La gran batalla por la transición
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Lunes, 19 de Diciembre de 2011 08:13

altLa transición no comienza el 8 de Octubre de 2012. Comienza el 13 de febrero próximo. Es más: ya comenzó en la conciencia democrática del ciudadano.



A Pompeyo Márquez, maestro, compañero, amigo.

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Cierra el año con un promisorio balance. El proceso de primarias se ha venido adelantando sin sobresaltos, con sus puntos a favor y sus puntos en contra. Como no podía ser menos en estos casos, en que al empeño por diseñar el futuro se interponen intereses, ambiciones y proyectos que privilegian unas fórmulas y no otras. Seis precandidatos han tenido la oportunidad de exponer sus mensajes, exhibir sus capacidades y llegar a las amplias mayorías con algunas de sus propuestas. Lo han hecho tanto en el curso de dos rondas de breves, brevísimas exposiciones, como en largas y reposadas entrevistas por los diversos medios de comunicación. En los próximos días se habrá cumplido con la tarea de mayor divulgación gracias al esfuerzo final desplegado por Globovisión. El resultado no puede ser más encomiable.

Seguramente, las capacidades y talentos mostrados por los precandidatos no inclinarán la balanza a favor de unos u otros. Como consta de la larga experiencia en procesos de esta naturaleza, no es la racionalidad la que prima a la hora de las escogencias del elector. Es, en primer lugar, la emoción. Con su atado de inclinaciones y prejuicios. Y en segundo lugar las previsiones de expertos en marketing orientados al resultado final, sin consideración de la calidad del mensaje, la pedagogía del elector, el proceso de racionalización del comportamiento ciudadano. E incluso eventos imprevisibles e imponderables con los que nadie contaba. Como sucediera con la elección de José Rodríguez Zapatero, súbitamente empujado a la victoria por efecto de las consecuencias del atentado del 11M de 2004 en Madrid. De no haber mediado ese impacto tremendamente emocional y el desconcertante comportamiento del gobierno del PP, Zapatero jamás hubiera logrado superar a José María Aznar. Ni muchísimo menos llegar a la presidencia de España.

Independientemente de las tendencias que señalan las encuestas, que para infinita desgracia de nuestra educación ciudadana son jueces y partes de un proceso respecto del que una sana disposición gubernativa debiera mantener estrictamente distante de los altos niveles de manipulación masiva que alcanzan, los llamados debates permitieron airear la verdad tras las máscaras. Que pusieran dramáticamente de manifiesto la irrelevancia de la capacidad intelectual y política de los candidatos respecto del puesto que ocupan en las preferencias del electorado. Lo cierto es que ni la articulación de los mensajes ni la elocuencia en hacerlos del conocimiento masivo, la preparación intelectual y las expectativas en cuanto a las eventuales ejecutorias, correspondieron a las expectativas adelantadas por las encuestas. En los primeros lugares ni están todos los que son ni son todos los que están.

Aún así: una progresión sistemática en la calidad de las comparecencias de los distintos candidatos nos lleva a la sana conclusión de que cualquiera de ellos, respaldados con equipos de gobierno de comprobada calidad gerencial, experiencia y capacidad decisoria sería incomparablemente más eficiente y progresista que el que encabeza el teniente coronel al frente del pobre equipo de (des)gobierno que hoy nos abruma. El saldo, en dicho sentido, no puede ser más halagüeño.

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La matriz impuesta tras un sistemático trabajo de conformación de conciencia por aparatos de asesoría de campañas y marketing, secundados por el trabajo de zapa de comunicadores al servicio de determinados candidatos, logró finalmente su cometido: no fueron la calidad, la experiencia, la densidad intelectual, la preparación y la sabiduría política los atributos impuestos como valores agregados por el elector a la figura ideológicamente afín de sus candidatos: fue la juventud y una cierta o falsa virginidad política respecto del pasado. La edad se convirtió en un hándicap insalvable para las figuras políticas de más realce con que cuenta la sociedad venezolana: ni Antonio Ledezma, ni Eduardo Fernández, Oswaldo Álvarez Paz o César Pérez Vivas consiguieron romper el muro de prejuicios levantados en su contra por los intereses de partidos, empresas y sectores de opinión que terminaron determinando las expectativas de los electores.

El saldo de esta verdadera confabulación de intereses, absolutamente ajena a la experiencia histórica – el país ha vivido traumáticos desastres en manos de políticos jóvenes e inexpertos, como el propio teniente coronel Hugo Chávez – que no se compadece ni siquiera con nuestra propia verdad, podría gravitar de manera decisoria a la hora del verdadero enfrentamiento. Y convertirse en un insalvable escollo a la hora de gobernar a una sociedad sumida en la vorágine de la peor crisis de su historia. Lo cierto e indiscutible es que en situaciones semejantes no ha sido la edad el catalítico del éxito, sino la sensatez, la mesura, el temple o la sangre fría de hombres experimentados y curtidos en el combate político. Una sociedad comienza a enfrentar con seriedad sus problemas cuando asume con seriedad sus liderazgos.

Tampoco parecieran ser las maquinarias de los partidos políticos los que lograrán, como en el ya lejano pasado, inclinar la balanza del elector en uno u otro sentido. Además del debilitamiento indiscutible de que hacen gala, ni sombra de lo que un día no tan lejano fueran, el peso de sus ideologías ha perdido toda relevancia. Son conscientes los altos dirigentes de dichos partidos que sus militancias perdieron hace ya mucho tiempo la disciplina partidista que antaño mostraran. A la hora de la decisión final, se inclinarán también los que aún militan o no pierden sus conexiones orgánicas con los partidos políticos por el candidato que les resulte más atrayente.

Este fenómeno comienza a expresarse en el hecho señalado por algunas encuestas, según el cual el respaldo mayoritario de partidos políticos de determinada tendencia no garantiza el control mayoritario del voto por el candidato en cuestión. Estamos convencidos de que el 12 de Febrero nos deparará muchos resultados inesperados. Y un reacomodo en el escenario de las preferencias electorales y el respeto a cierta dirigencias partidistas.

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A partir del 13 de febrero restarán ocho meses de campaña para llegar a la gran batalla del 7 de octubre de 2012. Un período de transición abierto a toda clase de especulaciones, rumores y expectativas que incluyen incluso la eventual incapacidad física del candidato del régimen, factótum y todopoderoso hombre fuerte de la república Hugo Chávez. Un período que verá desplegarse el mayor esfuerzo de intervencionismo estatal, compra de conciencias,  influencias externas y acontecimientos imprevisibles que puedan ser orquestados por el régimen para asegurarse el control del electorado y la victoria electoral. Un período que sólo los ilusos o desaprensivos pueden considerar normal en un régimen de libertades democráticas. Y que sólo la absoluta carencia de responsabilidad política de los países de la región puede observar con indiferencia.

Frente a esos ocho meses cruciales para la historia del futuro del país y de la región restan en el orden interno dos preocupaciones esenciales para las fuerzas opositoras: la superación del trauma electoral dejado por las primarias en quienes salgan derrotados, por una parte, y la grandeza del vencedor en aceptar la nueva realidad orgánico política, por la otra: encabezar un amplio movimiento de partidos, organizaciones civiles e independientes subordinándose a un gran Frente de Unidad Nacional. Dejará de ser el candidato de un partido para convertirse en el candidato de un amplio, poderoso y profundo movimiento sociopolítico jamás visto en Venezuela. Que, constituido en una gran cruzada, deberá romper los diques con que el régimen pretenderá aprisionarlo y darle cauce a una fuerza expansiva que haga imposible el fraude y el engaño ante la dimensión del deslave que provocará en la realidad social y en la conciencia libertaria y renovadora de la sociedad venezolana.

En el orden externo, ese Frente de Unidad Nacional – que sería una aberración dejar exclusivamente en manos de las dirigencias partidistas sin integrar a las iglesias, las academias, las universidades, las organizaciones de trabajadores y profesionales, artistas, comunicadores, etc. – deberá movilizar la conciencia democrática internacional, desde personalidades hasta partidos, organizaciones de la sociedad civil y organismos internacionales, parlamentos, asociaciones, etc., con el fin de cautelar, vigilar y observar la realización del proceso electoral.

Si en el plano interno ya debieran estar adelantándose los elementos constitutivos de un Frente de Unidad Nacional – poco importa el nombre -, en el plano externo ya debiera estar conformándose un grupo de grandes personalidades, intelectuales, escritores, artistas y ex presidentes amigos de la democracia venezolana encargados de auspiciar la vigilancia internacional de la Gran Batalla.

En ambos frentes de lucha, el interno y el externo, quienes hayan participado de la campaña de primarias, habiendo o no participado en las elecciones del 12F, debieran ocupar un papel preponderante y principal. Sus contactos y relaciones con organismos multilaterales, internacionales partidistas – socialdemócratas, socialcristianas y liberales -, academias, institutos y universidades serían de inmenso e irreemplazable provecho.

La transición no comienza el 8 de Octubre de 2012. Comienza el 13 de febrero próximo. Es más: ya comenzó en la conciencia del ciudadano. Ya está activa en los anhelos y aspiraciones del elector. Asumirla con el sentido de responsabilidad, entrega y  grandeza que nuestra Patria merece es el imperativo categórico de todos y cada uno de los venezolanos.






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