El poder y el delirio |
Escrito por Ángel Rafael Lombardi Boscán | X: @lombardiboscan |
Jueves, 02 de Junio de 2022 00:00 |
Lo leímos con entusiasmo en su momento y desestimamos su principal intuición hoy ya cumplida: el chavismo enterró la democracia de partidos y se alió a Cuba para imponer la hegemonía de la “nueva clase”; una nueva oligarquía con apoyo militar que controla la institucionalidad a su medida e interés. Incluso, en el año 2013, luego del fallecimiento de Hugo Chávez, la sociedad civil pro-moderna y pro-democrática confió ciegamente que el chavismo sin Chávez tendría que ceder. Los años subsiguientes fueron críticos y la confrontación tradicional a la que estábamos acostumbrados mutó a una de tipo híbrido, arbitraria y violenta, que antes no lo sabíamos y ya hoy sí. Mientras se ganaban las elecciones parlamentarias del 2015 y se creyó que el retorno democrático, vía institucional, sería un hecho, desde el TSJ controlado por el chavismo, ésta gran aspiración quedó abortada. Luego las masivas protestas del año 2017, de 134 días, en todo el país y con apoyo internacional parecían confirmar nuestra fe en volver a la Democracia. Y resultó que los militares reprimieron a sangre y fuego las mismas y Maduro se aferró aún más al poder. El año 2019, fue otro escenario más en que las fuerzas civiles pro-democracia lo volvieron a intentar a través de la contra figura de Juan Guaidó y con un importante apoyo de la comunidad internacional. Una vez más se pensó que el chavismo mordería el polvo y la liberación de Venezuela se consumaría restituyendo la soberanía popular y la plena vigencia de la Constitución. El rompimiento de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos agravó aún más el conflicto junto a las disidencias dentro de la misma oligarquía chavista en el poder; que contra todos los pronósticos logró mantenerse en el mismo y demarcar vía represiva a sus más peligrosos opositores tanto afuera como adentro. Luego, los años de la pandemia: 2021 y 2022, fueron los de su consolidación bajo el desmontaje de los partidos políticos de la resistencia democrática y el arrodillamiento de la sociedad civil amansada desde la eutanasia social en curso. La bandera de la lucha contra la corrupción y la denuncia de las injusticias y desigualdades sociales que el chavismo enarboló en 1992 yacen en el más completo olvido. Y si resuenan de tanto en tanto es como mentira de Estado. Son tan audaces y caraduras que desconocen a la misma Constitución señalando que en Venezuela no hay división de poderes “sino distribución de funciones”: un poder privado al servicio de ellos mismos que son los que mandan sin contrapesos. Catorce años después de publicado el libro: seguimos creyendo que las protestas pacíficas, civiles y muy justificadas por la mejora de los salarios; el colapso de los servicios públicos; el respeto a los dictados constitucionales o hasta la misma posibilidad de ir a unas elecciones presidenciales para que se vayan del poder por las buenas son agendas legítimas que representan una salida moderna apegada a los códigos de una democracia en pie como la que conocimos entre los años 1958 y 1998. Y resulta que el chavismo no piensa de acuerdo a la gramática política moderna ya que es un proyecto pre-moderno de sociedad cerrada. Y mientras maneje la institucionalidad a su antojo con el control del monopolio de la fuerza seguirá haciendo lo que le dé la gana en aras de su propio beneficio y aliados. Al resto le impone su propia colonización desde una pavorosa regresión histórica asumiendo la tragedia social de la gran mayoría sin ninguna empatía. Le es completamente indiferente la desgracia de los millones de venezolanos lanzados a la pobreza tanto dentro como fuera del país. La Venezuela que tuvimos, la próspera y libre, la acabaron. Sus universidades, públicas y autónomas hoy destruidas e intervenidas, son sólo una muestra de esto que decimos. Nuestro sistema sanitario es vergonzoso. Y la seguridad social de los trabajadores la aniquilaron. Nos hicieron un Estado Paria. El libro de Krauze, escrito por un intelectual pro-democrático, creyó que el legado de Chávez estaría marcado por una heroicidad teatral de imposible cristalización ya que sus dos “padres: Bolívar y Fidel, le eran inaccesibles. Lo cierto del caso es que el verdadero “poder y delirio” lo vino a imponer, contra todo los pronósticos, a quién designó como su sucesor al frente del poder en Venezuela.
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