Del suelo lunar |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Lunes, 25 de Diciembre de 2023 01:10 |
Propulsada desde el Estado, a principios del presente mes, circuló la información en torno a la excéntrica creación de una universidad interreligiosa en Venezuela. Se dice de un propósito ecuménico por estos parajes tan inhóspitos en los que sólo la fe – así sea en la humanidad – nos mantiene en pie, paradójicamente, en medio de un insoportable batiburrillo de creencias a lo New Age que, por cierto, alma e inspiración absoluta de todos los medios televisivos, facilitó la arremetida final de la llamada antipolítica al concluir la anterior centuria. Lo curioso es que la iniciativa no surge de un proceso creciente de discusión necesitado de los rigores académicos, propio de un clima convincente de libertades y, entre ellas, las religiosas, sino de las más altas esferas del poder establecido que nos ha lesionado, algo más que empobrecido, espiritualmente como garantía de su supervivencia. Y, al mismo tiempo determina cuáles profesiones de nivel medio y superior, son y serán prioritarias para el país, descartando cualesquiera carreras humanísticas, aunque – ahora - hace una excepción que concierne muchísimo más a las personas y a la sociedad civil que al Estado, ofertando – así se entiende – plazas para educandos y educadores que ya son extremadamente precarias en las instituciones de una holgada y confiable tradición. Faltando poco, sistemáticamente negado el presupuesto adecuado para todas y cada una de las universidades públicas y presuntamente autónomas del país, severamente condicionadas las de carácter privado, pretende erigir una casa de estudios que no será el resultado del diálogo entre las diferentes creencias, organizadas o no, sino escenario y espectáculo de un debate improvisado que devendrá tertulia y, como cualquier entidad oficial que se precie, susceptible de los deberes y obligaciones político-partidistas que justifiquen su existencia y devoción hacia sus terrenales inventores. Breve digresión, medio siglo atrás, George Harrison atendió la solicitud de ayuda de Ravi Shankar, uno de sus maestros, para la realización de un concierto en el Madison Square Garden a favor de las víctimas inocentes de la guerra de Bangladesh. El uno, agradeció así el intenso tránsito que había hecho por la India, como, el otro, el suyo por Estados Unidos para una causa justa, sin que ambos renunciaran a sus específicas responsabilidades profesionales, desbordándose. Entre otras instituciones afines, igualmente respetables y duraderas, la Iglesia Católica en Venezuela ha extremado su cautela respecto al régimen y no se le oye, en el púlpito dominical, hacer referencia a las recientes detenciones de otros sacerdotes en la Nicaragua socialista de Ortega, como a Bergoglio tampoco con el gesto contundente y convincente que esperamos ante un fenómeno que puede extenderse y se extiende en América Latina. Y esto, por no mencionar la descolocación ante el arrollador discurso de la posmodernidad, el asedio morboso de lo políticamente correcto, y la infrecuente ocasión para la reflexión teológica ya francamente desconocida por una feligresía que recibe el duro impacto, el leñazo cotidiano, artero y acomodaticio del pensamiento mágico-religioso, a veces, repleto de costosos ritos y detalles. Discurso de un sincretismo tan asombroso que, a la vez, es burla hacia los mejores intencionados que buscan desesperadamente – aún sin saberlo – un referente ético, poderoso y fehaciente, capaz de ayudar en la arriesgada travesía de un siglo de inauditas obscuridades y mortales tropiezos, cual selva del Darién flotante en el ánimo masivo. No constituye casualidad alguna la escasez y hasta inexistencia de narradores, dramaturgos, poetas y cineastas capaces de rebelarse con un contradiscurso que denuncie y haga comprender nuestras realidades, en suelo lunar, expulsados y perdidos en el inmediato espacio sideral, tupidos de las fantasías inescrupulosas de un gobierno que se interna y juega con la más radical intimidad de nuestros fervores, esperando todos por una pastoral que refuerce y nos apertreche de la más firme esperanza para salir del túnel: disciplinados en la urgida reflexión y decididos a la definitiva liberación, como enseñara Luis José Lebret respecto al cristiano atrevido a serlo. Propicia la fecha para desearles a todos, a pesar de las circunstancias, una feliz reivindicación de la Navidad en la que caben creyentes y también no creyentes, en defensa de la civilización occidental como la única capaz de acunarlos, respetarlos y alentarlos con una paz que se desea militante. Atentos ante las maniobras oficialistas por confundirnos apropiándose de nuestras más entrañables y profundas verdades, convicciones y creencias, prisioneros en el satélite natural, sus arideces y albures.
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