De los virus y vacunas de la democracia |
Escrito por Ricardo Ciliberto Bustillos |
Lunes, 10 de Enero de 2022 00:00 |
Se ha dicho hasta el cansancio que la democracia es un sistema político y de valores sujeto a excesivas presiones, demandas y exigencias. De allí su mediana fortaleza. Igual que un cuerpo humano, no está exenta de ataques de virus y, por supuesto, de las necesarias vacunas y remedios. Las democracias en nuestros países son débiles, poco arraigadas en los genes políticos de los ciudadanos, por lo que sus anticuerpos y mecanismos de defensa a veces resultan pocos eficientes, cuando no inexistentes. Durante nuestro largo período colonial, sobre todo en el siglo XVIII, nadie hablaba de libertad, igualdad, división de poderes, monarquías pactadas, parlamentos soberanos y menos del derecho a rebelarnos frente al avasallante absolutismo de los Borbones que -según algunos- fue menos conservador que los Austria o Habsburgos. Por aquí, con la salvedad de unos cuantos pensadores y en algunas patricias bibliotecas, no se conocían, por señalar algunas, las tesis de Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, la Enciclopedia y mucho menos la Carta Magna ni la Petición de Derechos ingleses, ya de larga data. Las nuevas y revolucionarias ideas prendieron en estos lares con cierta fuerza luego de 1776 con la independencia de Norteamérica y en 1789 con la Revolución Francesa. Los países latinoamericanos se asomaron un poco tarde a esta nueva filosofía política y a los planteamientos de sus principales autores. Salvo algunas excepciones, acá se difundieron – una vez efectuados los juramentos constitucionales de rigor- en plena confrontación con España y desde luego, una vez lograda la independencia. Sucedió –entonces- que concluida la guerra y con exclusión de unos cuantos connotados repúblicos, fuimos presa de caudillos, jefes militares, dictadores, gobiernos autoritarios y demás especies personalistas. Solo a mediados del siglo XX, pudimos zafarnos de estos perniciosos mandamases. Con la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, reiniciamos el arduo tránsito hacia la democracia y la soberanía popular. Difícil, complejo, lleno de virus militaristas, acompañado --para colmo- de unas fraudulentas propuestas “liberadoras”, de una épica montañosa y urbana totalmente irracional y de otras “lindezas” fuera de todo contexto democrático. Avanzamos y mucho, pero los virus continuaron sus implacables agresiones. Y aunque se defendió como animal acorralado durante un largo tiempo, al final el agotamiento hizo mella y las vacunas comenzaron a escasear. Muchos, y hasta sus mismos oficiantes, se aprovecharon de sus debilidades, cansancio o achaques para volver a sus anteriores andanzas o para satisfacer su pertinaz personalismo. El comportamiento de algunas élites e importantes dirigentes no fue de compromiso con el sistema, como alguien acertadamente aseveró. Los remedios y antídotos llegaron retrasados y algunos hasta “vencidos”. El virus fue ganando espacios hasta contaminarlo todo. A pesar de los improvisados esfuerzos, la democracia entró en terapia intensiva y de allí no ha salido. Es cierto que ha habido días de notoria mejoría, pero quienes la observan y medican tienen generalmente opiniones y tratamientos diferentes y hasta contrapuestos. ¿Qué hacer? por Venezuela, por las futuras generaciones, la democracia tiene que superar esta situación letal, peligrosa y viral. La ciudadanía está infectada de parálisis, de poco entusiasmo, de escasa credibilidad en los liderazgos y partidos. En consecuencia, hace falta una altísima dosis de esperanza y unidad; de renovación de propuestas, reforzamiento de las organizaciones políticas y tener otra visión de país. Hay que sacar a flote nuestra “cultura democrática”, a pesar de su flaqueza, ausencia diaria y las manipulaciones del régimen. Hay que plantear algunos temas novedosos, atractivos, desafiantes y convocar a la ciudadanía a creativas jornadas de participación. En consecuencia, hay que desterrar el secretismo y la permanente oscuridad en la toma de decisiones. En fin, hay que llamar a todos – sin exclusión alguna- a la planificación y realización de impresionantes y multitudinarias jornadas de solidaridad y de calle. Solo abriéndole troneras al gobierno se verá obligado a una apertura y diálogo que nos llevará- a fin de cuentas- a la tan ansiada transición y la posterior reinstauración democrática. Frente al virus de la incredulidad, la desconfianza y rendición, no hay mejor vacuna y antídoto que la esperanza, una sólida unidad y una mayor participación. Feliz año para todos. NOTA: Al momento de escribir estas líneas, no se han realizado las elecciones en Barinas. Sean cuales fueren los resultados, lo importante es continuar procurando abrirle enormes huecos a la ya endeble pared que nos separara de la democracia. |*|: Especial para www.opiniónynoticias.com |
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