Del otro trujillato |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Lunes, 25 de Noviembre de 2019 00:00 |
La dictadura ha escenificado el triste espectáculo de una tal feria – además, internacional - del libro, a la vez que ha aislado al país, quebrando el mercado editorial, incluyendo las librerías que, por décadas, prestigiaron a la ciudad capital. La ironía que explica la propia existencia de un ministerio para la Cultura, también lo hace con la prácticamente clandestina recepción de la última novela de Mario Vargas Llosa: “Tiempos recios” [Alfaguara, 2019], complementaría de “La fiesta del Chivo” [Alfaguara, 2000]. Acotemos, siendo tan familiar el autor a los venezolanos que no tardábamos en leer inmediatamente sus novedades, hoy está desterradísimo de los anaqueles oficiales, excepto la oferta más o menos soterrada del vendedor de FILVEN de un viejo título del autor que lo sabe por siempre atractivo, aunque el precio no guarde correspondencia con los ácaros que anidan en los ejemplares. La última novela, afiliada al género de las clásicas dictaduras latinoamericanas, aunque parece anunciar el otro rubro que ha de versar sobre los regímenes inéditos, como el de la Venezuela actual, reitera el protagonismo del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, un espécimen – si se quiere - curioso en la era de la guerra fría y del proceso urbanizador mismo en el continente. Queda a los críticos dar con las pistas historiográficas y hemerográficas que contribuyeron a la magistral ingeniería narrativa de lo que, inicialmente, fue una sencilla curiosidad que le dio soporte al reconocido talento del hispano-peruano. Por ello, traemos a colación la entrevista que Raúl Acosta Rubio realizara al otrora embajador venezolano en República Dominicana, Luis María Chaffardet Urbina, para la extinta revista Élite (Caracas, nr. 2056 del 20/02/1965), a quien Trujillo le confesó que “o mato a Betancourt o él me mata a mí”, dándonos idea de algo más que una rivalidad en el proceso democratizador de este lado del mundo. Una pelea a muerte sintetiza la confesión hecha, por cierto, a un diplomático de carrera que prestó sus servicios a Marcos Pérez Jiménez, iniciado con Isaías Medina Angarita y, esperando el ascenso, fue destinado a la isla caribeña en lugar de la Europa que bien conocía. El nuevo destino expresó la existencia de un documentado Plan Geopolítico para El Caribe que, por una parte, reconocía a República Dominicana como “centro y piedra angular” de la extensa área y que, por otra, el entrevistado se excusó de revelar: “Usted me va a perdonar, pero razones de Estado impiden decirlo”. Inferimos, hay dictaduras de vocación transitoria, aunque se prolonguen y finalicen con la propia muerte biológica de sus cabecillas, capaces de asimilar a los funcionarios públicos de carrera, mientras las de nuevo cuño ocultan la desprofesionalización y el nepotismo de sus nóminas, como ocurre con Maduro Moros, con aspiración milenaria. Observamos, con muestras de respeto y afecto, que Chaffardet Urbina consideró “tan injustamente detenido” a Pérez Jiménez y reiteró su antigua amistad hacia el también encarcelado Jesús María Castro León, con quien concertó, desde 1959, en Londres, el derrocamiento de Betancourt, añadida la impresión sueca de un millón de cartas subversivas que un avión subrepticiamente contratado en Estado Unidos, burlados los mecanismos de vigilancia, haría caer sobre Caracas. Siguió cultivando la amistad con Trujillo, al cesar en sus funciones diplomáticas, señalando que lo “conocí y traté íntimamente”, para asegurar que “mi querido amigo, el Generalísimo Trujillo (…) cuando ya su mano ni castiga ni premia, tenía una personalidad avasalladora, una inteligencia y un don de mando poco comunes”. Sólo imaginar la caída de un número tan considerable de panfletos sobre la ciudad, conocida luego la operación efectiva de Los Aguiluchos que precipitaron un cantidad más modesta de volantes en la urbe de finales de noviembre de 1961, da para una extraordinaria pieza literaria a lo Macondo; o la publicación de una entrevista de tamaño calibre y la misma difusión del hecho aéreo, resulta impensable por los consabidos afanes represivos y los rigores de la censura de la Venezuela de los días que corren. Vargas Llosa indicó, en “Tiempos recios”, que los consabidos sucesos guatemaltecos que le inspiraron, provocaron numerosos asilados en la embajada perezjimenista, escuchándose acá las versiones radiales de Ciudad Trujillo [216, 261], pero muy seguramente le hubiese sido de utilidad la consulta de los “magníficos (e) impresionantes archivos” de Chaffardet Urbina que ojalá sobrevivan, después de medio siglo. Inevitable referencia, nos permite recordar el desconyuntamiento de la fundación que hubo para el rescate de los archivos históricos venezolanos en el extranjero (FUNRES). Difícil suponer a un régimen que reclama como suyo el presente siglo, enfrentado a la tentativa misma de un millón de tormentosas cartas o a la exposición y venta de una entrevista convencional o digital que lo cuestione severamente, aunque nunca se librará del talento y la habilidad de los narradores que pondrán algún día los debidos puntos sobre las íes que desesperadamente los reclaman. Rproducción: Rafael Leónidas Trujillo junto a Luis Chaffardet Urbina. Élie, Caracas, 1965.
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