La Cosiata (1826) de Pino Iturrieta |
Escrito por Dr. Ángel R. Lombardi G. | X: @lombardiboscan |
Viernes, 06 de Enero de 2023 00:00 |
La Cosiata (1826) es un tema problema como casi todos los hechos históricos del pasado no exento de controversia. En la escuela, en los libros de Historia de Venezuela, es presentado como una traición de Páez a Bolívar y asunto resuelto. Ya que la Cosiata, ocurrida en Valencia, significó la separación de Venezuela de la malograda confederación entre Venezuela, Nueva Granada y Ecuador bajo el nombre de la Gran Colombia (1819-1831). Asunto que el chavismo ha remarcado en su concepción infantil de la historia al considerar a Páez como persona non grata. La Gran Colombia ha sido considerada la más grande idea del Libertador Simón Bolívar, sólo que no fue una idea. La Gran Colombia fue un monumental proyecto geopolítico mal concebido y bajo la premisa de que su destino tendría que ser dirigido por un presidente vitalicio, el mismo Bolívar, sin que existiera una fuerte institucionalidad republicana que la pudiera soportar en el tiempo. Además, el gigantismo espacial, los celos regionalistas y las rivalidades personalistas de los “Libertadores” atentaron contra su viabilidad. A esto hay que agregar la pobreza del nuevo Estado y sus heridas de guerra no cauterizadas. Elías Pino Iturrieta, es hoy uno de los muy pocos historiadores venezolanos con la solvencia de una autoridad intelectual firme. Además, su obra, es un compendio de clarividencia para comprendernos mejor. Sus escaramuzas contra la mitología bolivariana son épicas y el tiempo le reconocerá su pundonor y valentía. Pino Iturrieta, un experto, en historia de las ideas y mentalidades del siglo XIX venezolano, se acercó a la Cosiata para procurar entender lo que pasaba por las cabezas de la elite pensante del momento. Lo primero que nos llama la atención es que los modales republicanos que se quieren estrenar luego del fin de la Monarquía son sólo un reducto mínimo de una elite sobreviviente de la Independencia que en gran parte estuvo exiliada y luego regresó. Los Libertadores como Páez, Arismendi, Bermúdez, Mariño, Urdaneta, Monagas y otros apenas conocieron el alfabeto. Y si se apresuraron a conocerlo fue a través de terceros que les sirvieron como amanuenses solícitos. La primera gran evidencia de la nueva República es su ausencia de republicanos. Pino Iturrieta nos refiere los conflictos entre una civilidad que se quiere mostrar fuerte para justificar tantos sacrificios en el altar de la absurda guerra enfrentado a las espadas y lanzas de los Libertadores que hicieron de la doctrina militar su baluarte. Naturalmente los civiles siempre perdieron ya que La Gran Colombia siempre vivió en una guerra civil entre los partidarios de Bolívar; los partidarios de Santander y los partidarios de Páez. El asunto de la unidad territorial, obviamente, que no iba a terminar bien. Es importante destacar que éste conflicto entre civiles y militares del año 1826 es el mismo conflicto que vivimos hoy en el presente. Haciendo de éste problema no resuelto por más de doscientos años nuestro esencial problema histórico/político: la incapacidad de la sociedad venezolana de vivir plenamente de acuerdo a códigos civiles auténticos, compartidos y aceptados por toda la población; y principalmente, acatado por los militares. Pino Iturrieta, entiende muy bien que al escribir sobre el pasado en realidad se está haciendo historia contemporánea también. Para Pino Iturrieta, los abusos militaristas del pasado son tan dañinos como los abusos militaristas hoy en el presente. Bolívar, Páez y Santander salen raspados. Bolívar, quién pudo en su visita a Venezuela en el año 1827 haber aplacado al díscolo Páez obligándole a mantener respeto por las precarias instituciones aún en pie con base en Bogotá, hace todo lo contrario. Bolívar temió a Páez y prefirió aceptar su insubordinación a la autoridad establecida y calculó mal su movida. Pensó que el enemigo principal era Santander y que al unir fuerzas con Páez finiquitaba el duelo a su favor. Páez, a su vez, jugó fuerte, y desde prácticas ladinas, mantuvo su fortaleza en Venezuela inexpugnable. Su estrategia de esperar el desgaste de la pelea a muerte entre Bolívar y Santander le rindió resultados positivos. La Cosiata en 1826, fue la primera ruptura contra la Gran Colombia más no definitiva. Habrá que esperar hasta diciembre del año 1829 para que la ruptura se oficializara de una forma irreversible, más con el agregado terrible, de producir el extrañamiento del mismo Libertador de su propio país de nacimiento. Dice Madariaga en su biografía, que el Bolívar proscrito, sintió esto como más doloroso que la misma noticia del asesinato de Antonio José de Sucre en Berruecos en el año 1830. Y es que la Gran Colombia no se dinamitó sola: los personalismos irredentos, egoístas y ambiciosos fueron su perdición. Santander, el Vicepresidente, que no aceptó la condición de segundón de Bolívar, y pretendió desplazarle, reafirmó una autoridad siempre débil desde la capital en Bogotá. Para Caracas esto fue toda una afrenta. Y decimos Caracas porque ya en Venezuela sin necesidad de algún decreto escrito, los caraqueños asumieron que la Independencia la ganaron ellos con aliados menores de las otras provincias. Caracas sostuvo que el principal esfuerzo para ganarle la guerra a los realistas españoles la hicieron ellos y no los reinosos o neogranadinos. No obstante, los neogranadinos, también tuvieron motivos para reivindicar sus esfuerzos y sacrificios en el altar de la guerra. La Campaña Admirable de 1813 la inició Bolívar desde Cúcuta junto con un ejército básicamente de neogranadinos. La liberación de la Nueva Granada en Boyacá (1819) provino del asalto de la Cordillera andina con un ejército de venezolanos que se apertrechó desde la lejana Guayana y los llanos del sur venezolanos. Los principales batallones en Carabobo (1821) estuvieron formados por neogranadinos. Y la Batalla Naval del Lago de Maracaibo (1823) estuvo comandada por el Almirante Padilla, neogranadino, y con una tripulación mixta de venezolanos y neogranadinos. Estos datos pueden sorprender a la mayoría de los lectores porque se nos ha hecho creer, desde las vendas de un nacionalismo furibundo, que los logros patrióticos poseen una sangre de nacimiento pura. Pino Iturrieta, no asume las veleidades de lo que pudo ser y no fue la Gran Colombia. Su libro es una invitación festiva para que abramos los ojos en la comprensión de un pasado básicamente secuestrado desde versiones patrióticas miopes. Su conclusión es tajante y clara: la Gran Colombia no se podía sostener en el tiempo porque sus arquitectos fueron incapaces de acordar desde formas institucionales republicanas sólidas y porque los militares que ganaron la guerra no lo hicieron para delegar en los civiles las mieles de la victoria: tenían que cobrar y esto significó el asalto del poder y hacer del mismo el bastión de sus intereses y privilegios particulares.
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