Del peor de los contextos
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 24 de Abril de 2023 00:00

altLos especialistas podrán corregirnos: entendemos que las tuberías y el cableado cursen subterráneamente y, por ello,

las deseablemente frecuentes cirugías del asfalto para garantizar una mejor y más cómoda prestación de los servicios.  Obviamente, los antiguos e  inevitables dispositivos de medición (electricidad, gas, telefonía, etc.), se encuentran en la superficie, requeridos de los más adecuados protectores para evitar cualquier accidente.  Sin embargo, no ocurre así y, por arriba , o por abajo, la ciudad capital es víctima de la militante displicencia de sus autoridades que sólo responden, acaso,  cuando es demasiado tarde.

En efecto,  los medidores solían protegerse antes, a través de cajas metálicas o plásticas,  y, en las viejas urbanizaciones, con un diseño sencillo y a tono con el paisaje, en piedra, bloque y cemento.  Por cualquier sitio de la metrópoli que es la del deterioro, se pueden avistar al aire libre, expuestos a la intemperie, prestos para el hurto de ocio, en el caso de que no tenga valor alguno para los anticuarios: los medidores que ya no sabemos de qué: aparentemente,  ya no hacen falta y forman parte de los desechos de esta suerte de guerra de baja intensidad que hemos sufrido.

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Hay cajas que pitan permanentemente, aunque el ruido del medio ambiente no permite apreciar esa suerte de bomba de tiempo de pequeño o gran impacto en ciernes. Es un silbido quizá propio de las distintas tensiones que hasta ahora tramita el cableado que esconde tras las puertecitas, o las deja al desnudo al alcance de un incauto.

Increíble es que haya protectores que pierdan pronto las rejillas o puertas, desmoronándose inadvertidamente los bloques.  Ya no sirven para esconder las cosas personales de los cada vez más escasos mendigos de las calles que, valga la acotación, la pandemia terminó de diezmar, olvidados por el régimen, teniendo la delincuencia retos superiores al del raterismo.

Por un chipazo de la memoria volvemos a los buzones de IPOSTEL regados por la urbe hasta bien entrado el presente siglo que desaparecieron, arrastrado el óxido por las aceras.Antes de que llegase  la era digital, a golpes y porrazos, a medias mientras que en otras  latitudes saben de sus magníficos esplendores, ya el Estado había pulverizado el servicio postal por un radical e indecible abandono. 

Hay detalles de la ciudad que subestimamos y olímpicamente ignoramos, presumiéndonos muy modernos al transitar esquivando las fracturas del asfalto, por las ya viejas autopistas, avenidas y calles,  levantados muchas décadas atrás. El modelo urbano del socialismo del siglo XXI se encuentra en La Habana, cuya mínima reconstrucción está orientada hacia los más inocentes turistas ideológicos que la suponen víctima de la maldad imperialista,  pero llena de franqueza por sus ruinas que hacia el interior del país debe rayar en lo más grotesco.

Por muy llenos de detalles y aunque fuese modesta la reflexión sobre nuestro hábitat,  exasperantemente resignados,  la creemos militantemente inútil al punto que nos aterroriza dejar registro en la memoria colectiva misma. No hay mudanza alguna de la ciudad reencaminada al  ahora desprestigiado progreso, sino el tránsito tenido por irremediable hacia el peor de los contextos.


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