El país que no deseo |
Escrito por Pedro Luis Echeverría |
Miércoles, 07 de Septiembre de 2011 07:11 |
![]() Quienes disentimos somos considerados por el chavismo como obstáculos, elementos antisociales que deben ser suprimidos para facilitar la definitiva y urgente entronización de un orden mesiánico. De esta manera estamos llegando a la completa destrucción de la sociedad venezolana en los momentos en que es necesario proclamar con mayor fuerza el sentido de identidad nacional frente a los avatares y exigencias de un mundo moderno globalizado, sacudido por una crisis cuya duración y profundidad son impredecibles y comprometen el presente y las posibilidades de nuestro país hacia el futuro. El chavismo nos quiere dependientes, sumisos y excluidos; pretende imponernos la noción de que debemos aceptar todo por miedo a perder todo. Esta inconveniente manera de concebir nuestra participación en la sociedad nos ha generado un sentimiento angustioso por la descalificación del sentido de nuestras acciones como individuos racionales. A su vez, esa angustia determina un giro de perspectiva, a un forzado eclipse de la ética de la responsabilidad con nosotros mismos y con la obligación de trazar firmemente la frontera entre nuestras convicciones y lo que se pretende imponernos; ello nos refuerza la necesidad de reivindicar nuestro derecho a la movilización política para participar en la evolución de la vida de la República. Ese sentimiento profundamente arraigado en cada uno de los individuos que convivimos en esta sociedad no puede ser negado ni escarnecido por los detentores de una visión totalitaria, militarizada e íntimamente vinculada a un populismo de corte fascista, como es la que tienen el gobierno y sus acólitos. Aumenta, entonces, la distancia entre el Estado y una importante parte de la sociedad y toma fuerza la necesidad de la movilización y el peligro de una sublevación contra el autoritarismo, la corrupción, el acorralamiento y, en consecuencia, una eventual y no deseada ruptura fratricida. Nadie está dispuesto a admitir pasivamente que una voluntad política única sustituya la pluralidad de opiniones e intereses y por lo tanto su negociación o su conflicto. Debemos estar conscientes de que cuanto más fuerte sea nuestra movilización más totalitario y despótico se volverá el Estado. No dejará lugar a la libertad personal, a la democracia, ni a las tradiciones si éstas no se identifican con el poder del Estado. Ese poder absoluto del que hace gala el gobierno ha venido devorando vorazmente la acción autónoma de los actores sociales y a la sociedad civil. Nos suprime el espacio público y nos reduce a la condición de muchedumbre, de multitud dócil a la palabra y órdenes de un jefe. ¿Es este el país que desea para usted y los suyos? TC |
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