“Yankee, come in” |
Escrito por Manuel Caballero |
Domingo, 26 de Julio de 2009 08:18 |
![]() Ni en su propio idioma Pero una gente a quien la capacidad de expresarse correctamente le es desconocida en su propio idioma, mal puede tenerlo en lengua extranjera. Y sin embargo, hasta en ellos asombra la incongruencia: el reproche más amargo que hace el mandamás venezolano al nuevo gobernante de EEUU es que no haya cercado a Honduras como lo ha hecho con Cuba, que no haya retirado su embajador en Tegucigalpa, y si lo apuran mucho, que no haya enviado a los marines a reponer a Zelaya en Palacio. En otras palabras, dichas en el antiguamente odiado idioma de “Milton, Shakespeare and the Bible” (como lo exalta Bernard Shaw), que de la noche a la mañana el hampa gobernante cambió aquel fiero yankee, go home, por este sumiso yankee, come in. Lo cual no le impide, al mismo tiempo, acusar a EEUU de haber dado el golpe en Honduras. En días pasados, en un programa del canal oficial, un militante enfranelado de rojo llamaba a sus interlocutores a enfrentar “esta nueva agresión del imperialismo”. Y para que no se crea que éste era el desbordamiento de un militante de base, lo ratificó el canciller Maduro. Las cuentas del Gran Capitán La verdad es que si vamos a hacer la lista de las contradicciones, inconsecuencias, virajes, apostasías, retrocesos y culipandeos de estos señores, este artículo no sería tal sino las famosas cuentas del Gran Capitán. Ni siquiera un hombre de tan copiosa incontinencia verbal (mejorando lo presente) como Cipriano Castro, había dado tantos tumbos, vueltas y revueltas: no en vano hoy se le quiere elevar al hieratismo de las estatuas como uno de los genios tutelares de esta revolución tan “bonita” como podía serlo para sus “doñitas” aquel “mono rijoso” que se les echaba encima más por las malas que por las buenas. Cuando lo oigo llamar a los hondureños, “golpistas”, “militares felones”, “gorilas”, “dictadores”, “masacradores de manifestantes inermes”; cuando lo escucho acusarlos de “ilegalidad”, de “ilegitimidad” y hasta de cobardía (¡el Héroe del Museo Militar!) me entran ganas de obligarlo a pagarme derechos de autor. Porque da la casualidad de que este servidor lleva exactamente diecisiete años diciendo lo mismo de un militar golpista, felón, gorila, dictatorialista, masacrador de manifestantes inermes, ilegal e ilegítimo a quien no nombro porque le huyo al pleonasmo. Sino todo lo contrario Acaso sus fanáticos puedan encontrar explicación y hasta justificación a esa costumbre tan suya de decir una cosa en la mañana y la contraria en la tarde, en un simple traspié de la memoria: hay gente que no espera a que se le acumulen los años y se le vaya secando el cerebro para olvidar hasta el nombre de su propia madre. Aparte de que si es verdad aquello de que “lo que natura non da, Salamanca non lo presta”, ¡imaginemos si además, la persona con cuyo cerebro fue tan mezquina la naturaleza, escoge para rellenarlo una institución donde “inteligencia militar” no es un sarcasmo sino una oficina de espionaje! Pero otra cosa, y esta sí imperdonable, es eso que se le ha ido volviendo una segunda naturaleza a nuestro verboso mandamás: el hábito de amenazar con desatar sus furias contra el enemigo, prometiendo derramar hasta la última gota de sangre para vencerlo, y cuando el plomo comienza, salir corriendo a meterse debajo de la cama, o como el borrachito fanfarrón, a gritar “agárrenme que lo mato”. Nunca había corrido tanto El caso de Honduras es ejemplar. Pocas veces ese individuo se había jactado tanto y corrido tanto; amenazando a los “golpistas” hondureños con derrocarlos; derramando hasta la última gota de saliva (y sangre sólo si ajena). Porque de la propia, ya van tres veces que le ha sacado el cuerpo a meterse en el avispero centroamericano, de las cuales las dos primeras no ha tenido empacho en reconocer que lo hizo por temor a que le pegasen un tiro; y la última vez, por encontrarse presa de una enfermedad de la cual todo lleva a pensar que fue la misma que lo aquejara con todas sus urgencias el 4 de febrero de 1992. Lo peor de todo esto es que las características de un dirigente pueden contagiarse al pueblo que domina; tanto más si el contagio es deliberado, como se pretende a través de una educación dogmática, impregnada de la A hasta la Z de culto a la personalidad y militarismo. ¿Estamos entonces destinados a convertirnos en un pueblo cobarde, fanfarrón y malhablado? Afortunadamente, existen vacunas para esas pestes. El aumento sistemático de la cifra electoral de la oposición y los estallidos populares cada vez más airados y numerosos, indican además que nuestro sistema inmunológico se fortalece día a día. |
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