La opera de los trillones
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Sábado, 24 de Noviembre de 2018 05:36

altEn plena República de Weimar y cuando ya se asomaban las garras del Tercer Reich, el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht escribió su obra más exitosa y que lo haría mundialmente famoso: Die Drei Groschen Oper, La Ópera de Tres Centavos.

Una amarga, sorprendente e ingeniosa parodia del burdel político en que se había convertido la democracia weimeriana, con música de Kurt Weill, muy propia del esperpento expresionista y del Kitch muy Blaue Reiter perseguido por Brecht, uno de cuyos temas, Macky Messer, Macky el cuchillero, se convertiría en un hit mundial. ¿Quién no la conoce? “Y Macky carga una daga, y esa daga, no se ve…”

Se trataba de una adaptación a la Alemania de entre guerras – sórdida, tenebrosa, deslumbrante e imaginativa – de la clásica Beggar’s Opera, La Ópera de los Mendigos, del dramaturgo inglés John Gay, estrenada en Londres en 1728. Y ambientada en los suburbios prostibularios del Londres sumido en la decadencia, la nueva esclavitud proletaria, el vagabundaje y la prostitución. Gay prefigura los personajes que Brecht, el plagiario más talentoso del Siglo XX, convirtiera en la fauna hamponil de su sarcástica y demoledora parodia del Berlín post revolucionario y hitleriano, lugar de encuentro de los más espantosos totalitarismos del siglo XX y en el que un próspero explotador de mendigos, Mister Peachum, su hija, una prostituta doncellesca y virginal, y el jefe de la policía, su pretendiente, daban vida a la sátira del decadente capitalismo pre nazi.

Lo he recordado al son de este carnaval rufianesco y narcotraficante, mucho más delirante por tercermundista, subdesarrollado y petrolero, en el que la pareja presidencial, un casi bachiller y su brechtiana esposa, una abogada de los bajos fondos del Oeste caraqueño, asaltantes de bancos en tiempos de nuestra adeco copeyana República de Weimar y versión caribeña de Bony and Clyde, tiene a un par de hijos adoptivos en la cárcel de Manhattan, condenados a una larga pena de prisión por traficar 800 kilogramos de cocaína. Con pasaportes diplomáticos y protección presidencial. Y he constatado que, como suele decirse, la realidad es mucho más delirante y fantástica que la más especiosa obra de ficción: un capitán de ejército golpista, espaldero del hombre que intentó asaltar el poder por las armas para conquistarlo en las urnas luego de seducir a filósofos, matarifes, abogados, periodistas, delincuentes, empresarios, actores y asesinos, subió al estrellato del escalafón del brechtiano poder bolivariano gracias a que nuestro Mister Peachum de los cuarteles le reventó un ojo mientras jugaban al béisbol de los pobres – una tapita de cerveza aplanada haciendo de pelota y un palo de escoba en vez de un bate – dejándolo tuerto para el resto de sus días. Sacrificó un ojo por entretener a su jefe. La recompensa sería suntuosa.

Suficiente como para que nuestra pandilla de asaltantes y tiburones de albañal a la pesca de fortunas, lo convirtieran en el privilegiado de la familia y una vez apoderados de la Quinta República lo adoptaran como el consentido de nuestro llanero Mister Peachum, quien en un acto de soberano agradecimiento lo nombra nada más y nada menos que tesorero del reino. Tendría un solo ojo, pero suficientemente poderoso como para abarcar de una mirada los tesoros a su cargo y pudiera apropiarse impunemente de varios miles de millones de dólares. El ojo cubierto con unos elegantes anteojos de sol y puesto a valer en las mejores sastrerías norteamericanas y europeas, se retiró de todo servicio, se instaló en los Estados Unidos y para complacer a su joven vástago, que ama montar caballos de salto, compró una impactante mansión en la ciudad de Wellington, Florida, se hizo de un espectacular haras, adquirió los mejores caballos disponibles en el mercado, conquistó al vecindario hípico haciendo de mecenas del hipismo de La Florida y colmó sus ansias de posesión - él, un pobre y misérrimo muchacho de humildes orígenes – adquiriendo decenas de relojes de marca, carros de lujo, y todo cuanto un pobre multimillonario en dólares, obtenidos de un zarpazo de la noche a la mañana, considera el summum de la riqueza. Al extremo que algunas viejas damas de la nada pundonorosa aristocracia farandulera criolla cuentan haber salido de Wellington en una escapadita de fin de semana invitadas por el magnate de un solo ojo a cenar en Paris. Proponerlo, tomar el avión del tuerto y enfilárselas a Orly o a Charles de Gaulle, fue todo en uno.

No son tres centavos: son tres mil millones de dólares. Y como la suma total de lo robado, según testimonian chavistas de la primera hora aunque sorprendentemente honrados, como el ex ministro Jorge Giordani, asciende a la estratosférica y vertiginosa cifra de trescientos mil millones de dólares ($ 300.000.000.000,00), esa ópera no podría escribirla ni el más delirante y fantasiosoescritor de ciencia ficción: un Orwell, un Isaac Asimov o un Jorge Luis Borges. No se diga alguno de los guionistas de televisión o dramaturgos del patio, que además de ser incapaces de imaginar un crimen de esas feéricas dimensiones, prefieren no menealle, a ver si logran un acuerdo con el régimen para una transición sin víctimas.

Cosas veredes, Sancho…

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