Veintinueve mil niños
Escrito por Ignacio Ávalos Gutiérrez   
Jueves, 18 de Agosto de 2011 00:30

altY ante a lo que pareciera, reitero, un quiebre civilizatorio, el menú ideológico sólo nos ofrece, como salida, viejas  medidas conservadoras que insisten, palabras más, palabras menos, en el poder mágico del mercado


I.
Dice Google que Somalia es un pequeño país de siete millones de habitantes, ubicado al este del continente africano. Tras una larga guerra civil se encuentra de facto dividido en pequeños estados y facciones independientes, sin un poder que lo gobierne en su totalidad.  Señala, así mismo, que Somalia es, en estos días y por enésima vez, un país sitiado por el hambre, sobre todo, aunque no sólo, porque no ha llovido y no hay cómo regar los campos ni  atender al ganado, poniendo de bulto, ante la porfía del liderazgo que gobierna la tierra, el tema del cambio climático. Y, por si fuera poco este cuadro casi eterno de pobreza extrema, su situación política es una bomba de tiempo.

Ante esta situación ha habido, desde luego, una movilización  a nivel internacional para ayudar a Somalia,  pero queda la sensación de que la respuesta ha sido insuficiente para impedir  que el saldo sea ya un reguero de cadáveres, varias decenas de miles (por ahora), mientras que  otros tantos ciudadanos ya tienen anotado su nombre en las listas de espera, tomando en cuenta el  hecho de que  más de la mitad de la población necesita ayuda inmediata para sobrevivir.   

Así, se prueba de nuevo, que  el planeta en un Mercado Global, más que en una Aldea Global. Somalia esta jodida, pues, su tragedia no compite, ni en atención ni en acciones, con el desmadre que hoy rige en los mercados financieros.

II.
A estas alturas de la historia, el hambre, cree uno, debiera ser una palabra descontinuada.   Sin embargo, según datos de la FAO, se calcula  que, en varios países, 1.200 millones de personas sufrirán hambre crónica de aquí al año 2025, tragedia injustificable en un planeta habitado por 7.000 millones de habitantes que es capaz de producir cantidades suficientes de comida  para 12.000 millones.  El problema no es, entonces, según diagnósticos de viejísima data, la escasez de  alimentos, sino la inadecuación de los esquemas institucionales conforme a los cuales los terrícolas tenemos dispuesta nuestra existencia aquí en la tierra

Por estos días, la crisis estruja el mundo y si se miran con cuidado - y sin gríngolas -, las cosas que vienen ocurriendo, entre las cuales lo de Somalia es apenas  un indicativo entre otros muchos, pareciera que nos encontramos ante un desacomodo profundo, de carácter civilizatorio, dicho sin exagerar, el cual incluye factores ambientales, climáticos, energéticos, hídricos y, desde luego,  alimentarios. Estamos, pues, frente al agotamiento de un modelo de organización económica, productiva y social, con sus respectivas expresiones en el ámbito político,  ideológico, simbólico y cultural.  Un modelo, y vuelvo al comienzo de estas líneas, desde el que no se pudo impedir  la muerte, por hambre, de 29.000 niños, ocurrida en Somalia en los últimos tres meses.

III.
Y ante a lo que pareciera, reitero, un quiebre civilizatorio, el menú ideológico sólo nos ofrece, como salida, viejas  medidas conservadoras que insisten, palabras más, palabras menos, en el poder mágico del mercado o, de otra parte, por estos lados del mapamundi,  un pretencioso socialismo a lo siglo XXI que  se reduce a formas diversas de capitalismo de estado, perversiones burocráticas e involuciones políticas.
Por lo que se ve, no sólo Somalia esta jodida.  En todas partes hay nostalgia por el futuro




HARINA DE OTRO COSTAL
Está bien que tengamos una nueva Ley del Deporte, la anterior ya no alcanzaba.  Está bien que haya sido aprobada por unanimidad en la Asamblea Nacional, algo que cuesta ver por estos tiempos en los que domina el desacuerdo casi para cualquier cosa. Está bien que la misma democratice el gobierno del deporte, se ocupe de la protección social de los atletas,  promueva  la masificación y reconozca la importancia de la intervención del Estado, entre otros de sus logros.  En fin, todo bien, por ahora y esperamos que siga bien al momento de redactar el reglamento correspondiente, que, como se sabe, equivale a la letra chiquita de los contratos.  Esperamos, pues, que revele el sentido de la ley, respetando el acuerdo político, y que no se deslicen normas de contrabando.  Es que por esta época uno se ha vuelto muy suspicaz.  El Nacional, miércoles 17 de agosto de 2011

EN/OyN


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