El lado oscuro de la fuerza
Escrito por Douglas C. Ramírez Vera   
Jueves, 13 de Febrero de 2025 00:00

altLa Luz no se va, es que a veces llega. Es una respuesta jocosa que sale del ingenio del venezolano

frente al problema del servicio (o ausencia) de electricidad.

Imaginen por un momento un mundo sin electricidad. Desde la comodidad de nuestras casas hasta el progreso de un país entero, la electricidad es como el pulso que mantiene todo en movimiento.

Pensemos en hospitales, escuelas, sistemas de transporte y comunicaciones. Todos ellos dependen de la electricidad para funcionar. Sin ella, todo se detendría. La electricidad impulsa nuestras fábricas, oficinas y negocios. Sin un suministro confiable, la producción se paraliza, y las pérdidas económicas se acumulan. Desde mantener las luces encendidas en las aulas hasta asegurar que los hospitales tengan energía para operar equipos médicos, la electricidad es vital para la educación y la salud. La electricidad es el motor de la innovación. Sin ella, la tecnología no avanzaría y la investigación científica se estancaría.

La electricidad nos permite disfrutar de cosas tan básicas como la iluminación, la calefacción y la refrigeración. Mejora nuestro bienestar y nos conecta con el mundo. En áreas rurales, llevar electricidad puede transformar comunidades. Mejora la productividad agrícola, facilita la creación de pequeñas empresas y abre puertas a la educación y la salud. La electricidad es esencial para casi todos los aspectos de nuestra vida diaria y el desarrollo de la sociedad.

En la década de 1990, Venezuela era un ejemplo en América Latina. Su sistema eléctrico no solo era funcional, sino también envidiable. Grandes centrales hidroeléctricas, como la represa de Guri, eran símbolos de progreso y modernidad. La electricidad llegaba a casi todos los rincones del país, y los venezolanos disfrutaban de un servicio estable y eficiente. Sin embargo, tres décadas después, la realidad es diametralmente opuesta. Hoy, el sistema eléctrico venezolano es uno de los más deficientes de la región, marcado por apagones recurrentes, fallas generalizadas y una sensación de abandono que afecta a millones de personas. ¿Cómo se llegó a este punto? La respuesta es un entramado de factores económicos, políticos y técnicos que, combinados, han llevado al sistema eléctrico a su estado actual.

Uno de los pilares del éxito eléctrico de Venezuela en el pasado fue la inversión en infraestructura. Durante las décadas de 1960 a 1990, el país construyó grandes obras como el Complejo Hidroeléctrico Simón Bolívar, que llegó a ser una de las centrales más grandes del mundo. Sin embargo, con el paso del tiempo, la inversión en mantenimiento y modernización se fue reduciendo. Las plantas envejecieron, las redes de transmisión se deterioraron y el sistema comenzó a mostrar grietas. La falta de mantenimiento preventivo y correctivo se convirtió en un problema crónico, y las fallas técnicas empezaron a ser cada vez más frecuentes.

En la década de 1990, Venezuela contaba con un sistema eléctrico mixto, donde coexistían empresas públicas y privadas. Este modelo permitía cierta competencia, eficiencia y una distribución más equilibrada de responsabilidades. Sin embargo, en 2007, el gobierno del entonces presidente Hugo Chávez decidió nacionalizar el sector eléctrico, creando la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec), que absorbió todas las empresas regionales y privadas.

Antes de la estatización del sector eléctrico, las empresas privadas y regionales operaban con criterios de rentabilidad y eficiencia. Con la nacionalización, el sistema se burocratizó y perdió agilidad. Las decisiones técnicas pasaron a ser influenciadas por intereses políticos, lo que afectó la planificación y ejecución de proyectos.

Las empresas privadas solían reinvertir parte de sus ganancias en mantenimiento y modernización. Con la estatización, el Estado asumió todas las responsabilidades financieras, pero no siempre destinó los recursos necesarios para mantener el sistema.

La creación de Corpoelec centralizó la gestión del sistema eléctrico, eliminando la autonomía de las empresas regionales. Esto generó ineficiencias, ya que las decisiones se tomaban desde Caracas, sin considerar las particularidades de cada región.

Con la estatización, muchos puestos clave fueron ocupados por personas afines al gobierno, en lugar de técnicos y profesionales calificados. Esto afectó la calidad de la gestión y la toma de decisiones.

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La estatización eliminó los mecanismos de competencia y eficiencia que existían en el sistema mixto, y la falta de inversión y gestión técnica adecuada aceleró el deterioro.

También Venezuela ha experimentado una de las migraciones más grandes de la historia reciente en América Latina. Según estimaciones, más de 7 millones de venezolanos han dejado el país en la última década, y alrededor del 50% de ellos son profesionales, técnicos y personal calificado. Esta fuga de talento ha tenido un impacto devastador en todos los sectores, pero especialmente en el eléctrico.

¿Por qué migraron los profesionales? Hay múltiples factore que impulsaron la migración de los venezolanos. La primera son los bajos salarios y la hiperinflación que hicieron insostenible la vida para muchos profesionales, quienes buscaron mejores oportunidades en el exterior. La crisis económica del modelo socialista produjo una falta de oportunidades ya que, con el colapso de la industria y los servicios, muchos ingenieros y técnicos no encontraron empleo en su área de experticias. Adicionalmente la inestabilidad política y social, por un lado y la falta de garantías para el ejercicio profesional también impulsó la migración.

La estatización del sistema eléctrico y la migración masiva de profesionales no son hechos aislados, sino parte de un conjunto de factores que han llevado al colapso del servicio eléctrico en Venezuela. La estatización eliminó los mecanismos de eficiencia y competencia que existían en el sistema mixto, mientras que la migración de profesionales dejó al país sin el talento necesario para mantener y modernizar la infraestructura.

La crisis económica que comenzó a agudizarse en la década de 2010 también jugó un papel crucial en el declive del sistema eléctrico. Con una economía en caída libre, el Estado venezolano perdió la capacidad de financiar proyectos de infraestructura. Además, la corrupción y la mala gestión desviaron recursos que deberían haber sido destinados al sector eléctrico. Mientras tanto, la dependencia excesiva de la energía hidroeléctrica, que representa alrededor del 60-70% de la generación eléctrica del país, se convirtió en un arma de doble filo. Durante períodos de sequía, como los causados por el fenómeno de El Niño, los niveles de agua en los embalses disminuyeron, limitando la capacidad de generación y dejando al país al borde del colapso energético.

Otro factor clave fue la falta de diversificación de la matriz energética. A pesar de contar con recursos naturales como gas y petróleo, Venezuela no desarrolló suficientemente otras fuentes de energía, como la termoeléctrica, solar o eólica. Las plantas termoeléctricas existentes, que podrían haber compensado la falta de generación hidroeléctrica, sufrieron por falta de mantenimiento, falta de combustible y obsolescencia tecnológica. Esto dejó al país en una situación de vulnerabilidad extrema, dependiendo casi exclusivamente de un recurso que, aunque abundante, no es infalible.

La gestión del sector eléctrico también ha sido un punto crítico. La nacionalización de las empresas eléctricas (concentradas en Corpoelec) en 2007 llevó a una centralización de la gestión, lo que resultó en ineficiencias y falta de planificación. La politización del sector y la falta de técnicos calificados en puestos clave agravaron los problemas. Muchos ingenieros y especialistas emigraron, dejando al sistema eléctrico sin el talento necesario para su operación y mantenimiento. Además, el subsidio a la electricidad, que hace que sea extremadamente barata para los usuarios, fomentó el desperdicio y el uso ineficiente de la energía, aumentando la presión sobre un sistema ya debilitado.

Las consecuencias de este colapso son palpables en la vida cotidiana de los venezolanos. Los apagones frecuentes afectan hogares, hospitales, empresas y servicios básicos. La falta de electricidad ha tenido un impacto devastador en la economía, especialmente en sectores como la industria y el comercio. Para muchos, la oscuridad se ha convertido en una metáfora del declive generalizado del país.

Aunque las sanciones internacionales han complicado la importación de repuestos y tecnología necesarios para el sector eléctrico, no son la causa principal del problema.

El colapso del sistema eléctrico es, en gran medida, el resultado de décadas de mala gestión, falta de inversión y corrupción. Además del manejo con criterio ideológico y no técnico  de un sector clave para el país agravo el problema.

Para recuperar el sistema, Venezuela necesitaría una inversión masiva en infraestructura, una mejor gestión técnica, diversificación de la matriz energética y una política de mantenimiento constante. Sin embargo, en el contexto actual de crisis económica y política, es difícil que estos cambios se materialicen a corto plazo.

La historia del sistema eléctrico venezolano es una muestra más de cómo la negligencia, la falta de planificación, la estatización de las empresas eléctricas y la mala gestión pueden llevar al colapso de lo que alguna vez fue un orgullo nacional. De la abundancia a la oscuridad, el caso de Venezuela es un recordatorio de que el progreso no es irreversible, y que, sin cuidado y visión a largo plazo, incluso los sistemas más sólidos pueden derrumbarse.

Sin una solución integral que aborde estos problemas de fondo, será difícil recuperar un sistema eléctrico que alguna vez fue motivo de orgullo nacional. La reconstrucción no solo requerirá inversión en infraestructura, sino también la repatriación de talento, la despolitización del sector y un modelo de gestión que combine lo mejor del sector público y privado.


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