El poeta de la revolución |
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti |
Miércoles, 23 de Marzo de 2022 00:00 |
En el caso de disciplinas de orden colectivo, como por ejemplo la música o la danza, el asunto no se complejiza porque es imprescindible que el aparato de gobierno costee y promueva los gastos atinentes a estas disciplinas. Mas en el caso de aquellas artes que se hacen desde el plano personal, la cuestión se enreda porque desde la individualidad, el creador debe casi de manera forzosa establecer su posición política. Toda revolución tiene su poeta, que en una encarnizada lucha se intenta posicionar sobre todos quienes esperan que los líderes del proceso lo consideren como tal y le rindan homenajes y las imprentas del proceso publiquen sus textos. Tal vez quien mejor ha expuesto este tema que se repite cual “eterno retorno” es el escritor Milan Kundera en su novela La vida está en otra parte, una obra sobre “el poeta de la revolución”, que comienza de esta manera: “Cuando la madre del poeta se preguntaba en qué lugar había sido concebido el poeta, sólo cabían tres posibilidades: un banco de un parque nocturno, una tarde en casa de un amigo del padre del poeta, o una mañana en un romántico paraje junto a Praga.” Poetas hambrientos y sedientos Lo del poeta revolucionario es un asunto que se ha repetido en los procesos de este tipo y es mucho lo que se ha escrito al respecto. En relación con los escritores, llámense narradores o ensayistas, este compromiso queda sobreentendido porque es casi imposible establecer una posición neutral frente a las circunstancias. Pero en el caso de la poesía el asunto es más complicado. La relación entre el lirismo y las revoluciones tiene tal carga de contenido de carácter ideológico que la poesía muere y esa letra mortuoria queda para la posteridad. Lo vemos en esos poemas comprometidos injustificables y vergonzosos que Pablo Neruda deja para el recuerdo en donde exalta a Stalin y promueve la muerte de Nixon, ambas posturas ajenas a lo poético y cercanas al compromiso político en su lado más siniestro. Pero el sarcasmo de Kundera no pasaría de ser una simple irreverencia sin trascendencia si no es porque lo vivimos en carne propia quienes leemos los libros de los que se entronizan como poetas de los procesos revolucionarios y vemos cómo los mismos terminan siendo tristes panfletos ajenos al arte y la inventiva. De tal forma que no podía faltar la dentellada de la crítica y Kundera estructura la novela La vida está en otra parte en siete capítulos por demás reveladores de su rico contenido en donde se exalta la pobreza interior del personaje principal: Jaromil, “el poeta de la revolución”. Tales capítulos se titulan mordazmente de la siguiente manera: Primera parte o El poeta nace. Segunda parte o Xavier. Tercera parte o El poeta se masturba. Cuarta parte o el poeta huye. Quinta parte o El poeta tiene celos. Sexta parte o El cuarentón. Séptima parte o El poeta agoniza. Más repeticiones sin tregua Total que el poeta Jaromil, producto lustrado stalinista debe llegar a pactar con el humanismo oficial y colaborar con las actividades policiales, convirtiéndose en una antítesis perfecta de lo que significa ser poeta para terminar siendo un ramplón don nadie a quien la historia se encargará de ubicarlo en el más profundo anonimato y sus textos comidos por la polilla, el olvido y si tiene suerte aspirara a ser visto en el futuro, pero con la vergüenza de quien ha vendido su alma a los intereses contrarios a aquello que predica: Cultivar la sensibilidad como esencia. Con el escandaloso precio de las ediciones de textos de todo tipo, en países en donde la economía apenas permite que la gente coma, el poeta de la revolución de manera casi caricaturesca sigue existiendo y la adulación para que sus textos sean editados por los promotores culturales es escandalosa. Por antonomasia, desde lo individual solo tiene sentido escribir como un acto de rebeldía y no como una concesión puesta al servicio de una causa política. Arte y desastre Este tema tan recurrente en la historia del pensamiento, el de las artes individuales puestas al servicio de un partido, tuvo su más triste y decadente manera de manifestarse durante la existencia de la Unión Soviética porque durante más de setenta años la creación se vio tronchada y los verdaderos artistas fueron confinados al ostracismo oficial y a la imposibilidad de acceder a la promoción de sus creaciones. Si queremos familiarizarnos con el duro siglo XX y la manera como se impusieron los totalitarismos, existe multiplicidad de autores que recrean magistralmente el tema, siendo Milan Kundera uno de sus mejores intérpretes. Sin embargo, no hay que ser adivino para entender que el siglo XXI lamentablemente promete más situaciones similares que creíamos superadas, pero siguen presentes, como vemos actualmente: hienas atacan una civilización condenada a repetir una y otra vez las mismas tragedias.
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