Inquieto descanso navideño
Escrito por Armando Durán   
Lunes, 19 de Diciembre de 2011 08:24

altDurante estos días, Chávez ha hablado sin cesar. Hágase esta misión, hágase tal otra. ¡Cuánta habladera, Dios mío! A todas horas, incansable. Repite que te repite, sin piedad por la paciencia ajena, los mismos cuentos y las mismas promesas de siempre. Y aunque no las menciona por su nombre, ¿para hacer ver que no han existido jamás?, habla de las casas que el Plan Bolívar 2000 iba a construir y no construyó, pero que él ahora sí piensa construir. De los niños de la calle, ¿los recuerdan?, los mismos que él se comprometió un día muy lejano a sacar de la calle o dejaba de llamarse Hugo Chávez. De los mismos ancianos a quienes la mejor Constitución del mundo les garantizó hace 12 años una justicia que no termina de verse por ninguna parte.

Vaya, el mismo bla, bla, bla a lo largo del tiempo perdido. Prometer cada vez hacer lo nunca visto, pero no hacer nada en absoluto.

Porque no sabe hacerlo, o porque muy poco le importa convertir esos sueños de justa redención social en realidad. Viviendas aquí, ancianos allá, niños de la calle en todas partes, damnificados que claman en el desierto bajo las lluvias y los deslaves... Testimonios vivientes de tantas promesas sin cumplir, mientras su mirada de taumaturgo de feria trata de hechizar al mismo público de 2003, todavía dependiente de la generosidad de Chávez pero ahora más bien desesperado. Luego, como siempre, vendrá el silencio y la espera infructuosa hasta la siguiente convocatoria electoral, para reiniciar entonces este camino del más aburrido eterno retorno, en idéntico punto de partida.

Esta vez, sin embargo, en el horizonte de Chávez han aparecido dos amenazas temibles e inesperadas. Una es, por supuesto, el precario estado de su salud. El otro, la brusca caída de su popularidad. Ni el hermetismo ni las mentiras han bastado para encubrir del todo la verdad del cáncer que padece, ni las encuestas de Jesse Chacón y del IVAD son suficientes para disipar las probables consecuencias del peligro que traen las próximas elecciones presidenciales. En definitiva, la crisis es demasiado grande e inocultable. Estamos mal, muy mal, y vamos peor.

Háganse, pues, las mismas misiones aunque con otros nombres, todos mucho más cargado de amor que antes, súbito sentimentalismo telenovelesco quizá producto colateral de la enfermedad, a ver si se produce de nuevo el milagro de multiplicar los panes y los peces y transformar estas dádivas de emergencia en votos. Sólo que a pesar del esfuerzo, uno tiene la impresión de que a Chávez por fin se le ha acabado el fuelle. ¿Será por eso que ha tomado medidas que apuntan a remediar, incluso de manera traumática si es necesario, la alarmante debilidad de su liderazgo? De ellas, la que luce más insignificante es la violencia en la universidad. No obstante, resulta emblemática, suerte de crudo anticipo de lo que podría ocurrir mañana si las cosas le siguen saliendo a Chávez tan pésimamente mal. Este deplorable espectáculo comenzó con Chávez alzándole el brazo a un encapuchado de nombre Kevin Ávila, suspendido durante un año por su demostrada participación en actos de vandalismo dentro de la UCV, y la reacción inmediata del TSJ reivindicando al malandro. Después, Ávila, de nuevo candidato a un cargo de representación estudiantil en la Escuela de Trabajo Social, ante el hecho incuestionable de su aplastante derrota en las urnas, lanza a los encapuchados de siempre contra esas urnas para impedir a sangre y fuego el escrutinio de los votos.

A esta suerte de ensayo general de lo que podría suceder en un futuro posible debemos añadir otras noticias que le sirven de adorno y complemento. La primera fue la legislación que borra de un plumazo la posibilidad de alquilar una vivienda. La segunda, la Ley de Costos y Precios Justos.

Por último, la súbita despenalización de las invasiones de tierras.

En el marco de esta antidemocrática pero intensa ceremonia de la confusión, el implacable puño de hierro de Chávez ha intervenido la cúpula de su partido para arrojar fuera del templo a los mercaderes civiles y sustituirlos por su vieja guardia golpista, Diosdado Cabello, Francisco Ameliach, Francisco Arias Cárdenas y pare usted de contar.

Hoy, al despedirme de mis lectores hasta el próximo lunes 9 de enero y desearles lo mejor de los mejor en un nuevo año que sin duda será decisivo, cuando analizo estas estridentes señales de alarma que muchos prefieren no ver, recuerdo una desconcertante frase de E. M. Cioran: "Siento que soy libre, pero sé que no lo soy". Y me pongo a pensar.

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