Viviremos y venceremos
Escrito por Juan Carlos Apitz   
Lunes, 10 de Octubre de 2011 07:31

altEl 30 de junio pasado, cuando el moderno Prometeo de Sabaneta nos informó de su tumor cancerigeno, también dijo: "Aquí no habrá muerte, tenemos que vivir y tenemos que vencer, por eso propongo otros lemas: Patria, socialista y victoria, viviremos y venceremos". Ese cambio del lema de la revolución me recuerda a Tsu Hsi.

Tsu Hsi, emperatriz de China, sentía tanto miedo ante la mera idea de la muerte que prohibió a todos sus servidores y médicos pronunciar cualquier palabra que la invocara.

Decir términos como "agonía", "fin", "decadencia, "enfermedad", "dolor", "sufrimiento", entre otras, costaba al osado súbdito que lo pronunciase un terrible castigo. Por supuesto que mencionar en voz alta a la muerte era un medio seguro para cavar la propia tumba. La mayoría de sus empleados temían lo peor al acercársele ya que, según creían, la emperatriz podía leer los pensamientos.

Dos mil años antes de Tsu Hsi, otro emperador llamado T’sin Tse-huan Ti (constructor de la Gran Muralla China) había ordenado quemar todos los libros para que la historia del Universo comenzara con sus hazañas. Así, para T’sin Tsehuan Ti y para Tsu Hsi, la realidad era apenas un brazo de sus voluntades.

La emperatriz, a quien los extranjeros habían humillado muchas veces, tenía más motivos que su antecesor para mostrarse insegura. A ella la atemorizaban desde los peores venenos hasta la posible insalubridad de las comidas. Es así como, tres de sus hijos murieron de hambre, por esquivar alimentos que podían estar envenenados. Los otros dos, ambos letrados, sucumbieron a una melancolía extraña, que los ponía a temblar cada vez que se presentaban ante la emperatriz (su propia madre).

El 16 de noviembre de 1908, en vísperas del septuagésimo tercer cumpleaños, Tsu Hsi fue atacada por una infección intestinal. Espantados, los médicos no se atrevían ni siquiera a examinarla, por temor a que ella pudiera leer en sus ojos la palabra muerte y ordenara ejecutarlos.

Tsu Hsi fue uno de los primeros tiranos del siglo pasado que abrazó el fanatismo de no saber, la primera en aferrarse a esa loca superstición según la cual lo que se oculta no existe.

Con Tsu Hsi prosperó la idea de quien no mira a su víctima tampoco será visto. De esta manera, la ceguera sería por la invisibilidad. Esto mismo es lo que pensaban los comandantes de muchas dictaduras militares tras largo años: cuando argumentaban que la victoria llegaba al borrar la identidad de sus enemigos, al enterrarlos en tumbas sin nombre, trataron de hacerlos desaparecer de la historia. Pero los tiempos de esos crueles verdugos no eran los de Tsu Hsi, y menos aún los del emperador de la Gran Muralla China.

Sin dudas, la información fluye ahora por tantos cauces que ya ninguna historia puede ser escrita solamente por los vencedores. Sin embargo, el fanatismo de no saber impone forzosamente el fanatismo de no decir.

En conclusión, ningún síntoma revela tanto la dependencia y el subdesarrollo como la falta de información. Si a un hombre se le niega el derecho a saber o a elegir lo que quiere saber, se le está negando también el derecho a ser.

Aunque, por fortuna, ya ningún poder tiene los dedos suficientemente grandes como para tapar el sol de una sola vez. ¿Viviremos y venceremos?

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TC/OyN


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