Con destino al paraíso duaqueño
Escrito por Alexander Cambero | X: @alexandercamber   
Martes, 22 de Octubre de 2024 00:00

altEl ferrocarril serpenteaba entre el verdor de un bosque esplendoroso, rieles acostados como una inmensa serpiente

con la cabeza puesta en la Duaca de entonces. El progreso viajaba en aquellas locomotoras con la impronta europea. Como un educado inglés, vestía de riguroso negro, con sus zapatos, firmemente aferrados a los durmientes de hierro. Su apellido Bolívar, entretejía la vieja historia emancipadora, evocada por aquellas locomotoras con la lozanía de la modernidad. La vista del pasajero se perdía en predios de incomparable belleza, rumbos infinitos que entrelazaban leguas de esfuerzo y trabajo colectivo; el ecosistema atiborrado de pájaros de múltiples colores que desandaban por el paraíso bendito. El silbido de la máquina endiosa sus bocanadas nacidas del útero del carbón. A los lejos se abre las cortinas de nuestra ciudad como destino de muchas personas. Las mujeres se presentan en la estación con sus vestidos elegantes. En los bancos aguarda algún amor, que espera la mirada, que no traducen las cartas, Que las mismas sean tan determinantes como las palabras untadas de miel. Se vienen los besos anhelados en las noches de las lámparas de querosén. Los rieles son ardientes brasas que reciben aquel armatoste que se desliza por su firme esqueleto de hierro, la bruma se corta con cuchillo, la proximidad se hace deseo cuando asoma su rostro entre la expectación de mucha gente. Duaca esplendorosa entre rosales que bordeaban toda la estación. El ferrocarril reposaba con su vientre ardiente de carbones encendidos. Con gran prestancia van descendiendo hasta un destino con olores inolvidables.

Duaca abría sus brazos para recibirlos a todos. A la distancia se escuchaban las campanas en la iglesia San Juan Bautista. Hombres en carretillas de madera transportaban sacos de café que al regreso del ferrocarril irían hasta Tucacas para en viaje posterior a Puerto Cabello cruzar el océano para llevar el fruto de nuestra tierra a Estados Unidos y Europa.

Nuestra ciudad era próspera, con gran vocación por la agricultura y el comercio. La noble colonia italiana trajo modernidad. El crecimiento de aquella época descansó en el trabajo de estos seres cargados de amor por este suelo. Fue una integración sin traumas, tampoco bajo la premisa de creerse superiores.

Ese legajo histórico sigue siendo parte esencial de un terruño como muy pocos en Venezuela.


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