El béisbol vence al tiempo |
Escrito por Santiago Quintero |
Miércoles, 09 de Septiembre de 2009 09:03 |
Su espacio es mágico, sus medidas perfectas. Sus colores reflejan la luz que convierten al terreno donde se practica en un auténtico campo de sueños, tallado como el diamante para que en él queden grabadas indeleblemente hazañas y leyendas que se recuerdan con el brillo en los ojos
que identifica al asombro retenido en una página de iris imposible de olvidar como la experiencia onírica que no desaparece del guión de la evocación. Nos referimos al béisbol. Un deporte que multiplica sus vivencias en una expansión fantástica de infinitas posibilidades, donde las reglas no pueden contener a lo inédito de lo nunca visto, a la jugada que no se vio antes, a la sincronía de una pieza de ballet que se hace irrepetible porque impregnada está de la personalidad de su ejecutante que la creó prima e inédita para el episodio singular del lance. Es el deporte que no necesita de tiempo para contarse. Aquel que no admite que el tiempo regule su primacía, condicione sus hechos, hipoteque sus esfuerzos o postergue sus acciones. Sólo cuando la lluvia aparece, el diamante protesta y pide una pausa a los hombres, para que reanuden la liturgia del bate y la pelota cuando cese la precipitación que le quita la sonrisa de la luz al deporte que ha de jugarse cuando ella fluya sin interrupciones. Porque el béisbol es eso. Es aire fresco, es brisa rauda, es luz escribiendo sobre la luz, es la energía que transita del cuerpo a la mente y de ésta al espacio-tiempo para romper el celofán de los momentos silentes. El béisbol es el ajedrez con uniforme. Un ajedrez que juega un manager contra otro, con un menú muy propio de señas codificadas para confundir al extraño y para improvisar lo íntimo. Un ajedrez que juega una afición contra otra, generando un magneto de oportunidades, de vibraciones, de mensajes telúricos que van sacudiendo al terreno de juego, en un desafío de voluntades con olas gigantescas de pasión que van serpenteando las gradas cuando reverbera el horno del deseo colectivo que busca la genialidad de un batazo o el arte supremo de un ponche con las bases llenas o el desborde de lo incontenible cuando un grand slam deja en el terreno al oponente con el tablazo fulminante lleno de municiones circulantes con el sello definitivo al box score. El béisbol es el laboratorio preferido de la Física, donde ella se divierte de los aplausos a sus aplicaciones, de la cantidad de movimiento que el bate transfiere a la pelota cuando la golpea con fuerza, o cuando ésta en su afán de golpear primero, “quema” al bate para acabar con su insolencia muy cerca de las manos del bateador que solo retienen el pequeño y angosto mango que muestra la huella de la fractura, mientras que la masa vuela dando vueltas como avión sin alerones, decretando la muerte del bate que muere con honor, si propicia el “hit” en el momento de su contacto último o sin él, si el esfuerzo final no le sirvió al bateador para embasarse. Es el deporte de las parábolas, de los obuses, de las comparaciones literarias infinitas, de la bola que “aún no ha caído”, del “jonrón que se escuchó en todo el mundo”, de la predicción del Bambino anticipando la dirección de un jonrón, la de Clemente llamando a una rueda de prensa para apostar antes de una serie mundial a que era el mejor ganándola”,la de Dizzy Dean indicando que entre él y su hermano ganarían todos los partidos necesarios para ganar una serie mundial. Y así ocurrió. Porque el Béisbol le da a la grandeza la capacidad para anticiparse cuando se compromete y la segunda oportunidad después de su muerte para que con el milagro de su resurrección se reivindique luego del error. Así transforma el villano en héroe, cambiando un instante de fallo por una eternidad de gloria. El béisbol es único. Único en su formato, único en su mensaje, único en su magia. Es un deporte inteligente. Cuando aparece la gran jugada en el juego, el aficionado sabe que vendrá a esgrimir el bate en el próximo turno el autor de la gran jugada, porque el Béisbol gusta darle a los aficionados el momento para la fanfarria y el aplauso a la grandeza. El béisbol es sabio. El béisbol es filósofo. Piensa, luego existes. “El juego no termina hasta que se termina”, “El que no hace, le hacen”, “Después del error viene la carrera”, “El séptimo es el de la suerte”, “No le pega ni con una tabla”, “La vio como un melón” “La pone como un mingo”. El béisbol es familia, porque al igual que ella, depende de su armonía para alcanzar el éxito y de la seguridad del guante del familiar y la confianza depositada en él para obtener el logro. El béisbol es amor: “No me des un segundo, ni un minuto ni una hora de tu vida, dame un inning y Yo lo haré eterno”.Es el deporte de los números que producen satisfacción al leerlos y que bosquejan mas que en cualquier otro deporte la proeza matemática y su fascinante descripción en guarismos y porcentajes. Es el paraíso del cibermétrico y la maravilla de las probabilidades en pleno ejercicio. El béisbol, es el deporte que trasciende al tiempo. Aquél que al apagar las luces de su stadium enciende las de la imaginación. El béisbol es grande. El béisbol es pleno. Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla |
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