Carisma y liderazgo político |
Escrito por Freddy Marcano | X: @freddyamarcano |
Martes, 04 de Marzo de 2025 00:00 |
No por azar, el primer grito a favor de la independencia, se sintió en toda la América española de entonces. Un largo proceso político que incluyó una guerra extremadamente dura, aportó el liderazgo indispensable, a tono con los tiempos que se vivían. Solemos resaltar los más extraordinarios hechos militares y olvidamos, aquellos actos del pensamiento y la civilidad que forjaron el país republicano absolutamente perfectible. A partir de 1958, Venezuela vivió y auspició la mejor etapa de crecimiento económica y justicia social con libertad y democracia. Incluso, quienes se desbocaron y celebraron a rabiar el ascenso del chavismo al poder, hoy se muestran a favor de un ideario que urge con una fuerza extraordinaria. A veces, novedoso el enfoque, otras, tedioso y convencional, volvemos una vez más a recordar el aniversario del natalicio de Rómulo Betancourt, pero nada fácil en medio del marasmo de estos días, que promovió aquellos líderes que él formó en las ideas y la acción concreta. Un Carnevali o un Ruíz Pineda, por ejemplo, quizá hubiesen sido sucesores de Rómulo en la presidencia de la República. Esto por lo que respecta a la socialdemocracia venezolana. Pero – es necesario reconocer – que, entre los socialcristianos, liberales, comunistas hasta perezjimenistas y toda la gama política e ideológica de los partidos venezolanos y del mundo independiente, gústenos o no, ellos contribuyeron con grandes nombres al elenco político de nuestro país. Caldera no se entendió sin Herrera Campíns y la pléyade de referentes nacionales de los copeyanos; Villalba se explicó también por la existencia de Ugarte Pelayo; Machado (Gustavo, ha de sobrentenderse) tuvo en Márquez (Pompeyo, el aguerrido) otra voz seria; Uslar pudo prolongarse con Segnini La Cruz; Salas Castillo no logró la anuencia y conformidad plena de Pérez Jiménez; y así sucesivamente. Nunca antes se entendió que el líder democrático que contrastara con el autócrata de turno, pretendiera probar aún en la oposición ser también … un autócrata. El líder era realmente un conductor político en el terreno árido del pensamiento y en el muy exigente de la acción, lo cual significaba que cultivar, aceptar y desarrollar (perdonen el lenguaje castrense) un generalato que contase con buenos oficiales capaces de aspirar, competir y llegar a ejercer las máximas responsabilidad de dirección. No de figuración, no de figurines de ocasión, sino de una verdadera dirección. Los partidos políticos fueron escuela de líderes de todo nivel y, por lo general, comprobada una vocación, su formación comenzaba desde los tiempos de liceístas. Competían limpiamente por hacer el grado. Por mucha prensa escrita, radio y televisión que tuviesen (eran las redes sociales de antes), poco espacio había para el narcisismo, la pantalla, la autosuficiencia. Esta es una verdad del tamaño de un templo, a muestra el liderazgo de Rómulo Betancourt, que hasta su propia vida arriesgo, sufriendo varios atentados y, en la que era su casa de habitación de Pacairigua, todavía está el traje manchado de sangre del magnicidio frustrado en Los Próceres. Ahora vemos como el liderazgo se basa solo en el carisma como una característica intrínseca e inseparable del liderazgo político de las sociedades. Aunque el carisma se construye con la relación de dominación y comunicación que el líder ejerce sobre sus adeptos; la legitimidad se sustenta con la entrega, el reconocimiento de los seguidores que siguen sus mandatos siempre basados en la “racionalidad”, “la experiencia”, “la sapiencia” y en el beneficio que se obtiene. En las últimas décadas con el avance tecnológico y las redes sociales describir a un líder y el carisma que ejerce en la sociedad en un ambiente de una gran banalización que ha provocado que en muchos momentos al hablar de carisma no sepamos muy bien a qué nos referimos, muchas veces por la falta de fundamentos teóricos y prácticos. Como hemos insistido todos estos años, es necesario que la sociedad y los liderazgos políticos sean los que impulsen la relación entre la ciudadanía, los políticos y las organizaciones políticas, tal y como nos enseñaron aquellos líderes que lograron la libertad y la democracia, formándose para obtener el conocimiento y la experiencia para traducir las verdaderas necesidades de la población. Esta relación se ha perdido por la falta de credibilidad hacia los nuevos líderes políticos y su capacidad para conseguir soluciones. No basta solo con el carisma que se ejerce gracias a la nueva era digital y al manejo de la emocionalidad, debemos ir más allá de la imagen, para que podamos conseguir el tan anhelado cambio que necesita la sociedad venezolana. El carisma, la formación y la experiencia deben ir de la mano para llegar a puerto seguro. IG,X: @freddyamarcano |
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