El memo |
Domingo, 25 de Octubre de 2009 19:07 |
Se equivoca el Memo y se equivoca Moratinos, se equivocan sus funcionarios y se equivocan sus embajadores si creen que nos olvidaremos de las injurias que nos profieren cerrándole las puertas a la democracia venezolana y cuadrándose con la tiranía por un puñado de dólares. No somos cubanos. Los tiempos cambian. Ya cambiarán.
Fue Oriana Fallaci, la extraordinaria periodista italiana, quien antes de morir escogiera el perfecto adjetivo para describir en toda su muy escasa dimensión intelectual al presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero: lo llamó “memo”. Según los diccionarios, tonto o simple, como usted prefiera. Si bien, por tonto o simple que sea, le falta al adjetivo el punto de condimento que lo llevara a hacerse en descuido con el Poder, maravillosamente bien auxiliado por el terrorismo talibán, gracias a cuyo cruento y estúpido atentado del 11 de marzo de 2004 se le abrieran las puertas de la Moncloa. Que sin ese atentado, seguiría hilando babas en el hervidero de intrigas y apetencias en que quedara convertido el PSOE luego del retiro del único socialista de enjundia, grandeza y alcances que ha dirigido a los socialistas españoles, don Felipe González. Memo y pillastrón, agregaría yo. Pues que un ser de tanta mediocridad y babosería, tanta que bordea la estulticia, capaz de cualquier gatada, pueda hacerse con el partido de Iglesias da prueba de malévola picardía. De experticia en las artes de manejarse en las fétidas entre suelas de la política, sembrar celadas, adelantarse a la torta, inclinar el lomo y poseer suficiente olfato como para espiar de soslayo por el momento oportuno. De modo que memo, pícaro, intrigante y oportunista. Todo en uno. Y es poco. Con este ser y las mesnadas diplomáticas de su calaña tienen que lidiar los cientos de miles de españoles que sufren los atropellos, abusos, iniquidades y desplantes de los mafiosos uniformados que detentan el Poder en Venezuela. Este es el sujeto que, junto a Moratinos, aún más servil y rastrero, negociante y oportunista, estaría encargado de velar por los intereses de los hispano-venezolanos. Que Dios y la Corona se ampare de ellos, que a los zapateristas no les interesa más que apoderarse de la torta sobrante de Miraflores, luego del reparto entre los Kirchner y Lula, Daniel Ortega y Evo Morales, Rafael Correa y los Castro. Al memo y a sus memoriales les sabe a ñoña que esta patria de gloria le haya abierto sus portones a cientos y cientos de miles de españoles cuando se morían de mengua bajo el yugo franquista. Les sincuida que de la siniestra oscuridad reinante en la madre patria – hoy rebajada a madrastra de cuentos de brujas – hayan encontrado la luz, la generosidad, el desprendimiento, las maravillosas oportunidades de encontrar techo, cobijo, abrigo y trabajo, tanto como para que muchos de ellos enriquecieran y volvieran a mostrar su carrotes norteamericanos por las destartaladas carreteras de la España de pañoleta y lentejuelas. Para inmensa fortuna de esos y otros peninsulares y canarios, amén de los amnésicos socialistas, hubo españoles de bien de los que sentirnos orgullosos: el senador Iñaki Mirena Anasagasti Olabeaga, político español, perteneciente al Partido Nacionalista Vasco, nacido en Cumaná, demócrata y antichavista hasta los huesos; el diputado por el Partido Popular Gustavo Manuel de Arístegui y San Román, cuyo tío abuelo urbanizara y construyera la Urbanización caraqueña del mismo nombre y cuya madre reposa en uno de nuestros camposantos. Otro demócrata ejemplar con el que la oposición democrática venezolana puede contar sin segundas intenciones ni eventuales traiciones. Ambos hispano venezolanos de corazón, bien agradecidos y bien nacidos. Entre muchos otros que honran nuestra hermandad. Se equivoca el Memo y se equivoca Moratinos, se equivocan sus funcionarios y se equivocan sus embajadores si creen que nos olvidaremos de las injurias que nos profieren cerrándole las puertas a la democracia venezolana y cuadrándose con la tiranía por un puñado de dólares. No somos cubanos. Los tiempos cambian. Ya cambiarán. |
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