiera estar consciente de lo que sus acciones acarrean. En definitiva, la violencia y los delitos están impregnando a los adolescentes en casi todos los ámbitos de su vida lo que hace que sus vías de escape se extingan poco a poco. |
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