El pavoso 13
Escrito por Charito Rojas | @charitorojas   
Miércoles, 07 de Diciembre de 2011 06:44

altHace 13 años, el nuevo Presidente ofrecía con la mano sobre el corazón a un país ansioso de paz política, que lucharía contra la corrupción, el clientelismo



"La política es la segunda profesión más antigua de la historia. A veces creo que se parece mucho a la primera".

Ronald Reagan (1911 - 2004), actor, cuadragésimo Presidente de los Estados Unidos.

"Busco la paz y la unidad y en mi corazón no hay cabida para ningún sentimiento de odio ni revancha", dijo desde el podio del Ateneo de Caracas el recién electo Presidente de la República de Venezuela, la noche del 6 de enero de 1998. Proclamado a las 8 de la noche como vencedor de la contienda electoral con 56,2% de los votos, el ex teniente coronel fue destacado por toda la prensa internacional como un ex golpista que había cambiado las armas por los votos.

Hace 13 años, el nuevo Presidente ofrecía con la mano sobre el corazón a un país ansioso de paz política, que lucharía contra la corrupción, el clientelismo y el desempleo. La victoria fue atribuida más al desencanto del sistema vigente que a la aceptación de un proyecto político determinado, según analizaban los principales medios del mundo. La esperanza estaba sembrada en tierra profunda. El triunfador ofrecía un discurso tranquilizador y el resto de los contendores se apresuraban a reconocer su derrota y ofrecer su colaboración "para la gobernabilidad".

Donald Ramírez, secretario de Copei, partido que había retirado su apoyo seis días antes de las elecciones a Irene Sáez (quien después de liderar las encuestas sacó poco más de 200.000 votos), reconocía la derrota de su candidato Henrique Salas Römer, quien sacaba el 39,9% de la votación total. Por su parte Lewis Pérez reconocía el triunfo de Chávez 20 minutos después del boletín del órgano electoral. El ex candidato adeco, Alfaro Ucero, dejado de lado también para apoyar a Salas Römer, instaba a asumir responsabilidades.

Esa noche del 6 de diciembre de 1998, en Venezuela soplaban vientos de alivio y esperanza, con un joven Presidente que ofrecía hacer cambios que sanearan el ejercicio de la política y de la administración del Estado. Y "respeto al derrotado". Pese a las voces dentro y fuera del país que alertaban contra el discurso radical del ex militar golpista, éste se puso flux y corbata, y acudió con aires de estadista conciliador a la televisión, a los organismos empresariales, a los foros y debates. En la Bolsa de Valores de Caracas fue recibido para escuchar su teoría del por qué había fuga de capitales ante su eventual victoria. El entonces candidato dijo que había sido malinterpretado en relación a una futura revisión de los contratos de apertura petrolera. Abogó por una privatización "compartida y gradual" de las empresas de Guayana y denunció la falta de autonomía del Banco Central para tomar decisiones en materia monetaria. La frase de ese día fue "El Estado no debe ser interventor".

En otra declaración se puede leer entre líneas su real pensamiento: "No soy violento, al contrario. Aunque mantengo un carácter fuerte, soy sensible. Sucede que la campaña pagada por entes bancarios y grandes grupos económicos contra mi persona, es para hacerme ver como un ser irresponsable, pues ellos desean seguir manejando Venezuela simplemente bajo la opción de sus propios intereses económicos. No estamos contra la libre empresa, las inversiones serán bienvenidas en nuestro gobierno, pero como en todos los países del mundo, habrá unas normas que se tendrán que respetar, lo mismo que sus derechos".

Ofreció un programa para eliminar el déficit fiscal y en consecuencia, la inflación y devaluación de la moneda. Paralelamente, pondría en práctica un plan de desarrollo productivo, donde las inversiones nacionales e internacionales serían el punto central de la recuperación de la autoestima del venezolano, ahora por los suelos, según decía el candidato Chávez. Sus elementales y poco profundas teorías económicas así como el radicalismo político, hacía temer a las mentes más claras la debacle por venir ante la fascinación que ejercía en las masas este encantador de serpientes.

Algunas voces fueron proféticas. La edición del diario español El País del día de las elecciones decía textualmente: "El ex golpista Hugo Chávez Frías, de 44 años, se alzará hoy con la presidencia de Venezuela, un país desolado al que pretende sacar de la pobreza con proyectos económicos propios de los años cuarenta. Con una prédica semejante, ofreciendo orden, redención y progreso, volvió al mando el ex dictador boliviano Hugo Banzer. Alberto Fujimori se consolidó en Perú tras interrumpir el proceso democratizador. Igual que Fujimori, sin tanques de momento, el ex teniente coronel invoca la descomposición de los poderes legislativo y judicial a golpe de referendo. Los analistas venezolanos opinan que la tentación totalitaria es grande en América Latina, y que entre tanta telenovela faltó tiempo para educar al pueblo".

De modo que hubo notorias advertencias, que la mayoría no quiso escuchar. Trece años después, el cuento del buen militar que impone el orden se ha convertido en un thriller de terror en el cual un enfermo Presidente se aferra monstruosamente al mando, sin importarle triturar leyes, derechos, bienes y hasta vidas con tal de permanecer, según él hasta el 2041 en el poder, según nosotros hasta que su cuerpo aguante. Este cuento sí ha cambiado. Trece años después encontramos un país donde los estudiantes alzados irrespetan a las autoridades universitarias; donde decirle hijo de puta a alguien está autorizado por el Tribunal Supremo de Justicia; donde los derechos existen para quienes siguen al régimen mientras los adversarios son masacrados como enemigos.

El abuso del poder que utiliza las armas y el dinero del país para imponer a la fuerza una ideología inconstitucional no tiene ni siquiera la excusa del beneficio de las mayorías. Trece años después, un Gobierno entregado a convertirnos a sangre y fuego al castro comunismo, no se preocupa por el deterioro dramático de la infraestructura nacional, de los puentes a punto de caer, la capa asfáltica horadada, edificios, parques, paisajismo destruidos. Tampoco tienen mayor preocupación por la seguridad, que junto al desempleo son las dos plagas más fuertes que sufren los venezolanos. La carencia total de programas consolidados, el inmediatismo obligado por la oferta electoral, la prioridad de lo político por encima de lo económico, llevan al régimen a aplicar planes de emergencia llamados misiones. En esta Venezuela chavista es un mérito digno de premio el embarazo precoz, porque te van a mantener el muchacho; te pagan por ser un delincuente, ya que los presos ahora tendrán un sueldo mínimo que muchos venezolanos honrados se ganan con el sudor de su frente; las madres paridoras irresponsables también tendrán su premio, por más de 3 muchachos te empiezan a pagar.

La destrucción moral, institucional y estructural del país es más que evidente. Solo quienes están o muy cerca o muy lejos de las arcas públicas siguen manteniendo su apoyo fanático al régimen. Para quienes creen en cábalas, este año número 13 puede ser letal. Un número considerado pavoso, de mala suerte. Yo, que solo creo en Dios, tengo fe en la justicia divina, que enseña que nadie puede hacer daño al prójimo impunemente. Por eso, cada vez que oigo a un energúmeno escupiendo amenazas e insultos contra quienes no pueden defenderse, cada vez que veo llorar a un venezolano junto a su hijo muerto, cada vez que la injusticia y la arbitrariedad actúa sobre ciudadanos desamparados, recuerdo un proverbio árabe que ensalza la paciencia y la justicia: "Me sentaré en la puerta de mi casa hasta ver pasar el cadáver de mi enemigo".

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Twitter: @charitorojas

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