Pelones costosos
Escrito por Macky Arenas   
Martes, 15 de Diciembre de 2009 06:41

altEstá claro que no por llegar a la cima del poder se convierte alguien en jefe de Estado. También lo está el hecho incontestable de que “el poder absoluto corrompe absolutamente”. No sólo el robo impune es evidencia de corrupción. También y, sobre todo, lo es el abuso de poder bajo la forma de la contención a toda manifestación de disidencia. La disensión puede ser pensar distinto o defender una propiedad legítima e inconfiscable. Lo cierto es que medio del conflicto con la disidencia se pierden los dictadores. Es lo que lleva las cosas a las tablas por donde pasa el punto de no retorno. El tiempo, de una forma u otra, le pone fin al forcejeo. Puede que sea largo o corto el pugilato, pero siempre juega contra el dictador. Porque ellos pasan y los pueblos quedan. Los países no se acaban; los países terminan acabando con aquello que los tortura.

El tema del tiempo tiene que ver con la habilidad para manejarse en medio del conflicto que despliegue el dictador. Algunos son capaces de ver más allá de sus narices y entender que el asunto puede escapárseles de las manos si no mantienen pan y circo. Construyen, regalan, divierten y comparten. Y así van estirando la melcocha hasta que se rompe —siempre se rompe— en el momento en que puedan irse por la puerta de atrás a disfrutar del botín el resto de la vida en dorados y confortables exilios.

Otros son más torpes y le meten presión a la olla al punto de que pierden el poder en medio de los estertores más infames. Tal vez el caso de Sadam Hussein sea el más emblemático de los recientes. Es difícil conseguir un dictador más poderoso; sin embargo al derrumbe de su orgullosa estatua le siguió el suyo propio. No hubo arbitrariedad que no cometiera, valido del poder absoluto que ostentaba sin el menor contén. Duró arriba, es verdad, pero de qué le sirvió si el final fue tan aparatoso, horrendo y hasta deshonroso? Allá ellos con sus escogencias de ruta. Lo interesante aquí es la lección que nos da la gravedad del poder: no importa cuán alto estés, siempre te espera el frío y duro asfalto. Eso, sin mencionar lo que depara la vida después de la vida, que no debe tener parentesco alguno con los mejores momentos de aquellos en que se pensaban dueños de vidas y haciendas.

Muy equivocados deben andar los cálculos del que regala al exterior mientras en nuestros hospitales ruletean a las parturientas. Muy mal olfato el que hace detener a una juez por liberar a quien pagaba injusta condena; muy, pero muy perdido el que arrastra a un compatriota en huelga de hambre por el solo hecho de pretender la devolución de su propiedad; bien pelao el que se imagina que una treintena de emisoras confiscadas y varias decenas de presos políticos y exiliados no hacen peso para la caída. Pero creer que pueden deslindarse de sus entuertos es quizá la mayor prueba de esa imbecilidad que los arranca de cuajo del tope a la raíz. No sabemos aún qué resulta más patético, si el estado en que vive un nación bajo semejante conducción o el escenario donde la personificación de la miseria se pasea con el poder bajo el brazo. Nada, que hay pelones que resultan tremendamente costosos.


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