| La economía de la felicidad |
| Escrito por Màrius Carol |
| Martes, 01 de Enero de 2013 16:06 |
En su último libro, el profesor Albert Figueras ("Pura felicidad") plantea una pregunta que mucha gente se hace
y que, a las puertas de un año que se anuncia complicado (uno más), parece oportuna: ¿pero cómo se puede hablar de felicidad con la que está cayendo? La formulación del interrogante parece conllevar la respuesta, pero en realidad es un intento de responder que puede haber vida feliz más allá de las renuncias de la crisis. Pero no es menos cierto que la difícil situación económica por la que muchas personas atraviesan condiciona su autoestima, su realización y sus expectativas. Y, en ocasiones, las pone en situaciones de desesperación, donde el término felicidad parece, más que una paradoja, casi una ofensa.La cultura judeocristiana ha intentado abundar en la concepción de que el dinero, o en su caso el oro, no proporciona la felicidad, e incluso un prestigioso economista de la Universidad del Sur de California, Richard Easterlin, negó que el crecimiento económico mejorara la felicidad humana,dando lugar a la aparición de una corriente: la economía del bienestar. Sin embargo, ha habido estudios que cuestionan sus trabajos. Por ejemplo, Casey Boyd-Swan y Chris Herbest (Universidad Estatal de Arizona) acaban de publicar un estudio sobre la relación entre el bienestar subjetivo y el precio de la gasolina en EE.UU., que demuestra que el aumento del galón de crudo reduce la sensación de felicidad, al producir el llamado efecto de ansiedad financiera, que hace que la gente cambie sus hábitos (se quedan más en casa, recortan sus vacaciones). Figueras aporta la experimentación de Carol Graham, de la Universidad de Maryland y autora del libro Felicidad alrededor del mundo, donde expone que los países ricos son más felices que los pobres, por tanto, parece que la dicha aumenta con los ingresos, al menos hasta cierto punto. Como la conclusión de su estudio le parece arriesgada, matiza que el bienestar subjetivo es sorprendentemente alto en algunos países muy pobres. De ahí que advierta que la interpretación de la felicidad está mediatizada por la propia cultura y por el ansia de acceso a bienes materiales. Dicho de otro modo, un nigeriano responde al estudio no pensando en cómo viven en Francia o EE.UU., sino cómo lo hacen en su propio país y en función de otras valoraciones que no son estrictamente económicas. Sin embargo, incluso entre los propios nigerianos se sienten mejor aquellos que disponen de mayor nivel adquisitivo. El dinero no da la felicidad, pero ayuda a sentar unas bases para conseguirla. Varias investigaciones coinciden en que una vez alcanzado un nivel económico suficiente, este resulta poco relevante. Tampoco es una novedad: hace veinticinco siglos, Aristóteles ya advirtió que la felicidad es de los que se bastan a sí mismos. Y lo descubrió sin hacer encuestas. Fuente: http://www.lavanguardia.com/ |
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