Rómulo Betancourt: a 30 años de su muerte
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Martes, 27 de Septiembre de 2011 15:05

altQuiere el destino que celebremos el 30 aniversario de la muerte del más grande estadista civil de la historia venezolana a pocos días de proceder a las honras fúnebres de quien fuera su secretario privado y posiblemente el político más relevante de la historia de nuestra democracia detrás suyo. Una vez más, la historia pone en manos de la alta dirigencia de Acción Democrática y sus altos líderes la responsabilidad de recordarle al país el sacrificio de grandes vidas en aras de nuestra convivencia pacífica, de nuestro progreso y de nuestra estabilidad que le ha correspondido ofrendar entre los mejores de sus filas. Es pertinente recordar a sus grandes ausentes, a quienes dieron sus vidas sin mezquindad ni veleidades por el engrandecimiento del país que los viera nacer. Fuera en el fragor de la lucha clandestina o desde la dolorosa lejanía del destierro. Por los cauces de nuestra democracia fluye la sangre de esos grandes combatientes. Ha llegado la hora de reivindicarlos.

Rómulo Betancourt, el padre de nuestra democracia – como lo califica con acierto el gran historiador venezolano Germán Carrera Damas - es sin lugar a dudas no sólo el más grande de los políticos venezolanos, sino uno de nuestros arquetipos. Puso su vida en juego por la libertad en la lucha contra la tiranía de Juan Vicente Gómez desde su adolescencia. Lo que le valió la persecución, la cárcel y el destierro cuando recién se asomaba a su adultez. Lo que no le impidió demostrar desde entonces su genialidad, su insólito talento, su visión histórica de un país que conoció hasta en sus más íntimos detalles. De él puede señalarse sin jactancia, que no perdió una hora de su vida en tareas menores que lo distrajeran de su único propósito vital: derrotar el autoritarismo militarista, construir la civilidad y alcanzar una forma de vida democrática que permitiera el progreso y la prosperidad de su patria. En todos esos sentidos, Betancourt ejerció un auténtico apostolado. Fue un hombre entregado en cuerpo y alma, con una pasión jamás abandonada, a la construcción de la democracia venezolana.

Fue, pues, el complemento civil que vino a terminar de fraguar la obra iniciada por Simón Bolívar, interrumpida por las querellas intestinas, la ambición de caciques y oportunistas, la mediocridad de quienes se enzarzaron antes en estériles y sangrientas discordias que en el engrandecimiento de la Patria. Y como Bolívar, una perfecta simbiosis del hombre de acción y el hombre de ideas. Ni un aventurero ni un iluso: un gran intelectual, culto y preparado, para asumir las grandes tareas que su intelecto y su corazón le dictaban.

A treinta años de su muerte ocurrida en Nueva York un 28 de septiembre de 1981, su legado es la mejor y más preclara guía de acción en estos tiempos de tinieblas. Un faro de lucidez, de claridad, de inteligencia. Debemos saldar nuestra deuda poniéndolo en el sitial que se merece: el de una Venezuela libre, justa, próspera, democrática.


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