Cruzando puentes
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti   
Martes, 28 de Junio de 2022 00:00

altCuido mi dentadura. Incluso llegué a trabajar un tiempo como ayudante de odontólogo.

Al aprender memorizamos y el atesorar esa memoria es lo que llamamos experiencia. Antes de cruzar forzosamente el puente Internacional Simón Bolívar, entre los años 2015 y 2017, la crisis venezolana llegó a un punto que para muchos se hizo muy difícil sobrellevar. Llegué a ver cómo pesaban el papel moneda, que era ya la antesala del huracán de la hiperinflación. Recuerdo haber tenido el dinero para ir al supermercado y encontrarme con estantes vacíos. De las cosas que llegué a comer en esos años no sólo se resiente mi memoria, también mis muelas. 

Exquisiteces y necesidades 

En una ocasión, buscando harina, terminé comprando una que, con etiqueta gris, señalaba ser artesanal. Resultó ser tan dura que casi pierdo un colmillo. De esas cosas que tuve que comer porque no había otra opción, estaban dos que revuelven un poco el estómago. Por una parte, estaban unos envases que decían ser “productos lácteos” y cuando uno leía el contenido, no aparecía la palabra leche por ninguna parte. Lo otro que era difícil de digerir eran una suerte de “productos cárnicos” que tampoco mencionaban la palabra carne por ningún lado. Solo Dios sabe qué estuvimos comiendo en ese tiempo. Esas cosas, como el no conseguir la comida necesaria para vivir, fueron lo suficientemente motivadoras para preparar los documentos con sus respectivas apostillas. 

Artículos para la supervivencia

En tiempos de crisis importante, desaparecen los artículos para el cuidado y aseo personal. La falta de crema dental hizo que muchos experimentásemos con otras posibilidades. La primera era la crema dental de origen chino, que era una suerte de plastilina que se quedaba pegada en los dientes y no hacía espuma. Después vinieron los otros experimentos, como el uso de bicarbonato o el limón, todos inútiles. Que haya un viraje y se abra la posibilidad de que se normalice el intercambio comercial entre Colombia y Venezuela, solo puede ser motivo de alegría para quienes cultivamos cierta actitud pragmática hacia la vida. Es imprescindible contar con lo necesario para vivir o de lo contrario la posibilidad de ser hacia adelante se nubla. 

Lucha de clases y afines

Lo interesante de los cambios sociales que buscan modificar de raíz a una sociedad es que al final puede pasar que no haya ganadores. Quienes se creen ganadores quedan atrapados en falsas burbujas de las cuales no se pueden mover. Son fantasías vitales en las que pueden disfrutar de los placeres sensoriales de la vida, sin mucho contenido y una trascendencia que quedará señalada como negativa para siempre. Quienes aparecen como perdedores, quedan sumidos en la ceguera de la desesperanza o de la negación, sin capacidad de proyectarse a otros escenarios y con la expectativa de que las cosas mejoren sin poder participar activamente en esa mejoría. El grito de lucha es esa frase minusválida que asoman: “Aquí, aguantando la pela.” Por eso siempre he pensado que nada es más perverso que la falaz búsqueda de la conflictividad entre miembros de una sociedad, que termina solo por cambiar a los protagonistas que se habrán de beneficiar con el nuevo orden y la repartición de bienes. 

Migrantes pujantes

Todo proceso migratorio forzado es desmedidamente complicado. La parte buena de lo malo es que no hay un solo tipo de migrante. Está el que escapa y no sabe para dónde ni para qué, lo cual va a hacer que su proceso sea más enredado. Está el que migra teniendo en mente objetivos concretos y posibilidades de realización tangibles, que por muy modestas que sean, siempre serán un impulso para seguir adelante. En 2017 crucé el puente Internacional Simón Bolívar. En Cúcuta, en una modesta pensión, me cepillé los dientes nuevamente con crema dental. Tal vez sean detalles, o símbolos, en fin. 

 

 


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