De la (des)inteligencia artificial
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 14 de Abril de 2025 00:00

altRazonamiento exageradamente simple y potencialmente simplista, en este lado del mundo no creamos la inteligencia artificial (IA).

Y, aun siendo increíblemente más elementales, requerimos de la digitalidad y ésta, consabido, depende de un organismo estatal que enteramente la autoriza y fija sus alcances.

Cuestionando el mito, hay encuestas indicadoras de una brecha digital que no es tan grande como solemos creer, quizá debido a la masificación de la telefonía móvil en todos los estratos sociales e, incluyamos, la mínima asistencia tecnológica para realizar los trámites gubernamentales, por cierto, más de las veces rentable al darle otra dimensión a la gestoría como oficio.  No obstante, mañaneros, algo reveló observar a un par de escolares que evitaron dañar lo que evidentemente fue su tarea, en medio de una atestada unidad de transporte público: excepto que la intención haya sido la de adiestrarlos manualmente, sus láminas de anime informaban de la IA con pequeñas cajas, ni siquiera de colores, adheridas y trazadas por marcadores con letra de personas adultas.

De un modo u otro, abaratándose, la IA llegó al país asociada a distintas y accesibles aplicaciones que también tienden a evitar la contratación de un diseñador gráfico, por ejemplo. Y, muy probablemente, dispensará a muchos de sus obligaciones académicas, añadidos los más avispados tecnócratas que la dirán necesaria para solventar todos los problemas del mundo propio y ajeno.

Apenas, concluimos la lectura pedefeana del último libro de Javier Cercas llamado “El loco de Dios en el fin de mundo” (Random House, Barcelona, 2025), y no resistimos la tentación de consultar el dispositivo inteligente: no sólo nos ofreció un extraordinario resumen, sino que éste varió de acuerdo a la perspectiva solicitada. E hicimos el ocioso ejercicio de vincularlo con un clásico como Jack Copeland y su introducción filosófica a la IA de 1993, dándonos pistas sin mayores detalles, en torno a la trascendencia, consciencia y el sentido de la existencia, pero –muy natural – resultó extraordinariamente superior la lectura del libro que, valga la necesarísima acotación, fue algo asó como  IA en físico de otros tiempos.

Además de buen escritor, calificada como una novela de no ficción, la obra de Cercas se desliza sola por los varios mundos en un mismo mundo del que trata, y, palmo a palmo, coincidimos y, al mismo, tiempo discrepamos para suscitar otras ideas y ocurrencias. Se trató de un recorrido fértil que nos emocionó, fastidió, interesó, decepcionó, sorprendió, informó, asomó, escondió, recreó, alegró, enfureció, detalló, generalizó, etc., estimulando la imaginación.

Hay una experiencia y vivencia de la lectura profunda y derivante, extraordinariamente sugestiva, en comparación con muy concreta y práctica, útil y compacta versión que el actual mecanismo de la IA aporta. Y, es de suponer, que sí como a los seres humanos puede faltarnos y nos falta un tornillo, a la herramienta digital ha de ocurrirle algo similar, comenzando por el sentido, la orientación, el propósito que le concedan sus numerosísimos y continuos programadores, voluntaria e involuntariamente.

Igualmente, lo que podríamos llamar la desinteligencia artificial puede conducir a errores, confusiones, falsificaciones, sesgos u otras fallas del sistema que nos lleve a respuestas, enfoques y consideraciones inesperadas, absurdas o francamente delictivas. Sentimos que la opinión pública en Venezuela, todavía no acusa recibo de la IA y, menos, discute su naturaleza y previsibles consecuencias, pareciéndonos normal que haya niños que se enteren del asunto por una metáfora artesanal antes que por el manejo de unas redes distintas a las que telefónicamente distraen a los adultos en casa.

Ilustración: Karen Barton.

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