Luis Gómez López: el médico que no pudo con el dolor |
Escrito por Luis Perozo Padua | X: @LuisPerozoPadua |
Domingo, 09 de Marzo de 2025 06:53 |
Luis Gómez López no solo fue un médico; fue un guerrero silencioso contra la tuberculosis, un salvador de vidas, y un símbolo de esperanza para muchos en Venezuela. Era como si, con cada pulmón enfermo que sanaba, tejiera un escudo invisible entre la vida y la muerte. Sin embargo, el destino, cruel e impredecible, lo empujó a una batalla que no pudo ganar: el duelo. Su historia es la de un hombre que, tras años combatiendo la enfermedad y el sufrimiento ajeno, terminó atrapado por un dolor más profundo, uno que ninguna medicina pudo aliviar. Forjado en la vocación médica Luis Gómez López nació el 27 de febrero de 1911 en Pariaguán, estado Anzoátegui, en un hogar humilde que le inculcó el valor del esfuerzo y la educación como medios para salir adelante. Desde joven, mostró una inclinación natural hacia la ciencia, encontrando en la medicina una vía para contribuir al bienestar social. Estudió el bachillerato en el liceo Andrés Bello de Caracas, donde tuvo el privilegio de ser alumno del destacado escritor y educador Rómulo Gallegos, graduándose en 1928. Luego ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde egresó con honores en 1935, destacando por su disciplina y compromiso con la profesión. Durante sus años universitarios, fue discípulo del Dr. José Ignacio Baldó, considerado el padre de la tisiología en Venezuela, lo que despertó en él un interés particular por las enfermedades pulmonares. Consciente de la necesidad de especialización, completó sus estudios en tisiología y radiología en prestigiosos institutos de Estados Unidos, Francia y Alemania. Sin tregua contra la tuberculosis Su regreso a Venezuela coincidió con una época en la que la tuberculosis hacía estragos en la población. En los primeros años del siglo XX, alrededor del 15% de los habitantes de las zonas rurales padecía esta enfermedad, lo que la convertía en uno de los problemas de salud pública más urgentes del país. La falta de infraestructura y la limitada capacitación médica para enfrentarla hacían de este un enemigo formidable. Entre 1941 y 1950, las tasas de incidencia alcanzaban los 100 casos por cada 100.000 habitantes, con una mortalidad de 94,6 por cada 100.000 habitantes. El estado Lara no era la excepción: la tuberculosis golpeaba con fuerza, y la falta de infraestructura médica adecuada y personal especializado agravaba la situación. Los barrios más humildes de Barquisimeto registraban un alarmante número de casos, con familias enteras luchando contra una enfermedad que parecía invencible. Fue entonces cuando, en 1937, Luis Gómez López se instaló en Barquisimeto, ciudad que se convertiría en el epicentro de su incansable labor. Según el cronista barquisimetano Carlos Guerra Brandt, “El Dr. Luis Gómez López se instaló en 1937 en Barquisimeto. En la emblemática Quinta Pariaguán, ubicada en la intersección de la carrera 17 con la calle 41, una silenciosa fila de vecinos aguardaba cada día. No importaba cuán agotadoras fueran las horas que Luis Gómez López dedicaba al Hospital Central o a la Clínica Acosta Ortiz; al caer la tarde, su hogar se transformaba en un consultorio improvisado donde la esperanza llegaba de la mano de aquel noble médico que nunca cerraba la puerta a quien buscara alivio". En 1939, junto al Dr. Carlos Zubillaga, comenzó la construcción del “Sanatorio Antituberculoso”, una institución que ofrecía tratamiento y seguimiento a los pacientes afectados por la enfermedad. Gómez López tenía una visión clara: la tuberculosis solo podía combatirse mediante la prevención, la educación y el acceso equitativo a los servicios médicos. El 9 de febrero de 1943, dio un paso más allá y fundó la Liga Antituberculosa, una organización sin fines de lucro destinada a la recaudación de fondos para la atención y el tratamiento gratuito de los enfermos. Gracias a su gestión, la Liga se convirtió en el germen de lo que hoy es el Hospital General Universitario “Luis Gómez López”, una institución que ha salvado miles de vidas y continúa siendo un bastión en la lucha contra las enfermedades respiratorias en Venezuela. La llegada de medicamentos antituberculosos como la estreptomicina y la isoniacida a partir de 1952 marcó un punto de inflexión en el tratamiento de la enfermedad, contribuyendo a la reducción de la mortalidad. No obstante, la tuberculosis persistió como un problema de salud pública en el país durante las décadas siguientes, lo que reforzó aún más el compromiso de Gómez López con la prevención y el tratamiento. Además, ejerció como tisiólogo y radiólogo en el Hospital Antonio María Pineda, cuando este se encontraba en la carrera 15, actual sede del Museo de Barquisimeto. Fue pionero en la cirugía de tórax, técnica revolucionaria para la época, y contribuyó a la modernización de los servicios médicos en la región. Entre 1944 y 1945, asumió la presidencia del Colegio de Médicos del estado Lara, organización de la que fue miembro fundador. Su liderazgo fue determinante para consolidar la profesión médica y motivar a las nuevas generaciones de galenos a seguir sus pasos. La tragedia que marcó su destino A pesar de sus logros profesionales y del respeto ganado en la comunidad médica, la vida personal de Luis Gómez López estuvo marcada por una tragedia que lo sumió en una profunda depresión de la que nunca pudo recuperarse. Su hijo, Luis Gómez Armas, era su orgullo y esperanza. Joven brillante y prometedor, estudiaba una especialidad en el Centro Experimental de Estudios Superiores (hoy Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado - UCLA). Sin embargo, el destino le jugó una carta cruel. En 1968, a la edad de 20 años, falleció en un accidente de tránsito en Chivacoa, estado Yaracuy. La noticia cayó como un golpe devastador sobre su padre, quien, desde ese momento, se convirtió en una sombra de sí mismo. De ser un médico comprometido y activo, pasó a ser un hombre ensimismado, distante de la medicina, de la vida pública y de sus seres queridos. El dolor lo consumía en silencio. Un infausto final El sábado 20 de julio de 1968, la tristeza alcanzó su punto máximo. A las 9:15 de la mañana, mientras su esposa visitaba la tumba de su hijo en el Cementerio General del Sur, Luis Gómez López tomó la decisión de seguirlo. La noticia de su muerte conmocionó a Barquisimeto y a la comunidad médica. Un hombre que había dedicado su vida a salvar a otros no pudo vencer la angustia que lo ahogaba. El gremio médico, sus pacientes y la ciudad entera lloraron su partida. El legado de Luis Gómez López no se mide solo en hospitales y estadísticas. Permanece latente en cada vida salvada, en cada pulmón que respira libre de enfermedad, y en cada joven médico que hoy empuña un estetoscopio con el mismo ímpetu con el que él alguna vez desafió a la muerte. Periodista especializado en crónicas históricas Fotos: Diario El Impulso/Carlos Guerra Brandt |
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