Perversidad de la autocensura
Escrito por Oswaldo Osorio Canales   
Martes, 10 de Noviembre de 2009 07:13

altLos escritores y columnistas que hemos mantenido una sostenida conducta en la interpretación de la conciencia crítica en todas las épocas, desde muy joven en mi caso, y que nuestras columnas crean opinión, debemos cuidarnos de no incurrir en la autocensura, si bien a veces tenemos que aceptar algunas limitantes para no perder tribunas de alto seguimiento comprobado, por cuanto hay grotesco ventajismo oficial, y es preciso mantenerse firme en la lucha por la libertad y la democracia. Hay que evitar el envilecimiento del pueblo, entendido este no en su expresión populista de materia prima explotable para sacarle provecho político tangible en el juego de engañar al hombre común. Digo pueblo como sinónimo de ciudadano, en modo alguno de carnada. he dicho repetidas veces que entiendo como envilecerse, entrar en el proceso personal de perder la autoestima, el decoro hasta caer en la claudicación vía la resignación y un progresivo conformismo letal. Hay que ser sensible con el respeto a nuestro trabajo intelectual, como caer en la autocensura que distorsiona la libre expresión del pensamiento y contribuir con la mentira de que se respeta la garantía constitucional del caso.

Hay que evitar envilecerse

Quienes sentimos devoción por escribir y hablar con seriedad y temple lo que pensamos está aconteciendo con nuestro país, con nuestros hijos y los hijos de los hijos… En fin, quienes tenemos el verbo y la pluma como las únicas armas o herramientas que utilizamos para defendernos y dejar nuestros puntos de vista expuestos, como expresión vivencial de nuestra propia existencia, tratamos de cuidar esa arista personalizada más allá del mero formalismo. Porque es preciso evitar hacer el juego que lleva las cosas al envilecimiento que da pie a acostumbrarnos a obedecer para que algún tirano se eternice en su afán patológico de mandar. Me refiero a cualquiera, de derecha, izquierda o de un proyecto personal sui géneris, difícil de nominar por la extemporaneidad y contradecir la idiosincracia nacional, todo un pastelado delirante y personalista. Todo como parte de una opereta mal acabada, y que nos hace llorar en lo más profundo a extremos de ver lesionada la dignidad personal.

¿Qué hacer?

Hay que ganar la AN, para lo cual debe seleccionarse buenos candidatos, tratar de consensuar en torno a ciudadanos idóneos que logren el voto polícromo dentro de los parámetros de una unidad real que ofrece opciones validas para la faena de la reconstrucción nacional. La AN sólo para el oficialismo otra vez, sería criminal, pero también es suicida entrar en la candelita de la simulación opositora, sin llegar al meollo de la farsa ni al nervio del engaño colectivo, así como tampoco al saqueo de los tesoros públicos… En fin, al estómago horrendo de la violación sucesiva de la carta magna, el voto del soberano y la concentración de todos los poderes en manos del presidente. Esto no es descalificatorio, por Dios, es descriptivo de la realidad y de una rápida lectura literal de lo que declara. Lo más que se me ocurre es, quizás, sólo para sobrevivir en la pelea, ser menos directo, dosificar la necesidad de desahogo espiritual, para no dejar de luchar, pero les digo, que si queremos evitar cabalgar sobre un pensamiento único, y que se supervise lo que habrá de enseñarse a nuestros niños y a la juventud del país, hay que arriesgar más, es preciso oxigenar la valentía, testicularizar el talento y la expresión, porque después será tarde, y este es el momento. Está ya a las puertas del hemiciclo de la nación, la entrega y la claudicación, amigos lectores. debemos luchar contra la desesperanza, combustible natural para la progresiva entrega colectiva. sugiero, pues, que sin perder la hospitalidad editorial que nos brindan los diversos medios, para seguir luchando por crear conciencia de lo que estamos por perder, lo hagamos de verdad, sin sucumbir ante el peso inclemente, amoral y demoledor de la comodidad, el culillo, y esa expresión tan vomitiva de que “apague la luz el último”, indicativa de una derrota sin lucha, pecado que merece la peor paila de infierno.

Ojo con los gases de la simulación

En ese orden de ideas, pareciera estar planteado en nuestro medio el dilema de dar el frente con vigor y sin dejarse marear por los gases de la simulación, de la conducta encubierta para hacer ver que hay una lucha, una expresión honesta del pensamiento contrario al oficialismo, cuando eso no es verdad. Es preciso adoptar el camino de la discrepancia dignificante, que servir de muñeco para la opereta inacabada de hacer ver la existencia de la democracia en disidencia. No, mil veces no, que el mundo sepa que todo es una farsa, que estamos a las puertas de una feroz dictadura, por cuanto, caso contrario eso sería un largo viaje por el túnel de la tristeza y el oscurantismo, algo así como la muerte progresiva y más cruel que la propia expiración de la vida con la cruel lentitud de un castigo no merecido.

Ser o no ser

Esa es la pregunta que late en los tejidos del residuo de dignidad que queda a los venezolanos, que queremos seguir dando la pelea genuina, sin limitarnos a hacer el papel de quien, jugando a la simulación, termina haciendo el juego a aquellos que han venido desintegrando al país. El pueblo quiere autodeterminar su propio destino, y en modo alguno caer en esta colonización cubana, tan especial, tan atípica, hasta llegar al extremo de pagar por entregarse con fruición al modo y manera de vivir un pueblo sufrido, acomplejado y cargado de una tristeza más que pesada, insanable, por ser de sucesivas generaciones recicladas y automatizadas prolongaciones de un resignar, que llevados a medio siglo y lo que venga, dan vida a una imagen difícil de generar esperanza, alegría, ganas de luchar, y pensar de verdad que mañana puede y debe ser distinto.

En consecuencia

Es preciso adoptar una opción para seguir una línea de conducta que se traduzca en rechazo categórico, frontal y decisivo ante un gobierno que ha hecho del texto rector del país un coleto, todo un bojote de esparadrapos sucios. No a la autocensura, que es asociarnos a la mentira diabólica de hacer creer al mundo que aquí hay democracia.

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