Shlomo Ben-Ami entre la historia, la herida y la esperanza
Escrito por Douglas C. Ramírez Vera | @AccHumGremial   
Sábado, 25 de Octubre de 2025 00:00

altLos signos de los tiempos no solo se leen en los caminos de los santos, sino también en los caminos de los hombres.

Desde la política, la historia y la diplomacia, se ha intentado construir la paz en medio del conflicto. Uno de esos hombres es Shlomo Ben-Ami, historiador, diplomático y testigo del proceso de paz entre israelíes y palestinos. Su obra, escrita en dos momentos clave —Israel entre la guerra y la paz (1999)[2] y Profetas sin Honor (2022)[3]—, revela una evolución profunda: del optimismo institucional al desencanto ético. Este artículo es una lectura de esa transformación, a la luz de los acontecimientos recientes: el ataque de Hamás en octubre de 2023 y el acuerdo de paz de 2025 auspiciado por Donald Trump.

I. El historiador diplomático: entre la guerra y la paz

Ben-Ami publicó en 1999 Israel entre la guerra y la paz, es una obra que reconstruye el conflicto árabe-israelí desde sus raíces históricas. El tono es académico, estructurado. El autor narra las guerras de 1948, 1967 y 1973, el papel de Estados Unidos, los acuerdos con Egipto y Jordania, y el surgimiento del proceso de Oslo como una esperanza negociada. Aunque reconoce las asimetrías entre Israel y Palestina, aún sostiene que la diplomacia puede ser el camino.

La paz, en este primer libro, es concebida como un pacto entre Estados, una arquitectura institucional que, si bien imperfecta, puede sostenerse sobre la base del reconocimiento mutuo. El autor, entonces ministro de Relaciones Exteriores de Israel, escribe desde la convicción de que el liderazgo político puede —y debe— construir puentes.

“La paz es posible si se reconoce la legitimidad del otro y se construyen instituciones compartidas.”

Esta frase, que podría haber sido pronunciada en cualquier foro internacional, resume el espíritu de la obra: una fe en la razón política, en la capacidad humana de superar el conflicto mediante acuerdos, tratados y compromisos.

II. El testigo ético: profetas sin honor

Veinticuatro años después, Ben-Ami publica Profetas sin Honor, y el tono cambia radicalmente. Ya no escribe como ministro, sino como testigo. Ya no narra la historia desde la diplomacia, sino desde la herida. El libro es una reflexión sobre el fracaso del proceso de paz, especialmente la cumbre de Camp David en el año 2000. Oslo, que antes era una esperanza, ahora aparece como una arquitectura fallida, una ilusión diplomática que perpetuó la ocupación bajo el disfraz de negociación.

Cada capítulo es una confesión. El autor reconoce que las negociaciones estaban condenadas desde el inicio por la falta de simetría entre las partes. Israel, como potencia ocupante; Palestina, como entidad fragmentada. Camp David no fue una oportunidad perdida, sino un teatro de lo imposible. Las narrativas históricas —el Holocausto, la Nakba, la tierra prometida— impidieron un terreno común. La violencia posterior, lejos de ser una ruptura, fue la consecuencia lógica de un proceso mal concebido.

“La solución de dos Estados se desvanece en el mapa, mientras la desigualdad se consolida en la realidad.”

Esta frase, que podría ser el epílogo del libro, revela el desencanto profundo del autor. Ya no hay fe en la diplomacia como herramienta suficiente. La paz, si ha de existir, debe ser ética, no solo institucional. Debe reconciliar memorias, no solo fronteras. Debe reconocer al otro, no solo negociar con él.

III. El giro trágico: Hamás y el 7 de octubre de 2023

El ataque de Hamás en octubre de 2023 marca un punto de inflexión. Fue el más letal desde 1948. Miles de muertos, secuestros, destrucción. La respuesta israelí fue inmediata y devastadora. La región entró en una espiral de violencia que desbordó todos los marcos diplomáticos. La Autoridad Palestina colapsó. El liderazgo político se fragmentó. La comunidad internacional, una vez más, reaccionó tarde y con ambigüedad.

Este evento confirma la tesis de Profetas sin Honor: el conflicto no se resuelve con acuerdos técnicos, sino con reconocimiento ético. La violencia no es una anomalía, sino el síntoma de una herida no sanada. La paz, si ha de existir, debe partir de una reconciliación profunda, no de una imposición externa.

IV. El acuerdo de 2025: ¿restitución o repetición?

El 10 de octubre de 2025, bajo el auspicio de Donald Trump, se firma en Bahréin un nuevo acuerdo de paz. Se celebra como un logro diplomático. Se propone una autonomía palestina limitada, reconocimiento mutuo condicionado, garantías regionales. Algunos lo llaman “Oslo 2.0”. Otros, “la última oportunidad”.

Pero el acuerdo reproduce muchas de las ambigüedades del pasado. No resuelve el estatus de Jerusalén. No garantiza el retorno de los refugiados. No desmantela los asentamientos. No transforma las narrativas. Es, en muchos sentidos, una repetición.

Si Ben-Ami escribiera hoy, probablemente advertiría:

“Sin una ética del reconocimiento, todo acuerdo es una tregua disfrazada.”

La paz, para ser verdadera, debe ser justa. Y la justicia no se negocia, se reconoce.

V. Citas para la reflexión: los epígrafes del desencanto

Cada capítulo de Profetas sin Honor ofrece una frase que puede servir como epígrafe, como base para una reflexión:

  • “Oslo fue una arquitectura de ambigüedad que institucionalizó la ocupación bajo el disfraz de negociación.”

  • “La cumbre no fracasó por falta de propuestas, sino por falta de reconocimiento mutuo.”

  • “Sin reconciliación de memorias, no hay terreno común para la paz.”

  • “La violencia no fue una ruptura del proceso, sino su consecuencia lógica.”

  • “La solución de dos Estados se desvanece en el mapa, mientras la desigualdad se consolida en la realidad.”

  • “Los líderes que intentaron la paz fueron marginados por sus propios pueblos, víctimas de su visión.”

Estas frases no son solo diagnósticos. Son signos de los tiempos. Son advertencias. Son llamados a despertar.

VI. ¿Profetas con honor?

La evolución de Ben-Ami es también la evolución del pensamiento político israelí. De la narrativa heroica a la conciencia trágica. De la diplomacia como técnica a la paz como ética. Su obra invita a repensar el proceso de paz no como un pacto entre Estados, sino como una reconciliación entre memorias, heridas y futuros posibles.

El desafío no es técnico, sino filosófico. ¿Puede haber paz sin justicia? ¿Puede haber liderazgo sin honor? ¿Puede haber reconciliación sin verdad?

En el camino de los santos, la fe es vínculo, fundamento y motor. En el camino de los profetas, la paz es memoria, justicia y reconocimiento. Ambos caminos se cruzan en una misma pregunta: ¿encontrará fe —y paz— el Hijo del Hombre cuando venga?

VII. Ciudadanía reconciliadora: el rostro político de la paz

En los territorios heridos por el conflicto, la pregunta por la paz no se resuelve en tratados ni en mapas, sino en el reconocimiento mutuo. Gaza, como símbolo de fractura, plantea hoy un dilema que trasciende la geopolítica: ¿cómo integrar poblaciones diversas sin repetir la lógica de dominación? ¿Cómo construir ciudadanía sin borrar memoria? ¿Cómo reconciliar sin imponer?

En los caminos de los pueblos, la paz no se decreta: se encarna. Y si el conflicto israelí-palestino ha sido durante décadas una herida abierta, Gaza representa hoy no solo un enclave geográfico, sino una interpelación ética. ¿Qué hacer con los cuerpos, las memorias, las narrativas que no caben en los mapas? ¿Qué arquitectura política puede sostener la dignidad sin repetir la dominación?

La respuesta no está en los tratados ni en los rascacielos dorados. Está en la ciudadanía. Pero no en la ciudadanía como pasaporte, sino como reconocimiento. No como pertenencia impuesta, sino como vínculo elegido. Una ciudadanía reconciliadora, capaz de integrar sin borrar, de reparar sin humillar, de convivir sin uniformar.

Modelos hay: el Estado binacional con representación paritaria, la autonomía territorial con garantías locales, la confederación con doble ciudadanía. Todos ofrecen caminos, pero ninguno es suficiente sin una ética del reconocimiento. Porque la paz no es solo seguridad: es justicia. No es solo silencio de armas: es palabra compartida.

Analicemos tres modelos posibles dentro del marco de experiencias constitucionales. Aplicables a contextos postconflicto —Estado binacional, autonomía territorial y confederación con doble ciudadanía— y se propone el concepto de “ciudadanía reconciliadora” como horizonte ético para el futuro, los cuales se presentan de modo sintético en el siguiente cuadro.

Marco comparativo: tres modelos de integración

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La ciudadanía reconciliadora es el rostro político de la paz. Es el signo de los tiempos en el camino de los pueblos. Y como toda verdadera paz, comienza en el corazón, se expresa en la ley y se sostiene en la verdad.

La ciudadanía reconciliadora no es una fórmula legal, sino una ética constitucional. Implica por lo tanto en:

  • Reconocimiento del otro como sujeto político, no como excepción administrativa.

  • Memoria compartida, que no borra el pasado, sino que lo integra en el presente.

  • Derechos iguales, no solo en papel, sino en la práctica cotidiana.

  • Narrativa plural, que permita a cada grupo verse reflejado en el proyecto común.

No se trata de imponer una identidad única, sino de construir una convivencia justa. Como diría Arendt, “la ciudadanía no es pertenencia, es acción”. Y como diría Ben-Ami, “sin reconocimiento mutuo, no hay paz duradera”.

Gaza como laboratorio ético

Gaza no puede ser reducida a un enclave administrativo ni a un resort turístico. Es un territorio con memoria, con dolor, con dignidad. Integrar Gaza en un modelo de ciudadanía reconciliadora implica:

  • Garantizar derechos civiles plenos a sus habitantes.

  • Reconocer su identidad histórica y cultural.

  • Construir instituciones compartidas que no reproduzcan la ocupación.

  • Promover una narrativa de reparación, no de olvido.

Esto no excluye la seguridad, pero la redefine: seguridad no como control, sino como confianza mutua.

Hacia una arquitectura constitucional del reconocimiento

Se puede proponer que cualquier acuerdo futuro —sea binacional, autónomo o confederado— se funde en los siguientes principios:

  • Ciudadanía universal con garantías locales: todos los habitantes deben tener derechos plenos, pero con reconocimiento de sus comunidades.

  • Memoria institucionalizada: los traumas del pasado deben ser parte del currículo, del arte, de la arquitectura pública.

  • Narrativa plural en medios y educación: no puede haber paz si la historia oficial excluye al otro.

  • Representación compartida: los órganos legislativos deben reflejar la diversidad, no solo la mayoría.

  • Justicia restaurativa: más allá de los tribunales, debe haber espacios de escucha, reparación y reconciliación.

 Conclusión: el futuro no se negocia, se reconoce

La paz no es un tratado, es una forma de mirar al otro. La ciudadanía reconciliadora es el puente entre la memoria y el futuro. Gaza, Israel, Palestina —como tantos otros territorios heridos— necesitan más que acuerdos: necesitan reconocimiento.

Como en el camino de los santos, la paz comienza en el corazón. Como en el camino de los profetas, la paz exige verdad. Y como en el camino de los pueblos, la paz se construye con justicia.

[2] Ben-Ami, Shlomo. (1999). Israel entre la Guerra y la Paz. Ediciones B. (https://qrcd.org/9Knb).

[3] Ben-Ami, Shlomo. (2023). Profetas sin honor: La lucha por la paz en Palestina y el fin de la solución de dos estados. RBA Libros. (https://qrcd.org/9Knh).

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