Los dineros de la Locti
Escrito por Ignacio Ávalos Gutiérrez   
Miércoles, 11 de Noviembre de 2009 06:55

altLa Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación, Locti, fue promulgada a finales de 2001. Sin ser una ley perfecta ­ ninguna lo es, según Perogrullo -, representa un avance importante con respecto a las normas vigentes hasta ese momento, siendo uno de sus aspectos más significativos el relativo al papel de las empresas en el financiamiento del progreso tecnocientífico venezolano.

En efecto, la Locti establece, como se sabe, que las empresas deben destinar un porcentaje de sus ingresos brutos, variable entre 1% y 2%, dependiendo de ciertos criterios, al desarrollo científico y tecnológico nacional, lo cual pueden hacer, bien sea invirtiéndolo en sus propias iniciativas (investigaciones, formación de talento humano, asimilación de tecnología, en fin) o aportándolo a proyectos llevados a cabo por otras instituciones que se desenvuelvan en el área.

II.

Así, las empresas se han visto obligadas en los últimos tres años - a partir de la promulgación del respectivo reglamento - a declarar sus ingresos y, en función de ello, a invertir en sí mismas o aportar a terceros, según su decisión. Los datos oficiales indican que el monto de los recursos orientados hacia el área de ciencia y tecnología, que históricamente equivalían más o menos a 0,6% del PIB nacional, representan ahora, por efectos de la ley, cerca de 3%, un verdadero "salto cuántico que multiplica muchas veces el presupuesto total recibido por el desaparecido Conicit durante sus tres décadas de existencia.

No obstante, se requiere de una evaluación con el fin de determinar si los números dicen lo que aparentan decir.

Un estudio que determine, así pues, cuál ha sido el impacto de las inversiones -que han representado más de 90% de los recursos declarados -, en el nivel tecnológico de las empresas, e indicar si ha habido una suerte de "antes y después" de la ley. Y que, por hacer sólo otra pregunta, revele por qué los centros de investigación recibieron tan poco dinero (apenas 5% del total) y si ello se debió a que no supieron organizarse para captarlo o carecen de capacidad para responder a las demandas que se les hacen desde el sector productivo. Hay, en fin, muchas otras interrogantes, cuya respuesta es imprescindible para calibrar el significado, más allá de las meras cifras, insisto, de los llamados "recursos Locti" en el desempeño de nuestro sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación.

III.

En el más alto nivel gubernamental se ha hablado, desde mediados de este año, de la necesidad de cambiar la Locti, en particular en lo que se refiere a las disposiciones sobre el financiamiento comentadas aquí, sin que se haya señalado cuáles son los problemas que supuestamente deberían resolverse a través de su modificación. La idea es, al parecer, restringir el monto de las inversiones internas (la ley vigente no pone límite alguno) y, por otra parte, obligar a que se destinen como aportes al Estado (vía Fonacit) alrededor, tal vez, de 50% de los recursos declarados.

Caminando a tientas resulta complejo determinar si las rutilantes cifras que indican el monto de los recursos recabados estos tres años son espejismo o realidad, y es difícil, por ende, tener una opinión acerca de la decisión asomada (pero aún no tomada) por las autoridades respecto al cambio de reglas.

En fin, un asunto tan importante para el país ­¿No estamos en tiempos de la "sociedad del conocimiento?­ debiera discutirse al aire libre, a la vista de muchos ojos, según mandan los cánones de la democracia participativa.

Harina De Otro Costal La bulla ideológica tiene, entre otras consecuencias, la de banalizar temas muy serios.

Tal cosa ocurre, por ejemplo, con el tema del imperio, al que sólo falta culparlo de la basura de nuestras ciudades. Y también con otros muchos, manoseados hasta devaluarlos. El más reciente, el del agua. Un asunto grueso en el ámbito mundial, de los que llaman estructurales y tocan el corazón de la civilización humana, ha quedado disuelto, entre nosotros, en el uso de un instructivo para ducharse en tres minutos, apelando, voluntarismo de por medio, a la conciencia del "hombre nuevo".

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