Del béisbol y la política
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 07 de Octubre de 2024 05:13

altHay momentos, situaciones y eventos de una inconfundible solemnidad.

Los espectadores lo saben y lo sienten muy hondamente, desplegada una emoción tan particular ante el serísimo motivo que los congrega.

Por la desafección ciudadana, la frecuente puerilidad de sus actores, o asumida la propia concepción como un mero espectáculo, la política ha perdido galopantemente la sobriedad que alguna vez tuvo. Curiosamente, por el contrario, en el mundo deportivo se le ha reivindicado.

A modo de ejemplo, la afanosa búsqueda y alcance de un récord deportivo ha convocado la tradición y el entusiasmo de una determinada disciplina, reconocida espontáneamente toda virtud, constancia y heroísmo en la persona que tan legítimamente encabeza los titulares de la prensa. Quizá porque pertenecemos a una promoción generacional que creció con las hazañas espaciales y, específicamente, las beisbolísticas, entendemos un poco más de que trata el asunto.

En la transmisión radial del hit tres mil de Roberto Clemente, atentamente escuchado por nuestro hermano mayor una tarde litoralense, bajo la locución de Buck Canel, si no falla la memoria, se escuchó el rugido de emoción del estadio, como a los meses llanto: no pudo regresar a la siguiente temporada. Y en la transmisión televisada del récord de Pete Rose del mayor número de imparables en la historia de las ligas mayores, dejando atrás a Ty Cobb, ese rugido fue igualmente estremecedor.

Todavía, al apreciar el video del batazo de Rose, más allá de los fuegos artificiales y del automóvil que le obsequiaron, se siente profundamente el solemne reconocimiento que se le hizo al detener el juego para recibir la ovación que se esperaba. E, inesperada, la más prolongada, por el llanto del jugador a quien su hijo tuvo que calmar para que prosiguiera la jornada teniéndolo en la primera base.

Fallecido recientemente, Rose nos permite actualizar tres caras observaciones: hay actos extraordinariamente auténticos, inequívocamente genuinos que la vida política debe reivindicar, tal como ocurre en otros ámbitos; existe una épica verdadera, realmente gloriosa que también encuentra expresión política, aunque sepultada en un charco del lodo interesado de los sectores antidemocráticos; hay héroes, personas de una conducta intachable y de una gran virtud en la cotidianidad política: la constancia. Y, con todas las críticas que podamos hacer, luce evidente una terca resistencia frente al régimen de largos 25 años.

Los más viejos recordarán al Rose que jugó con el Caracas a principios de los sesenta, tal como lo recordamos al integrar la gran maquinaria roja junto a David Concepción y la pléyade de Cincinnati. Porque los hay, quienes no olvidan al liderazgo histórico que hizo posible la vida republicana renovada democráticamente en el siglo XX.

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