A lo lejos alguien canta
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc   
Martes, 27 de Abril de 2010 00:54

altHace dos años Diana Mayoral alcanzó el mérito de ser la primera presidenta de la cámara de comercio más antigua del país. La sala de sesiones de la Junta Directiva de la ahora llamada Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Caracas muestra el monopolio que entre 1894 y el año 2008 ejercieron hombres


"En todo, amar y servir"
Ignacio de Loyola

No resulta fácil confinar al espacio de un pequeño artículo una personalidadtan rica en matices y en esfuerzos. Mujer, madre, esposa, empresaria, estudiosa, y por la fuerza de las circunstancias que ella misma se buscó, dirigente empresarial y pieza indispensable de proyectos educativos y sociales, nadie se imagina cómo y por qué su vida transcurre en un esfuerzo tan apoteósico para entregar cada minuto con una exigencia tal que a propios y extraños no dejan de sorprender.

Hace dos años Diana Mayoral alcanzó el mérito de ser la primera presidenta de la cámara de comercio más antigua del país. La sala de sesiones de la Junta Directiva de la ahora llamada Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Caracas muestra el monopolio que entre 1894 y el año 2008 ejercieron hombres llenos de prestigio y capacidad emprendedora. Tocó a Roberto Ball Zuloaga, el más conspicuo de todos ellos, entregar la conducción de toda esa tradición a una mujer, lo que fue para ese momento una especie de frescor y regocijo que se extendió por toda la comunidad empresarial, como una caricia que se debían desde hace mucho tiempo, una brisa fresca que venía a apaciguar las altas temperaturas de la enconada lucha por la preeminencia de la justicia y los derechos en los que los hombres de bien están empeñados desde hace algún tiempo.

Tal vez por su fuerte raigambre ursulino, su primer discurso fue enunciado en un plural que convocaba a la fuerza peculiar que se construye precisamente por el compromiso de todos, sin importar cuanta debilidad exhiba cada uno. Ese es precisamente el carisma de Ángela de Mérici, una santa medieval, que fraguó su misticismo y su heroicidad en la forma como asumió el sufrimiento sin que por ello se amilanara en la consecución de su proyecto de vida. Ese "nosotros" nunca dejó de ser, y por dos años me tocó formar parte de un equipo cuyo carisma fue la dulzura trastocada en firmeza, la benevolencia convertida en afán, y la ética empuñada como una lanza indestructible, dispuesta a blandirse contra todo aquello que pusiera en peligro los principios y valores que frente a todos sus pares juró defender.


Ursulina de origen, no deja de ser una gran contradicción que también sea de muchas maneras posibles una jesuita confesa. No porque merodee por los predios de la escuela de su hijo sino porque no puede ocultar que comulga a pesar de las dificultades, con ese imperativo que le exige estar al servicio de la caridad, sin renunciar a la modernidad que supone el reto de un hoy tan difícil y a veces tan promiscuo. Uno de sus hábitos transformado en parte de su carácter es la profunda empatía en el trato y la predisposición a la acogida maternal de los problemas de los otros. Esa es precisamente su fortuna principal, la capacidad voraz para transmitir que con ella, a pesar de todo, las cosas pueden terminar funcionando. No en balde es ingeniero con afanes pedagógicos y curiosidad teológica. Tampoco en balde es la esposa de su amado Carlos, con quien hace una yunta intelectual y vital estimable e inexpugnable.

En estos dos años la he visto correr peligros y asumirlos en silencio y con mucha humildad. También he compartido con ella sus momentos de angustia y sus exquisitos asomos literarios,  pero allí vuelve a ser todo lo ursulina que una mujer moderna y comprometida puede llegar a ser, llena de una humildad tan genuina que ni estorba ni ofende. Lamentablemente el imperativo democrático de nuestras instituciones empresariales ahora impone una despedida que nadie quiere ni desea. Pero así deben ser las cosas. Así deben seguir siendo, porque el derrumbe institucional de nuestro país entre otras cosas ha sido el resultado de poner por encima de la ley, el atractivo por las personas, que en el lamentable caso de Venezuela, ha devenido en tiranía. Diana se despide de la Cámara haciendo como acostumbra un contraste tajante entre su decencia y el aplomo de su condición de mujer, y la conducta de muchas otras que con su sola presencia nos humillan y nos hacen dudar sistemáticamente. Precisamente porque Diana es la mejor expresión de la mujer venezolana, algunos pensamos que no lo hemos perdido todo. Allí está su ejemplo y sus obras para señalar cuál es el norte de lo que debemos ser algún dia.  Termino con Neruda en tono de homenaje, dedicándole en nombre de todos sus amigos el último párrafo del poema 20. "Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido".

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