La destrucción de Dresde y la conferencia de Yalta |
Escrito por Carlos Balladares C. | X: @Profeballa |
Jueves, 13 de Febrero de 2025 00:00 |
y fuerte de los bombarderos que se acercaban, se apago la luz, una explosión en las proximidades... Intervalo para respirar, estábamos arrodillado, acurrucados entre las sillas, de algunos grupos salían lloros y gemidos; más aviones que se aproximan, otra vez la angustia del peligro mortal, nueva explosión. (...) De pronto, la ventana posterior del sótano, se abrió de golpe y fuera había luz como en pleno día. Alguien gritó: ‘¡bomba incendiaria, hay que apagar el fuego!’ (...) Afuera en la zona del Elba las llamas lo envolvían todo. Soplaba un terrible viento huracanado." Víctor Klemperer, “La destrucción de Dresde el martes 13 y miércoles 14 de febrero de 1945”, Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios 1933-1945).
En anteriores ocasiones hemos afirmado que los diarios de Klemperer son los más valorados por nosotros en lo relativo a la Segunda Guerra Mundial, y a ellos hemos dedicado anteriormente una larga serie analizando cada año de sus relatos. Por esta causa no podíamos dejar de darle el protagonismo ante la destrucción de su amada ciudad: Dresde. La ciudad conocida como “la Florencia del Elba” por sus hermosas obras arquitectónicas y desarrollo de las artes, sufrió cuatro ataques que realizaron los bombarderos de la Royal Air Force y la Octava Fuerza Aérea de los Estados Unidos (entre todos sumaron más de mil aviones), arrasando especialmente el centro de la ciudad donde se concentraban todas sus joyas como las famosas catedrales luterana y católica. Al igual que en otras ciudades alemanes se generaron tormentas de fuego con tan altas temperaturas que los seres humanos se encendían de forma espontánea. La decisión de bombardear Dresde fue tomada en la Conferencia de Yalta (del 4 al 11 de febrero de 1945) como petición de los soviéticos para destruir este importante centro de comunicaciones junto a sus zonas industriales y cuarteles militares. La opinión pública y la historiografía han desarrollado un debate que no ha cesado hasta el presente, y por esta razón el propio sir Winston Churchill evitó hablar del mismo en su gran obra sobre la Segunda Guerra Mundial. Es probable que la respuesta al debate esté una vez más en la importancia de las artes para la humanidad, la opinión pública británica tuvo un cambio radical al saber lo ocurrido en esta ciudad. De aplaudir cada nueva destrucción de ciudades y tener por héroes a los pilotos del Comando de Bombardeo, pasaron a su condena; tal como nos cuenta el historiador Keith Lowe (2021, Prisioneros de la historia: monumentos y la Segunda Guerra Mundial). La prensa en los países Aliados pudo haber percibido con claridad el final de la guerra y consideraran el bombardeo como una cruel destrucción de una hermosa urbe, más este no era el caso para los “tres grandes” (Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Iosif Stalin) y sus Altos Mandos en Yalta, quienes - según explica el historiado Richard Overy, 2024, Sangre y ruinas: la gran guerra imperial, 1931-45 - predecían que la guerra contra el Japón se podría prolongar hasta 1947. Otro argumento a favor del ataque era la intensidad de los combates a medida que se acercaba la derrota del Eje: desde diciembre de 1944 hasta mayo de 1945 los estadounidenses perdieron un tercio de sus soldados en toda la guerra, los rusos 300 mil combatientes y los alemanes 1540000. Destruir Dresde fue la manera de decirle a los nazis: nada podrá salvarse si no se rinden. La tesis de Arthur Harris (Comandante en Jefe del Comando de Bombarderos de la Royal Air Force): destruir la moral del enemigo destruyendo sus ciudades, se mantuvo hasta el final. En la Conferencia de Yalta Stalin estaba en su mejor momento, sus ejércitos avanzaban rápidamente sobre el este de Alemania mientras las fuerzas angloestadounidenses estaban atascadas frente al Rin. Muchos consideran que había que halagarlo para que mantuviera la presión en Europa y también atacara al Japón, de modo que esta se terminara rindiéndose ante un nuevo y poderoso enemigo. Stalin prometió declararle la guerra dos meses después que se rindieran los nazis. Se mantuvieron las esferas de influencia acordadas con Churchill en agosto de 1944, y aunque este último luchó para que Polonia no fuera un satélite soviético, tuvo que sacrificarla. Estaba en juego toda la guerra y especialmente las zonas de ocupación en las que se habían dividido lo que quedaría de Alemania una vez derrotada, regiones en las que el ahora gigante rojo había cedido en 2/3 del territorio todavía no conquistado por Estados Unidos y el Reino Unido, mientras él había ocupado buena parte de su zona en el mes anterior. Y también Roosevelt pensaba en las Naciones Unidas ¡un nuevo orden mundial que iba a garantizar, ahora sí, la paz de la humanidad! y por ello no se iba a frenar por los polacos ni por una bella ciudad. En el tablero de ajedrez de la geopolítica mundial; el ciudadano común, la belleza e incluso naciones enteras no tenían cabida. Pero ese ciudadano común, como lo fue un alemán judío llamado Victor Klemperer, llevaba a cuestas sus diarios como el mejor de sus tesoros para “dar testimonio hasta el final”. |
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