| Simón Bolivar en West Virginia |
| Escrito por Luis Perozo Padua | X: @LuisPerozoPadua |
| Viernes, 28 de Noviembre de 2025 03:50 |
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A Martín Rodil, venezolano admirable y faro en tiempos de sombras. Por convertir cada día en un acto de resistencia, por asumir la palabra “patria” como compromiso y no como consigna, y por hacer de la lucha por la democracia un deber indeclinable. Tu ejemplo —firme, sereno y tenaz— nos recuerda que el país que soñamos aún respira en quienes se niegan a renunciar. Gracias por tu amistad y por tu batalla incansable, que también es la nuestra.
En 1825 Simón Bolívar era el hombre más influyente del continente americano. Desde los periódicos de Buenos Aires hasta los despachos políticos de Washington, su nombre se pronunciaba con una reverencia que trascendía idiomas y fronteras. Era el libertador de medio hemisferio, el artífice de nuevas repúblicas y el símbolo viviente de la ruptura con el dominio español. En ese mismo año, una pequeña comunidad en el condado de Jefferson —entonces parte de Virginia— tomó una decisión extraordinaria: rebautizarse en honor a ese hombre que desde el sur cambiaba el destino político del continente. La villa, conocida hasta entonces como Mudfort, un nombre heredado de las algazarras infantiles de muchachos que lanzaban bolas de barro desde la colina hacia quienes venían de Harpers Ferry, adoptó otro rumbo. El 29 de diciembre de 1825, la Asamblea General de Virginia incorporó oficialmente la localidad bajo el nombre Bolivar. No fue un gesto menor: fue una declaración de admiración directa hacia el Libertador en el preciso momento de su mayor gloria. Estados Unidos veía en Bolívar un espejo de sus propias luchas, y aquella pequeña villa quiso inscribir ese parentesco simbólico en su propio nombre. Dos bustos, dos guardianes Hoy, casi dos siglos después, dos esculturas del Libertador dan testimonio de esa relación transnacional. La primera, la más conocida, se encuentra frente al antiguo Potomac Bank, sobre la avenida que une Harpers Ferry con la villa. Es una obra de 1948, modelada por el célebre escultor Felix George Weihs de Weldon (1907–2003), el mismo autor de varias piezas monumentales en Estados Unidos, incluidas representaciones del propio Bolívar. Según el registro del Smithsonian American Art Museum, esta escultura fue dedicada el 14 de octubre de 1956, con una base compuesta por piedra de Indiana y piedra blanca venezolana: un símbolo perfecto de dos mundos puestos en diálogo.
Su inscripción frontal es clara y solemne: “Simón Bolívar (1783-1830) Liberator of Venezuela, Colombia, Ecuador, Peru, Panama and founder of Bolivia. Presented by the President of Venezuela to Bolivar West Virginia.” Todo indica que el obsequio provino del gobierno del general Marcos Pérez Jiménez, gran impulsor de la proyección monumental del Libertador en el extranjero durante la década de 1950, coincidiendo con otras donaciones similares a ciudades estadounidenses. La segunda escultura—menos mencionada, pero quizás más poética— está ubicada en un pedestal en los jardines frontales de la Biblioteca Pública de Bolivar, como custodio silencioso de las letras y de la lectura, una pasión profunda que Bolívar compartía con George Washington, su modelo político y moral más constante. Fue instalada el 24 de julio de 1988, cuando se conmemoraban 205 años del natalicio del Libertador. Allí, al pie del pedestal, una placa recoge una frase que parece escrita para resistir los siglos: “As the shadows lengthen in the setting sun, so too, forever shall thy glory increase…” La sentencia es una evocación directa de la célebre proclama de José Domingo Choquehuanca, jurista y senador peruano quien, al recibir a Bolívar en Pucará, tras la victoria de Ayacucho, dejó una de las imágenes más luminosas de la oratoria latinoamericana: “…Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece el tiempo con el transcurrir de los siglos, y así como crece la sombra cuando el sol declina.” Ese eco andino, incrustado hoy en una placa de West Virginia, une de manera insólita dos geografías que jamás se encontraron, pero que siguen dialogando a través de la sombra creciente de la gloria del Libertador. La presencia de Bolívar en Estados Unidos Un dato sorprendente —y fundamental para comprender la dimensión simbólica del Libertador— es que se estima que 42 localidades en Estados Unidos llevan el nombre Bolívar. A esto se suman escuelas primarias y secundarias, estaciones de bomberos, comisarías policiales, bibliotecas públicas, teatros, calles, avenidas, plazas y parques, aviones, buques y hasta un submarino nuclear que honran al caraqueño a lo largo del territorio. La obra de De Weldon en Bolivar, WV, además, no es la única representación monumental del Libertador creada por el artista. El mismo escultor realizó el imponente monumento ecuestre de Simón Bolívar en Washington, D.C., instalado en la avenida Virginia, cerca del Departamento de Estado, y donado por el gobierno venezolano en 1959. Esta continuidad entre ambas esculturas revela el alcance diplomático y cultural de Venezuela durante aquellos años y la profunda admiración histórica que diversos sectores estadounidenses han sentido por la figura del Libertador. El silencio que también cuenta Aunque se conserva la ficha museística, no existe registro público digital de la ceremonia de dedicación de 1956 en Bolivar, West Virginia. No hay fotografías conocidas del acto, ni recortes de prensa disponibles en línea. Este vacío documental, lejos de restar fuerza a la historia, añade un velo literario: el busto está allí, firme y oxidado por el tiempo, pero su llegada permanece envuelta en un silencio casi mítico. Ese vacío convierte a la pieza en un testigo solitario, como si la historia se hubiera susurrado entre montes y no en titulares. Bolívar frente al Potomac Quien se detiene hoy frente al antiguo Potomac Bank ve el perfil sereno del Libertador mirando hacia las colinas que bajan a Harpers Ferry. Es un gesto inesperado en un paisaje estadounidense: un héroe latinoamericano acompañando la vida cotidiana de una villa que decidió abrazar su nombre hace dos siglos. En Bolivar, West Virginia, la figura de Simón Bolívar no es un recuerdo distante sino una presencia activa, un lazo entre pueblos y memorias. En la biblioteca, el bronce custodia las letras. En la avenida principal, observa el tránsito del tiempo. Ambos bustos narran una historia profunda: la de un hombre cuyo eco fue tan grande que alcanzó, incluso, a las colinas tranquilas del río Potomac. Allí, entre árboles, viento y casas de madera, el Libertador sigue cruzando continentes, no con ejércitos, sino con símbolos. Y su nombre, grabado en piedra y bronce, recuerda que ciertas vidas —y ciertas ideas— pueden unir mundos enteros mucho después de haber pasado a la historia.
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