Libreta telefónica
Escrito por Siul Nagarrab   
Domingo, 17 de Febrero de 2019 06:46

altLa telefonía inteligente nos permite ubicar y contactar a muchísimas personas con las que no tenemos relación previa alguna, gracias a las aplicaciones más populares del momento.

Alguien pide en un grupo el número de interés y no tardará quien lo ofrezca para que lo agreguemos automáticamente a nuestra libreta digital, unas veces, por necesidad profesional y hasta política de comunicarnos, y, otras, las más frecuentes, para inundarlo de una mensajería que no apena al maniático remitente.

Ocurre también que, al avistar un número telefónico que nos pueda ser útil más adelante, lo sumamos a nuestra lista. Quizá nunca necesitaremos llamarlo o telegrafiarlo, pero tomamos la precaución de anotarlo.

El resultado es el de una libreta electrónica de centenares o  miles de relacionados que, a diferencia de la vieja libreta manual o del kardex de la oficina, no saben de nosotros, pues, al fin y al cabo, apuntamos a la órbita de las celebridades. Excepto una nota de distinción, el móvil celular confunde a propios y extraños, amigos y enemigos, conocidos y desconocidos, deambulando con una data quizá inútil en un elevado porcentaje, obligando a muchísimas personas a emplear dos números, uno de ellos para la familia y los más cercanos compañeros de faena, tratando de defenderse del asedio.

No es difícil imaginar, por ejemplo, una situación difícil, dura y peligrosa, como la de un secuestro, pues, además de abanicar todas las tarjetas bancarias de la víctima, los delincuentes – más allá de divertirse con los mensajes más díscolos – hurgarán los nombres que puedan pagar el rescate, sorprendidos por la variedad e importancia de la gente registrada. Así, el riesgo será mayor al cerciorarse que el destinatario de la urgida llamada “comercial”, faltando poco, no conoce de vista, trato y comunicación al rehén, importándole un bledo su suerte.

Entonces, la gruesa libreta telefónica se hará ornamental para estas situaciones difíciles y aún las más fáciles, que me permiten recordar una anécdota de finales del bachillerato, pues, partícipe de una campaña electoral, apuntábamos el número telefónico de la más importante dirigencia que lo ofrecía para el caso de una movilización proselitista, alguna emergencia quizá represiva o quién sabe por qué. El candidato ganó a la vuelta de un año y la persona que alguna vez  nos dio la cola, pidió un favor al muchacho que ni idea tenía de las tramas burocráticas: se disgustó, porque – interpretó – le negamos el favor para su padre en aprietos, porque el número presidencial estaba en nuestra libreta que dejamos aquella vez olvidada.

 

 


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