Las instituciones políticas y su evolución: de las polis griegas al estado nación
Escrito por Douglas C. Ramírez Vera   
Miércoles, 04 de Diciembre de 2024 07:34

altLas instituciones políticas han evolucionado a través del tiempo se pueden recorrer su camino histórico inicial alrededor del mar Mediterráneo.

 

Aunque comúnmente se asocia la creación de la democracia con Grecia, existen evidencias de formas de gobierno democrático en sociedades tribales mucho antes de esa época, donde la participación era más natural en grupos independientes.

Con el establecimiento de comunidades sedentarias y el aumento de desigualdades, las formas democráticas fueron reemplazadas por sistemas jerárquicos. Sin embargo, alrededor del 500 A.C., las condiciones favorables a la democracia surgieron nuevamente en Grecia y Roma, dando lugar a gobiernos populares.

En la antigua Grecia, la democracia era directa y practicada en comunidades pequeñas como tribus o ciudades-estado.  La Grecia del siglo V A.C. consistía en distintas ciudades-estado independientes, las cuales eran conocidas como las Polis. En 507 A.C., bajo Clístenes, Atenas desarrolló un sistema de gobierno popular que duraría casi dos siglos. Este gobierno se sustentaba en el ciudadano ateniense o dēmos. La ciudadanía en Atenas era hereditaria y limitada a varones mayores de 18 años. Se estima que el dēmos representaba entre el 10 y el 15% de la población total, con aproximadamente 30,000 ciudadanos varones.

El dēmos se reunía casi semanalmente en asamblea o Ekklesia, para tomar decisiones por votación. La mayoría de los presentes decidía, lo que limitaba decisiones impopulares. La Ekklesia elegía el Consejo de los Quinientos, este Fijaba la agenda de la Asamblea y estaba compuesto por representantes elegidos por sorteo de los dēmos (ciudadanos). A su vez en la Ekklesia se elogian los Tribunales Populares (Dicasteria). Estos tenían poder para controlar la Ekklesia y otros órganos del gobierno, compuestos por jurados elegidos también por sorteo.

Al igual que en Atenas, Roma fue originalmente una ciudad-estado. Aunque se expandió rápidamente mediante las conquistas y anexiones mucho más allá de sus fronteras originales para abarcar todo el mundo mediterráneo y gran parte de Europa occidental.

En 411 A.C., un grupo conocido como los Cuatrocientos estableció en Roma una oligarquía, pero fue derrocada y la democracia fue restaurada.

La llegada de Filipo II de Macedonia y su hijo Alejandro Magno marcó el fin de la democracia ateniense. Filipo y Alejandro impusieron su control sobre Grecia, eliminando las instituciones democráticas. Posteriormente, Roma también se impuso militarmente sobre Grecia, consolidando su control y eliminando cualquier vestigio de la democracia ateniense tras la conquista de Macedonia por los romanos en 146 A.C.

Aunque las asambleas romanas representaban a todos los ciudadanos, no eran soberanas. Durante la República, el Senado, heredado de la monarquía, mantuvo un gran poder. Los senadores eran elegidos indirectamente por los Comitia Centuriata.

Las Comitia Centuriata eran las asambleas más solemnes de la Antigua Roma, en las que el pueblo se reunía por centurias. Solo podían ser convocadas por los cónsules, los pretores, los censores, los dictadores y los decemviros (magistrados), después de que el Senado emitiera un decreto y, aunque inicialmente se reclutaban solo de la clase patricia, posteriormente se admitieron miembros de algunas familias plebeyas.

Tras la caída del Imperio romano de Occidente en 476. Se formaron entidades políticas más pequeñas que, seis siglos después, se convirtieron en ciudades-estado independientes con sistemas de gobierno que promovían una participación más amplia, aunque no totalmente popular, y la elección de líderes por períodos limitados. Estas repúblicas, como Venecia, Florencia, Siena y Pisa, se consideraron precursores de sistemas representativos.

Los italianos llamaron a estas ciudades-estado "repúblicas" en lugar de "democracias". Inicialmente, el dēmos estaba restringido a la nobleza y grandes terratenientes, pero en el siglo XIII, grupos de clases sociales más bajas comenzaron a exigir participación en el gobierno. A pesar de sus levantamientos y éxito en algunas ocasiones, el dēmos seguía siendo una pequeña fracción de la población total, variando entre el 12% en Bolonia y menos del 2% en Venecia. Así, las repúblicas italianas, aunque avanzadas, no alcanzaron una verdadera inclusión democrática.

A partir de mediados del siglo XIV, las circunstancias que habían permitido la existencia de ciudades-estado independientes y una mayor participación en el gobierno comenzaron a desvanecerse. Factores como el declive económico, la corrupción, las luchas entre facciones, las guerras civiles y los conflictos con otros estados debilitaron a varios gobiernos republicanos, lo que llevó a su reemplazo por líderes autoritarios, ya fueran monarcas, príncipes o militares.

Los griegos, los romanos y los líderes de las repúblicas italianas fueron pioneros en el establecimiento de gobiernos populares, y sus pensadores tuvieron un impacto significativo en el pensamiento político posterior. Sin embargo, las instituciones políticas que crearon no fueron replicadas por los fundadores de los gobiernos democráticos en los estados-nación del norte de Europa y América del Norte. La expansión de Roma demostró que estas instituciones no eran adecuadas para asociaciones políticas que superaran el tamaño de una ciudad-estado.

La diferencia de tamaño entre una ciudad-estado y un estado-nación plantea un dilema fundamental. Al limitar el tamaño de una ciudad-estado, los ciudadanos pueden, en teoría, influir directamente en las decisiones de su gobierno (por ejemplo, participando en una asamblea). Sin embargo, esta limitación conlleva un costo: problemas significativos, como la defensa contra estados más grandes y poderosos o la regulación del comercio y las finanzas, quedan fuera del alcance del gobierno. Por otro lado, al aumentar el tamaño de la ciudad-estado (es decir, expandiendo su área geográfica y población), los ciudadanos pueden mejorar la capacidad del gobierno para enfrentar estos problemas, pero a costa de disminuir sus oportunidades de influencia directa en el gobierno a través de asambleas u otros mecanismos.

Muchas ciudades-estado abordaron este dilema formando alianzas o confederaciones con otras ciudades-estado y asociaciones políticas más grandes. Sin embargo, el problema no se resolvió completamente hasta el surgimiento del gobierno representativo, que apareció por primera vez en el norte de Europa en el siglo XVIII.

Hasta el siglo XVII, los teóricos democráticos y los líderes políticos en gran medida pasaron por alto la idea de que el poder legislativo podría no estar compuesto por todos los ciudadanos, como sucedía en Grecia y Roma, ni por representantes elegidos de una pequeña oligarquía o aristocracia hereditaria, como en las repúblicas italianas. Un cambio significativo en esta ortodoxia tuvo lugar durante y después de las guerras civiles inglesas (1642-1651), cuando los niveladores y otros seguidores radicales del puritanismo abogaron por una representación más amplia en el Parlamento, mayores poderes para la Cámara de los Comunes y el sufragio universal masculino.

Como ocurre con muchas innovaciones políticas, el gobierno representativo surgió más como una respuesta práctica a un problema evidente que como resultado de la especulación filosófica. Sin embargo, la plena integración de la representación en la teoría y la práctica de la democracia aún estaba a más de un siglo de distancia.

El surgimiento de la democracia liberal en la historia occidental, es un fenómeno que se remonta al siglo XVIII, vinculado en parte al surgimiento de los Estados Nación. El siglo XVIII fue un período marcado por la Ilustración. Este movimiento intelectual y cultural no solo transformó las ideas de su tiempo, sino que también sentó las bases para la concepción moderna de la libertad, la igualdad, la democracia y los derechos humanos. Entre los pensadores más influyentes de esta época se destacan figuras como John Locke y Montesquieu, quienes desarrollaron las bases filosóficas del liberalismo.

Uno de los hitos más significativos en la historia del liberalismo fue la Revolución Americana (1775-1783). La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, proclamada en 1776, estableció una república fundamentada en principios liberales, tales como la igualdad y los derechos inalienables. Este evento no solo marcó la independencia de las colonias americanas, sino que también inspiró a otros movimientos en busca de libertad y autogobierno en el resto de la América y en el Mundo.

Otro acontecimiento crucial fue la Revolución Francesa (1789-1799), que representó un cambio radical en la estructura política de Francia. Este levantamiento derrocó a la aristocracia hereditaria y promovió los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, adoptada en 1789, se convirtió en un documento fundamental para el liberalismo, estableciendo principios que aún resuenan en las democracias contemporáneas.

Durante el siglo XIX, el liberalismo continuó su expansión, alcanzando diversas regiones como Europa, América del Sur y América del Norte. Este periodo fue testigo del establecimiento de gobiernos liberales en múltiples naciones, lo que consolidó aún más los ideales democráticos en la práctica política. El impacto del liberalismo ha sido profundo y duradero en el desarrollo de las democracias modernas. Sus principios, que enfatizan la separación de poderes, las elecciones libres y justas, y el pluralismo político, se han convertido en pilares fundamentales de muchas sociedades occidentales contemporáneas. Estos conceptos no solo han moldeado las estructuras políticas, sino que también han influido en la forma en que los ciudadanos interactúan con sus gobiernos y entre sí.

El surgimiento de la democracia liberal es un proceso histórico que ha transformado la política y la sociedad en Occidente. Desde la Ilustración hasta las revoluciones que marcaron su consolidación, el liberalismo ha dejado una huella indeleble en la forma en que entendemos la libertad y la igualdad hoy en día. Si bien el camino ha estado lleno de desafíos y contradicciones, los ideales liberales continúan siendo relevantes y fundamentales en la búsqueda de sociedades más justas y equitativas.

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