Swedenborg: un Hombre Máximo |
Escrito por Iván R. Méndez | X: @ivanxcaracas |
Jueves, 13 de Enero de 2011 11:06 |
![]() “...nadie cree en su propia muerte… En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad” Sigmund Freud, Nuestra relación con la muerte Una de las maneras de habitar la vida, adoptada por diversos y numerosos humanos, consiste en encerrarse dentro de cajas de ladrillos que, cuando son pequeñas, las denominan hogar y, cuando grandes, trabajo. Como cerillas de fósforos, estos seres se quedan quietos mientras esperan el fuego que los justifique. Usualmente, éste no llega. La religión que lo encendía degeneró en ejercicios intelectuales destinados a saciar las imposturas de una elite: los teólogos. Dice Walter Benjamin, que algunos humanos recuperan su fuego cuando escuchan su nombre asociado a las otras posibilidades de vida que ofrece al contado la superstición. Esta, actúa como un simulacro en su propio interior que, a fuerza de vacío, requiere de máscaras exóticas que lo llenen a ratos. Bienes raíces del más allá Así va el planeta, sin los cielos e infiernos que insuflaron el alma de gentiles y filósofos, quienes ni siquiera cuentan con la certeza de una existencia aquí y ahora, mucho menos después, cuando habiten ese lado de la vida que no da hacia nosotros (Rilke). Ante esta perspectiva, podría resultar confortable el recuperar nuestras propiedades celestes, pero no como dádivas caprichosas, sino como estancias (al fin y al cabo viviremos allí eternamente) personalizadas para cada uno de nosotros. La reconquista de los dominios metafísicos fue iniciada por un sueco nacido en Estocolmo en el año de 1688: Emmanuel Swedenborg. Estudió en la Universidad de Upsala. Viajó por Inglaterra y otros países europeos, donde fue reconocido como importante hombre de ciencias por sus tratados de Mineralogía, Anatomía y Fisiología —fue quién primero demostró la función de los pulmones—. Asimismo, anticipó opiniones y descubrimientos en Astronomía —origen solar de la Tierra— y Química Atómica. El Rey de Suecia lo nombró Asesor de la Junta de Minas. En 1743 este apacible y dedicado científico recibió una llamada divina — "su iluminación"—, para consagrarse al mercadeo de las tierras Divinas, en una carta a su amigo Harvey —estudioso de la circulación sanguínea— dice: "He sido llamado a una función por el propio Señor, que se ha manifestado en persona ante mí, su servidor. Y me ha abierto la vista para que vea en el mundo espiritual, me ha concedido hablar con los espíritus y los ángeles. La visión duró alrededor de un cuarto de hora. Aquella noche los ojos de mi hombre interior fueron abiertos y se hicieron capaces de ver en los Cielos, en el Mundo de los Espíritus y en los Infiernos". A partir de esa fecha, Swedenborg se consagró a publicar los relatos de sus viajes por las geografías etéreas — Arcana Caelestia (1756), De Nova Hierolosyma (1758), Apocalipsis revelata (1766), Vera Christiana Religio (1771)—, debiendo publicarlos bajo sus expensas o con el auxilio del Duque de Brunswick o de algún otro príncipe de Dresden, Amsterdam o Londres, ciudad en la cual murió el 29 de marzo de 1772, no sin antes haber dejado fundada la peculiar Iglesia de la Nueva Jerusalén. La Arcana Caelestia, publicada en ocho volúmenes, analiza el sentido universal de los libros del Génesis y del Exodo. En este texto, el sueco afirma que el mundo de los espíritus tiene la forma de un Gran Hombre donde ingresan seres vivos de todos los planetas de la galaxia. La sumatoria de los espíritus crea un Hombre Máximo que contiene, proporcionalmente, a cada una de las almas que temporalmente allí habita. De igual manera, cada espíritu es ubicado según sus características, estado de ánimo y disposición moral. En cuanto a la apariencia del mundo espiritual: "... Se ven en él llanuras, montañas y colinas separadas por valles, así como lagos y cursos de agua.... Tan grande es la similitud entre el mundo espiritual y el mundo natural que el hombre, después de la muerte, está persuadido de que sigue en el mundo en que nació y que acaba de abandonar. De aquí que los recién llegados digan que la muerte es sólo una transición de un mundo a otro que es parecido" (Cielo e Infierno, núm. 582) Disculpe, ¿adónde le gustaría ir? Nadie, según le contaron los ángeles a Swedenborg, es obligado a ir al Cielo o al Infierno, al contrario, ambos sitios están abiertos para todos, pero la personalidad del elector determinará su comodidad en el sitio escogido. Ahora bien, en el infierno la crueldad es controlada por Dios a través de sus ángeles, porque Él no desea que exista un mal superior al que existe en la Tierra. El Infierno del autor sueco es muy parecido al expuesto por Valentino en su evangelio aparentemente apócrifo. Lo más relevante en el averno de Swedenborg son los cotidianos golpes de estado, de allí que no sea gobernado por el Diablo como tal, sino por una infinita sucesión de espíritus malignos que van del cargo más elevado al de simples servidores. Swedenborg, meticuloso y verosímil en sus observaciones, nos detalla la apariencia de los Cielos e Infiernos, los ropajes de los ángeles, las distintas sociedades que los conforman, los diversos roles desempeñados por ángeles y demonios. Por ejemplo, nos relata que en el cielo no existen ancianos, porque las personas van rejuveneciéndose a medida que progresan. Ralph Waldo Emerson nombra a Swedenborg como el "último Padre de la Iglesia", y lo elogia por las semejanzas esenciales que utiliza para referir las correspondencias de ambos mundos. En cambio, Inmanuel Kant, molesto por haber comprado los ocho volúmenes de la Arcana Caelestia, lo considera el "archifantasioso de todos los fantasiosos", crítica su "estilo vulgar" y lo acusa de lunático. Por su parte, William Blake, inicialmente seguidor desmedido del sueco, lo ataca por su prosa inflada, su convencionalismo y su escasa imaginación. En nuestro siglo, Jorge Luis Borges nos presenta al místico como un ser curioso y extraño, casi literario... Más allá de creer o no en las visiones de este contemplativo, podría afirmarse que Emmanuel Swedenborg nos legó un detallado mapa psicológico por cuyos senderos, de voluntad e inteligencia trabajada, podemos arribar a regiones del todo consustanciales con las mudables exigencias de nuestro temperamento. 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