De las regulares construcciones irregulares
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 31 de Octubre de 2022 05:28

altPoco más de un mes atrás, así lo escuchamos, radiotelevisivamente aseguró Maduro Moros haber tomado todas las previsiones

 del mundo para afrontar la amenaza de un ciclón que, anunció oficialmente, se disipó. Aseguró que, prácticamente, nadie dormía en el gobierno en guardia permanente frente a un fenómeno que, además, difícilmente hubiese afectado a la ciudad capital, gracias a El Ávila, al Cerro Ávila de nuestros distraídos cantos.

El problema está en que llueva caudalosamente y se lleve todo por delante, aun contando con los boletines meteorológicos que suelen acertar en sus pronósticos.  Valga la ocasión, nos preguntamos sobre la suerte de los tres satélites artificiales que le compramos a China a un elevado costo, y con la pandemia, la crisis educativa y las lluvia, parece que sólo sirven para los asuntos militares, quedando un gran e inaudito  saldo de la demagogia que se hizo con la telemedicina, teleducación y, por supuesto, los consecutivos palos de agua que vuelven un lodazal de derrumbes a importantes localidades venezolanas.

Todo ocurre bajo una estricta censura y bloqueo informativo, estorbando la prensa, como literalmente lo aseguró un ministro de la usurpación al recorrer Las Tejerías. Así como nunca se ha sabido de los boletines epidemiológicos de rigor,  tampoco se sabrá de los pluviométricos: por más que nos impacte el cambio climático, tampoco ha caído sobre el país un diluvio sin ningún precedente; al contrario, hay antecedentes nefastos y aleccionadores que todavía quedan en la memoria, como el de Vargas.

El problema no se agota con la cesación de las lluvias, o la temporada de sequía, aunque hay una extraordinaria limitación del discurso político en la materia, comprensible respecto a la usurpación que no rinde cuenta a nadie, pero no así en relación a la oposición. Se trata de los planes de reubicación de las familias afectadas,  de los esfuerzos de reconstrucción de las zonas dislocadas, de las condiciones alimentarias,  sanitarias, inseguridad personal, sedes educativas,  etc., abriéndose un importante abanico en torno a la efectiva protección civil de la población inocente e indefensa, víctima de la negligencia oficial que apela a la presencia de un fenómeno natural, sin más.

Especial mención deseamos hacer de las regulares construcciones irregulares que, obviamente, ceden ante una tormenta, un pequeño sismo, o cualquier otro acontecimiento, con una asombrosa facilidad. Los deslizamientos del 23 de Enero en la propia ciudad capital que, faltando poco, suele votar al régimen,  nos advierte que no es precisamente el servicio de ingeniería municipal el que más destaca en Caracas y en el  resto del país.

Se puede cuestionar con sobrada razón que el régimen no construye las viviendas necesarias, pero igualmente que ha permitido que se levanten improvisadamente los inmuebles en sectores de una alta peligrosidad de suelos.  Durante los gobiernos democráticos, con todas las fallas y también deslizamientos, hubo esfuerzos de consolidar las barriadas populares, dotarlas de todos los servicios y velar por la consistencia de las casas; e, incluso, en los tiempos de Lusinchi, fueron desalojados los barrios de altísimo riesgo, reubicadas las familias, entre Caracas y La Guaira, reapareciendo sospechosamente en la presente centuria,

Cierto, se puede hablar de sospecha, porque una buena porción de El Pinar, en El Paraíso,  parque nacional, al Oeste de Caracas, sólo era vegetación hasta que llegaron los tiempos del alcalde metropolitano Juan Barreto  y comenzaron a quemar, terracear, parcelar y construir ranchos que se convirtieron muchos de ellos, también en edificios de cuatro y cinco pisos, en tiempo récord.  Autoridad alguna respondió a las incontables protestas pacíficas de los vecinos de la urbanización y de la misma Cota 905: llueve y todavía angustia que los techos de cartón se vengan abajo. 


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