Historia de la independencia de Venezuela (1810-1830) |
Escrito por Ángel Rafael Lombardi Boscán | X: @lombardiboscan |
Martes, 30 de Enero de 2018 00:00 |
“Si aprender es recordar, ignorar es de hecho haber olvidado”. Jorge Luis Borges Para Jordi Canal No creo mucho en el precepto bíblico de que la “verdad nos hará libres”. Al contrario, la verdad, es una tortura andante para quienes deciden optar por ella. Acercarnos a la verdad es mirar la culpa cara a cara. Nietzsche, el filósofo del martillo, que al igual que el debilucho viejito que hacía de poderoso Mago en Oz, la mítica película del año 1939, fueron expertos ilusionistas. Aparentaban, como la mayoría, algo que en realidad querían ser y nunca lo fueron. Los mecanismos de compensación están grabado en la piel humana, de lo contrario, el dolor sería insoportable. El Poder es experto en desarrollar construcciones mentales ilusionistas en forma de mitos y leyenda para superponer una realidad conveniente a sus designios negando la cruda realidad de los hechos. El mecanismo mental es muy sencillo: reacomodar los recuerdos, sustituirlos o hasta inventarlos. Incluso, los historiadores profesionales, también son víctimas de éste ardid que nace como condicionamiento nacionalista, o lo que es peor: el chantaje patriótico. ¿Cuánta verdad estamos dispuestos los venezolanos a soportar sobre nuestro pasado? ¿Sobre nuestra historia? ¿Sobre nuestros héroes? ¿Sobre nuestra “gloriosa” Independencia? En realidad, muy poca. El mito sobrepasa las posibilidades de una historia comprensiva, crítica y real. El engaño es persistente y la confusión sana se evita por completo. El Poder en su esencia es simple e inculto y convierte a la historia en una especie de “Legión del Coraje”. Para empezar, la Guerra de Independencia en Venezuela, fue un holocausto en vidas humanas: 250.000 muertes de una población que apenas llegó a 800.000 habitantes en el año 1810. Y además, fue una guerra de exterminio sin un propósito político definido. La Metrópoli estuvo ausente del conflicto y los rebeldes se odiaban más entre sí mismos que a los adversarios. La guerra social, bajo los impulsos del rencor y la envidia, destruyó espiritualmente y físicamente a una Venezuela formada por varias Venezuelas (Caracas, Oriente, Maracaibo, Guayana, Andes y Llanos). La historia problema debe partir de unos hechos. Y estos hechos deben ser claves para ordenar el caos de las interpretaciones más dispares e interesadas. Igual creo que los hechos deben ser concatenados dentro de una lógica de pensamiento coherente y sencillo. Entre un libro de “historia” mal intencionado como “Venezuela Heroica” (1881) de Eduardo Blanco y un magnifico breve cuento de Alvaro Mutis: “El último rostro” (1990), es más de provecho el segundo para conocer sin alcabalas tanto a Simón Bolívar como nuestra Independencia.
Como derivado del espíritu ilustrado con sus connotaciones libertarias e igualitarias se produjo en Haití, dominio francés, en el año 1791, una revuelta de esclavos negros que puso en entredicho el dominio blanco en todas las colonias americanas. Más que invocar principios y acuerdos, fue un baño de sangre. 1797: la disputa geopolítica entre las principales potencias europeas: Francia e Inglaterra, condicionará el desenlace de la Independencia venezolana. Trinidad, territorio español de la Capitanía General de Venezuela, fue ocupada por Inglaterra estableciendo una cabeza de playa decisiva para contribuir a subvertir las posesiones españolas en el Mar Caribe. 1805, Batalla de Trafalgar. Casi nunca se le menciona pero es un hecho decisivo porque España pierde su flota naval y queda incomunicada de sus dominios ultramarinos. ¿Cómo entender a una Metrópoli cuyos dominios no puede defender de sus principales enemigos tanto internos como externos? 1808: Napoleón Bonaparte, Emperador de Francia, invade a su antigua aliada España. Este hecho es el principal de todos porque desencadena los movimientos autonomistas del año 1810 que conducen finalmente a la Declaración de la Independencia el 5 de julio de 1811. Una Independencia como salto al vacío de parte del sector mantuano (blancos criollos), el más privilegiado dentro de una odiosa jerarquía social piramidal que los ubicaba en la cúspide, obligado actuar para evitar que la “multitud promiscual” imitase los saqueos y las venganzas sociales y étnicas ya padecidas en Haití. Esa aspiración a una Independencia pactada cambiando para no cambiar nada se fue al traste en el año 1814 con la profundización de la Guerra a Muerte. Ya no era un conflicto por la Independencia sino una rebelión popular anarquizada sin fines políticos explícitos. 1815, llegó a Venezuela Don Pablo Morillo con un Ejercito Pacificador de 12000 veteranos para poner en cintura tanto a los caudillos insurgentes como a los díscolos Boves y Morales. 1817, la conquista de la Provincia de Guayana por parte de Piar, permite a los rebeldes o pro-independentistas, una base de apoyo en el Sur para sostenerse con la sustancial ayuda inglesa desde Trinidad a través de mercenarios, pertrechos, armamento y dinero. 1819, Boyacá. Esta batalla es la que permite desequilibrar la guerra venezolana y catapultó a Simón Bolívar como líder ya no discutido por parte de sus partidarios. Además, ésta maniobra de flanqueo en la Nueva Granada para luego atacar la fortaleza costera norte en Venezuela, defendida exitosamente por Morillo, conducirá a Carabobo en el año 1821. Y finalmente, luego de Ayacucho en 1824, dónde la liberación del Perú no fue muy popular que se diga: los peruanos, cabeza del principal virreinato de la América del Sur, estaban muy a gustos con unos opresores españoles distantes, muy lejanos, y por lo tanto, ausentes. Y el colofón, la Gran Colombia (1819-1830), una entidad con un solo ciudadano: Simón Bolívar, que duró menos que un suspiro. Los anhelos de Bolívar de presidir como Presidente vitalicio a ésta súper potencia fueron dinamitados por sus principales aliados: Páez, Santander, Flores y demás caudillos hoy glorificados por la Historia Patria latinoamericana. En esencia estos hechos son las coordenadas esenciales para entender un periodo de nuestra historia sobrevalorado y desfigurado por una ideología patriótica y nacionalista que modificó nuestro pasado para convertirlo en mito: una ilusión de gloria. Nos gustaría poder ofrecer, como alternativa, una historia que satisfaga de manera equilibrada estas tres exigencias: “hacer saber, hacer comprender y hacer sentir” (Krzysztof Pomian). Una historia sin disimulos profesionalmente competente.
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