Sustos cotidianos |
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti |
Miércoles, 09 de Marzo de 2022 00:00 |
Durante la realización de la resonancia magnética nuclear, se le había soltado de la oreja uno de los tapones de goma y los estrepitosos sonidos del sofisticado estudio con contraste y técnica de difusión lo habían dejado aturdido, con un punzante dolor de cabeza. Todo indicaba que el resultado iba a ser malo; el estudio podría dar un resultado definitivo y de pésimo pronóstico. Parecía que un tumor maligno haría estragos su vida en cuestión de días. Su esposa estaba ansiosa y al doctor le preocupaba el futuro de tantas personas que dependían directamente de él. Él sabía disfrutar la vida plena que llevaba, en sus noches y días. Estoicismo, vida y muerte Se había descubierto el tumor un martes mientras se afeitaba frente al espejo. El bulto era grande y sólido y se encontraba definido en la parte superior de su brazo izquierdo. Como cirujano, no dejó pasar el momento, se palpó con acuciosidad y esa misma tarde se estaba habiendo un ecosonograma que mostraba una lesión a la cual le llegaba sangre y tenía al menos dos o tres tipos de tejidos diferentes. Parecía malo. Sin embargo, no suspendió ninguna de las intervenciones quirúrgicas que tenía agendadas para ese día. Se había creído siempre un estoico y aspiraba a seguirlo siendo, por lo que fue directamente a consultar con su mejor amigo, un oncólogo de gran experiencia y sabiduría de vida que palideció cuando vio las primeras imágenes y palpó la consistencia del bulto. Un poco más allá, el periodista del noticiero de la noche hablaba de la pandemia que estaba azotando gran parte del mundo y una guerra contra civiles por parte de una potencia mundial apenas comenzaba. El doctor sintió que su tumor era una tragedia insignificante al compararlo con su entorno. Entre el acá y el más allá A veces, la vida gusta de ser sarcástica y nos pone sobre la mesa una especie de desafío que pareciera un juego si no es porque es el futuro de nuestra existencia se decide. Entre el acá y el más allá solo basta un suspiro y eso lo sabía el buen doctor Hernán Martínez que tantas vidas había salvado y a tantas personas había visto morir. La cirugía era su gran vocación, asunto que enriquecía con su tendencia a escuchar buena música, tener conversaciones con buenos amigos y cafés mientras observaba la infinitamente hermosa cordillera de Los Andes. Su casa tenía una vista monumental, pues por el frente veía la inmensidad de la ciudad de Santiago y el patio trasero daba con la gigantesca muralla nevada. De esos y otros pequeños placeres vitales estaba llena la vida del doctor, como también del amor que sentía por su esposa. Se van los buenos En ocasiones, el doctor Martínez invitaba a su amigo Antonio, psiquiatra, con quien conversaba de cualquier cosa. Había estudiado la carrera de médico con él y lo consideraba el mejor de su promoción. Alberto se reía de cuantas cosas se asomaban como tema de conversación y siempre una sonrisa a flor de piel estaba en su rostro. Mientras jugaban una partida de ajedrez, se enteró por lo que pasaba su amigo el cirujano y no pudo sino asomar la posibilidad de que tal vez en el más allá los cupos estaban congelados por ahora para el cirujano. Un silencio largo los acompañó ese día. Ninguno de los dos se creía lo que decían. Lo cierto es que faltaba el fundamental examen confirmatorio, que, si daba el peor de los escenarios, se iba a generar un vacío insustituible, asunto que pasa con la gente buena y talentosa que se va al más allá. Amor y resultado exprés La esposa se mostró como si se hubiese preparado toda la vida para enfrentar un escenario como este. Nadie y mucho menos ella, había imaginado siquiera que el hombre que amaba se fuese a enfermar de algo grave a tan temprana edad. Sacó su fortaleza legendaria y como compañera de batallas de su esposo, se disponía a derrotar junto a él a la muerte. En esas estaba pensando cuando el doctor Hernán Martínez salía de hacerse el estudio especializado, que tardó más de una hora, con sus minutos y segundos que se hicieron una eternidad. El resultado les llegó al día siguiente por correo electrónico y ambos pensaron que las noticias malas viajan más rápido que las buenas. No hubo dudas: Era una lesión benigna que con el estudio especializado se disipaba cualquier duda en relación con su origen y definía el pronóstico. Solo había que observarlo sin mucho énfasis. El peligro había pasado y el acecho de la muerte, tan caprichoso y temible, se disipaba a la par de que estaban descorchando una botella de espumante francés mientras la buena música los acompañaba. No morir era una gran alegría y la celebración no podía esperar. Entre lágrimas, la esposa de Hernán Martínez le mostraba su infinito amor, el cual era correspondido, lo cual lo había doblemente elevado. El doctor Martínez se fue de vacaciones con su esposa. No le dijo a nadie a donde iba, pero estamos seguros de que la están pasando bien.
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