No doremos la píldora
Escrito por Fernando Luis Egaña   
Jueves, 10 de Septiembre de 2009 08:17

altLa lucha contra la destrucción de Venezuela exige realismo, franqueza, compromiso y esperanza. Con falsas expectativas y dorando la píldora no se triunfa, se pierde.
Muchas veces el vértigo de lo inmediato nos impide calibrar la dimensión de la tragedia en la que está sumida la nación venezolana. Es comprensible que así sea, y por ello hay que hacer el esfuerzo de no perder la perspectiva que, en el contexto presente, tiene mucho más de ominosa que de auspiciosa.

Y no me refiero tanto a las posibilidades efectivas de superar la hegemonía mal llamada revolucionaria, lo que sucederá aunque no se pueda saber ni cuándo ni cómo, sino también a las de reconstruir el potencial y el desarrollo de Venezuela, ahora que además de exportar nuestros recursos naturales no-renovables y nuestros recursos financieros, nos empeñamos en exportar nuestros recursos humanos.

Algunos inefables expertos en mercadotecnia política descubren el agua tibia cuando alegan que la mayoría de la población está harta de malas noticias --ese hartazgo suele ser así en cualquier parte del mundo--, y por lo tanto no se les ocurre otra idea que recomendarle a sus clientes que, para lidiar con el régimen imperante y ganarse la voluntad de la gente, deben tratar de confeccionar un discurso positivo y optimista, sin extremos conflictivos ni alarmistas

Una especie de danza Kabuki en la que los voceros mienten para agradar, y la audiencia se deja mentir en busca de tranquilidad mental.

Se trata de un craso error, porque se tiende a subestimar la gravedad de la situación venezolana y se crean unas expectativas con poco asidero en la realidad de los hechos. Es preferible llamar las cosas por su nombre, porque si no lo serio se puede banalizar, la conformidad con el abajamiento se puede ensanchar, y la capacidad de resistencia y lucha política se puede desmejorar.

No son meros riesgos sino realidades que se aprecian en diversas formas y con variable intensidad, y en especial desde la conducción del proyecto de dominación, que por ello continúa su avance en el control hegemónico del país, despreciando olímpicamente a casi todos los esfuerzos que se intentan para contrapesar su avasallamiento.

Por eso la importancia del mensaje. Incluso más que la definida "ruta estratégica", o que la identidad específica de los mensajeros. Se entiende que no deba ser la apología de la catástrofe, porque es imposible vencer sin esperanza. Pero tampoco debe ser un mensaje entallado a unas supuestas conveniencias de laboratorio mercapolítico, más propias de una relativa normalidad democrática que de un proceso de destrucción colectiva, así y buena parte de los venezolanos no lo aprecie de esa manera.

No es cultivando falsas ilusiones ni tratando de complacer a todos los públicos, como Venezuela llegará a tener el destino afirmativo que hoy le niega la "revolución bolivarista".

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