| La jaula |
| Escrito por Diego Bautista Urbaneja |
| Jueves, 03 de Junio de 2010 07:37 |
La crisis del dólar paralelo condensa, como pocas podrían hacerlo, los factores de este juego trancado en el que se ha convertido la sociedad venezolana.
El esqueleto de lo que estaba ocurriendo era sencillísimo. Una oferta limitada y lenta de dólares por parte del BCV y de Cadivi para quienes requerían dólares para sus transacciones, determinaba que una parte creciente de la demanda de dólares para pagar importaciones se fuera hacia el mercado permuta, presionando hacia el alza al dólar que allí se transa. Como la brecha entre la oferta de dólares en el mercado oficial y la demanda de ellos se ampliaba continuamente, en el mercado permuta ocurría que la demanda era cada vez mayor con respecto a la oferta de dólares en ese mercado, con lo cual la presión hacia el alza era cada vez más fuerte.Ese es el eje central de este asunto. Es posible que la tasa de cambio del dólar haya estado unas décimas más arriba de lo que el mercado estrictamente indicara. Pero de allí a incriminar a un perverso ánimo especulativo de los “malvados capitalistas venezolanos” por los niveles que llegó a adquirir el permuta, hay un trecho que sólo la ignorancia y el dogmatismo de algunos ministros puede saltarse. Pero vamos a lo nuestro. Una de las recomendaciones más sensatas que se oyen por allí en cuanto a cómo salir de ese atolladero es la de proveer al Banco Central de suficientes dólares para atender la demanda de dólares en el mercado controlado, que acaba de ampliarse con la suspensión del mercado permuta. Esto supone que PDVSA, la gallina de los dólares verdes, le traspase al BCV todos los dólares que recibe por sus operaciones, menos, por ejemplo, lo que necesite guardar para atender sus propias necesidades. Actualmente la empresa petrolera le entrega al Banco una proporción que se estima en más o menos la mitad de lo que aquella recibe. Lo demás lo envía al Fonden o a cualquiera de los otros fondos que el ejecutivo maneja a su voluntad y sin ningún tipo de control, o se lo guarda la misma PDVSA, a la que Chávez podrá darle instrucciones que serán instantáneamente obedecidas, con menos dificultades y repercusiones en la clasificación internacional del país que tiene hacer lo mismo con el BCV. Pero llevar a cabo soluciones como esa de dar al BCV todos los dólares de PDVSA es precisamente lo que choca con el proyecto o el modelo político y económico que este gobierno trata de poner en pie. Por el lado político, forma parte del modelo el que Chávez pueda manejarlo a su antojo, un importante fondo de recursos. Para ello tiene que estar a su plena disposición. Nada de darle al BCV todo el dinero. Eso privaría a Chávez de un margen de maniobra económico que le resulta esencial para distribuir dinero como le parezca conveniente. Por el lado económico, dar al BCV los recursos suficientes para atender con fluidez a la demanda de dólares tiene un gran problema. Los demandantes de esa divisa son básicamente empresas capitalistas y es parte constitutiva del modelo económico de este gobierno el que las empresas capitalistas no puedan funcionar con comodidad, sino que tengan que recurrir a expedientes complicados, donde siempre haya la posibilidad de agarrarlas en alguna falta o de inventarles y atribuirles designios siniestros. “El modelo” enjaula el sentido común y el saber técnico, y los reduce a la impotencia. Esto es una muestra más de una característica de nuestra situación, de la cual cuesta hacerse cargo. Los criterios de decisión y de evaluación de este gobierno, empezando por Hugo Chávez, están al revés de los que el resto del mundo y de los venezolanos considera válidos o de sentido común. Entre otras cosas, por eso es tan inútil darle recomendaciones. Un gobierno que, en un asunto como el del dólar permuta, se empeña en dar por inexistente el mecanismo causal elemental que resumíamos al principio de estas líneas, y sustituirlo por una explicación “moral” atinente a la perversidad de los especuladores, es un gobierno que no tiene remedio. Tiene que verse con la soga verdaderamente al cuello para que coja mínimo con el asunto que se haya agravado tanto, que ponga en marcha el más elemental sentido de supervivencia, y entonces lo vemos autorizando subidas de precios como loco, aunque sea al costo de un terrible salto de la inflación. Pero así es que pasa: la violación del sentido común acaba pasando una factura muy alta, y casi siempre cuando ya el disparatero no puede arreglar las cosas. Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla |
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