De los árboles que ya no mueren de pie
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 28 de Agosto de 2023 00:00

altNada casual, desde sus orígenes, el presente régimen está marcado por una desgracia natural.

Ocurrió el fatal deslave del estado Vargas al mismo tiempo que el referéndum constitucional de 1999 que siguió su curso, sin que a Chávez Frías le temblara una pestaña. 

El país tiembla en cada temporada de lluvias, porque el Estado no toma las previsiones correspondientes, muy esmerado en la persecución, represión y censura de opositores y disidentes. De las construcciones irregulares jamás se ocupa, como de la debida y oportuna limpieza de quebradas y alcantarillados, evidenciándose casos como el de Las Tejerías y – aún más reciente – el colapso de un edificio en puente Páez, nada más y nada menos, en el centro histórico e ineludible de Caracas, cercano a las sedes principales de los órganos del Poder Público.

Por ello, la ociosa observación del comandante de un componente de la Fuerza Armada en torno al Estado fallido, como si el indispensable ejercicio académico, susceptible de la polémica política, fuese per se un acto macabro de conspiración. Por lo visto, el adjetivo se ha quedado corto por la configuración de un Estado que no sólo falla, aún en las dictaduras tropicales que distan de las de otras latitudes con el cambio harto contrastante de las cuatro estaciones. 

Recientemente, hacia el oeste caraqueño (avenidas Páez y San Martín), se sintió con inusitada fuerza un soberano palo de agua de vientos huracanados.  Y, por supuesto, caracterizada la zona por sus árboles frondosos y numerosos, además de la inundación de aceras y avenidas, se esperaba que cualquier cosa ocurriera.

En la vieja urbanización de El Paraíso, los árboles no mueren de pie. Ha sido importante la tala directa de un buen porcentaje de ellos, e, indirecta, cuando no se toman las previsiones necesarias respecto al levantamiento del pavimento, la poda regular de sus ramales, etc. Por ello, la estrepitosa caída de árboles, afectando a varios inmuebles, así fuere por falta de chequeo y mantenimiento, legitima o  jura legitimar la tala voluntaria de otros muy intactos, pero que estorban para la voracidad comercial del socialismo. 

Consultadas varias de las personas que habitan en las adyacencias de una conocida casa farmaceútica en la Páez, a la medianoche, entre el 15 y 16 de agosto del presente año, fue talado un hermoso jabillo para descontento de un vecindario que sólo pedía hacerle un trabajo de supervisión para evitar desgracias, pero dejando en pie el hermoso y gigantesco paraguas, hogar de toda clases de aves. Al buscar un medicamento, nos percatamos y entristeció mucho el tronco varias veces acuchillado, puesto a un lado de la avenida cual ferrocarril descarrilado. 

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Ahora, recordamos el cadáver de ese hermoso árbol ajusticiado antes que la furia de la naturaleza lo hubiese intentado, seguramente sin éxito. Requerían (y requieren) solamente de mantenimiento, pero las calles del hambre que proyectan otro tipo de hábitat para la ciudad capital, reclaman el mínimo espacio posible.

Paradójica tormenta, pues, por una parte, la inundación de avenidas, calles y aceras, ocurre en lugares en los que prácticamente no hay servicio público de agua.  Valga el recuerdo de las antiguas suplicas porque hubiese lluvias capaces de llenar La Mariposa y otros embalses del país: ni lloviendo tenemos el vital líquido en casa, debidamente procesado.

Y, por otra, no debemos pasar por alto los peligros de una tempestad que agarra la ciudad sin las debidas defensas viales. Un testimonio en las redes, nos permitió vivir la angustia de los tripulantes de un vehículo, en una escena que dejó ver apenas los tornillos de las que fueron aquellas defensas adecuadamente de aluminio (https://vm.tiktok.com/ZMjdbrFcx/): las nuevas generaciones no las imaginan, y pueden apreciarse al comienzo de una cínica película de Román Chalbaud (“La quema de Judas”, 1974), justamente al acceder hacia El Paraíso, por ejemplo.


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