| Hortelano del espíritu |
| Escrito por Felipe Guerrero |
| Domingo, 20 de Julio de 2025 00:24 |
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Retornó cos su morral cargado de buenas obras a esos predios de la brisa donde florece la esperanza en cada flor, porque a cada instante la vida vuelve a florecer. Recuerdo que aquel día, hace veintiocho años a la hora de la despedida del maestro apenas pude balbucear el verso «Yo quiero ser llorando el hortelano, de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano». A veintiocho años de aquella hora, hoy al evocar su partida, invoco su imagen como el hortelano, el labrador, el labriego que durante su peregrinaje terrenal se dedicó a esparcir semillas de amor para cosechar frutos de servicio generoso, movido por el noble ideal de forjar una patria hermosa destruyendo el odio y el mal. En su diaria tarea de hortelano nos enseñó que para ser maestro es necesario acercarse a los espacios excluidos para compartir el lodo con los otros, porque tal como lo describe el Libro del Génesis «Del barro modeló Dios al hombre y le inspiró en el rostro el aliento de vida». Podemos decir con la poetisa: «Yo criatura amasada con la tierra y el agua / llevo en el pecho el viento y en la frente la llama», porque tanto el alumno como el maestro, somos criaturas de barro, frágiles y vulnerables; por eso nos dirá Jenaro Aguirre que el educador auténtico tiene necesidad de arrodillarse y cuando sus manos se embarran y encallecen… ¡Entonces aprende a ser Maestro! Esa tarea exige paciencia, entrega, constancia y humildad… porque la humildad viene de humus, ese conjunto de compuestos orgánicos presentes en la capa superficial del suelo. Entonces la acción del educador es abonar la tierra para sembrar. Con ese humus, de lo más bajo y degradado, brotará lo bueno, útil y bello. ¡Eso es el jardín! y cuidar el jardín es una terapia del alma como nos enseñó Sócrates. Dirá la querida Gabriela Mistral que «Los maestros debemos mostrar las bellezas y las miserias de la escuela, porque eso nos permite conocer y solo cuando se conoce se ama». La vida de la escuela no ha de ser interior, subterránea y fría, debe derramarse hacia afuera, porque a todos nos importa la casa de los niños». Ahora Jenaro Aguirre trabaja junto a Dios en los jardines del cielo. En una de las primeras imágenes que tenemos del creador, lo vemos en un jardín compartiendo el huerto del Edén, con los primeros seres humanos. Me imagino al Jardinero enseñándoles con paciencia a Adán y Eva el arte de la agricultura en un lugar donde todo es vida y donde todo, incluso los seres humanos, pueden florecer con facilidad. Con Jenaro Aguirre aprendimos que por encima de cualquier título somos maestros y el maestro es entonces alguien que remueve la tierra, la airea, siembra, riega, abona, cuida, endereza, guía, acompaña, protege y en último término espera el fruto y se alegra con él. Además de hortelanos, los maestros somos fareros, responsables de guiar con la luz de nuestro faro a los hijos del afecto para que descubran los diferentes caminos que los pueden llevar a puerto seguro. Gigantesca tarea que se cumple fomentando la creatividad de los otros, cediéndoles todo el protagonismo, porque ellos son los capitanes de su barco y debemos animarlos a investigar, ayudándoles a navegar en busca de sus sueños, reconociendo y elogiando sus esfuerzos, enseñándoles a creer en sí mismos y haciéndoles ver que para llegar al puerto de sus sueños tienen que remar, remar, remar y remar Hace algún tiempo, la fecunda y briosa pluma del poeta se convirtió en pincel para dibujar con palabras un cuadro que expresa claramente la influencia del maestro. Y el hermoso poema fue llevado al pentagrama y todos cantamos: «Grabe tu nombre en mi barca… Me hice por ti marinero». Si hacer un caligrama es dibujar con palabras; este poema «Como una Ola» es el perfecto dibujo de lo que somos los discípulos del maestro Jenaro Aguirre. La imagen resultante serán los signos distintivos de los «discípulos de Aprofep» a quienes Jenaro Aguirre nos talló en el alma nuestra identidad de educadores. Su nombre lo grabamos en la barca de nuestras vidas, porque gracias a él nos hicimos marineros para conducir por mares turbulentos la lancha liberadora de la educación. Un miércoles 16 de Julio de 1997, hace veintiocho años nació a la vida eterna Jenaro Aguirre. Cuánta razón tiene el precursor del Surrealismo al afirmar que «Los Maestros que mueren uno a uno renacen en el corazón de los poetas». El nombre de Jenaro Aguirre lo llevamos grabado en nuestra barca porque por él y con él nos hicimos marineros. El maestro Jenaro Aguirre nos enseñó a ser testigos del sufrimiento, pero a ser simultáneamente Testigos de la Esperanza, porque mientras se festeja un logro y una celebración gozosa, en las más humildes barriadas, una vida sin rostro llora en las aceras de este injusto sistema. Con su testimonio aprendimos que esas vidas y esas realidades injustas pueden ser transformadas aquí y ahora, si los educadores convertimos nuestras lecciones en faros luminosos para alumbrar el camino a los demás. El mensaje del maestro Jenaro Aguirre recogía plenamente lo señalado por Tomás de Aquino, quien aseguró que «Es mejor iluminar que solamente brillar, porque no hay cosa más grande y hermosa que dar a los demás las cosas contempladas y no solamente contemplarlas». En muchas oportunidades en el querido «Hogar de Aprofep » el maestro señaló que nuestra tarea, la tarea educativa, es por lo pronto y nada menos que dar a los demás las cosas contempladas; por eso como dice el poema hecho canción: «Grabe tu nombre en mi barca… Me hice por ti marinero». Maestro Jenaro Aguirre Disfruta en el cielo de la fe que ya no se cree, sino que se vive… porque en el cielo, usando las palabras de Miguel Hernández, uno de sus poetas preferidos, que también lo es mío, te puedo decir «Tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero». Ese fue Jenaro Aguirre: Hortelano del espíritu. Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla |
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