El desafío de lo improbable (II)
Escrito por Mibelis Acevedo D. | X: @Mibelis   
Martes, 28 de Enero de 2025 00:00

altCuando hablamos de esperanza política importa insistir en el papel del liderazgo a la hora de conciliar expectativa

y potencialidad, inspiración y pragmatismo, deseo y realización, teoría y práctica. La democracia, de hecho, en tanto fruto de la interacción entre el empuje del deber -la teoría, los ideales, la prescripción- y la resistencia del ser -la realidad política, la descripción, como puntualizó Sartori- podría haber acabado en el basurero de las utopías de no haber contado con el audaz acompañamiento de esa razón práctica que han desplegado sus constructores. Hay que recordar a Rousseau cuando observaba que era “contrario a la naturaleza de las cosas que la mayoría gobierne y que la minoría sea gobernada”. No obstante, por encima de la contradicción, superando el escepticismo de Weimar y las roturas de la guerra, la esperanza de la democracia liberal se abrió paso, posicionando a este sistema como el más solvente para garantizar desarrollo individual y colectivo a los países.

 

Confianza, capital social

Pero, ¿qué ocurre cuando, ante la anemia de resultados, las sociedades son rebasadas por la frustración recurrente? La pregunta nos remite a la serie de episodios que, una y otra vez, empujan a la política a un paredón, reducida a mera herramienta de contención. Es evidente que las expectativas de mejora promovidas por el auge del Estado de Bienestar hoy se ven seriamente constreñidas. De allí que la desesperanza, reverso de la esperanza política, puje por tomar el volante. El sentimiento de incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad que Zygmunt Bauman asocia a la desaparición de puntos fijos en los cuales situar la confianza en las instituciones y los gobernantes, en uno mismo, en los otros y en la comunidad, conspira contra la disposición a generar soluciones.

Es este un círculo vicioso que sólo anticipa parálisis y desintegración social. Los seres humanos necesitan creer que sus acciones serán suficientes y efectivas para alcanzar sus metas. De otro modo, no se movilizarán o asociarán, no se animarán a adherirse a las visiones del liderazgo ni tendrán motivación para emprender proyectos propios. Sistemas políticos, sociales y económicos cada vez más complejos no pueden funcionar eficientemente si no se basan en la confianza entre sus participantes, insiste Francis Fukuyama. Virtud social, activo intangible: esa expectativa respecto a un comportamiento predecible, honesto y basado en reglas de juego compartidas por los miembros de la comunidad, resulta clave para que el cuerpo social desarrolle la autonomía que lo articula de forma armoniosa y crítica con la conducción política.

 

Resiliencia democrática

Lo anterior pesa de manera significativa cuando compromete la dinámica democrática. Democracia, expectativas y confianza tienen una vinculación tan crítica como paradójica. Esa capacidad de anticipar con certeza, esa tolerancia hacia lo que Hirschman describió como “la insoportable otredad de los otros” (Retóricas de la intransigencia, 1991); esa confianza de los ciudadanos en los líderes -una consecuencia, no una causa- cimenta la posibilidad de tomar decisiones, de interactuar y depender mutuamente, de crear colectivamente las condiciones para el progreso común. Pero, al mismo tiempo, la desconfianza que lleva a poner límites al poder adjudicado a seres humanos susceptibles a sus pasiones y desbordamientos, sigue en la base de la creación de instituciones que despersonalicen ese ejercicio. Entonces, la esperanza en la mejora futura también debería operar en ese pasillo estrecho en el que, a decir de Acemoglu y Robinson (2019), se libra la tensa puja entre la sociedad y el Estado.

A contrapelo de la tendencia observada en los últimos años, el más reciente informe de Latinobarómetro arroja algunas señales auspiciosas en ese sentido. Para la región, “el año 2024 muestra que se puede revertir incluso los negativos de una década. La democracia se puede volver resiliente… El liderazgo político hace la diferencia en la conducción de los pueblos hacia la democracia. Los pueblos quieren cambios que den solución a los problemas”. Cuando eso ocurre, cuando el cinismo, el enfoque reactivo, la indignación cívica y el miedo son mitigados a punta de resultados, la esperanza en el sistema se renueva. Un círculo tan virtuoso como implacable, un desafío que insta a mantener las razones para que la política siga generando expectativas transformadoras.

 

Esperanza vs la impotencia

Si no hay confianza en las capacidades del ciudadano, en fin, si no hay esperanza que lo salve de la impotencia y el marasmo, que lo aleje de la impresión de que es imposible afectar a fondo la realidad o hacer algo para controlar su futuro, la amenaza de la regresión política gana terreno. En estas sociedades exasperadas, como las nombra Daniel Innerarity, la indignación tenaz y sin resolución favorece el ascenso de figuras mesiánicas, hábiles para estrujar el pesimismo y la impaciencia y volverlos causa para una cohesión que, al nacer de la heteronomía, al final tampoco se libra de la ofuscación y el abatimiento moral. Nos consta que la tarea de revertir daños que se traducen en polarización, cierre identitario, competencia brutal y atasco, en sospecha de que el distinto es un rival a suprimir, a menudo se hace cuesta arriba.

Son estos algunos de los retos de las transiciones que entraña toda crisis. Restaurar el ánimo nacional, desanquilosar la vitalidad social mediante una política democrática que alienta la sana expectativa y la construcción de entornos estables, resulta entonces una prioridad. Se trata de no renunciar a la esperanza, siempre que esta secunde el aprovechamiento y expansión de nuestras fortalezas, no de la debilidad. Una esperanza que incorpora la aceptación de los límites que requiere el sistema para funcionar adecuadamente, y que al mismo tiempo desactiva el miedo hobbesiano y la infantilización de la sociedad. La búsqueda de esos esquivos balances impele a no conformarnos, a desear ir más allá. En ese sentido, no puede perderse de vista que las metamorfosis no surgen de la nada, sino que comportan la entrega y el ajetreo infatigable de quienes antes han decidido transformarse.

 

|*|: Lee también "El desafío de lo improbable (I)"


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