Del delito por Internet
Escrito por Abdón Espinosa Valderrama   
Jueves, 10 de Diciembre de 2009 08:11

altInnegable y ostensible sensación ha ocasionado la pena judicial impuesta a un joven estudiante, perteneciente a una célula formada al amparo de la organización y la simpatía de Facebook, con el compromiso atroz de matar a nadie menos que a uno de los hijos del Jefe del Estado. El pronto y severo castigo, singularmente por el sitio de reclusión, parece haber provocado más ruido que el terrible hecho delictivo por el cual se aplica. Terrible sí, en cuanto manifiesta el propósito de asesinar e incita a otros a confabularse para realizarlo, moviéndolos al odio homicida por una determinada persona.

El hecho invita a examinar si so capa de la globalización de las comunicaciones es admisible desconocer los principios que ha formado y acumulado la humanidad a lo largo de varios siglos.

Empezando por el mandamiento de no matar al prójimo y superando luego la bárbara la Ley del Talión (ojo por ojo) con sanciones civilizadas y graduadas de acuerdo con la naturaleza del delito. Sustituyendo también la noción de castigo puro y simple con procesos de rehabilitación que saquen los espíritus del abismo de las perversidades. Todos estos progresos en materias penales no significan que se disculpen los extravíos de conducta. Dondequiera ello se ha pretendido, ha arrastrado a los pueblos a tremendas desgracias.

La prédica de la violencia en cualquier forma acarrea muerte y destrucción. No es sino recordar la discriminación racial, la dialéctica de las pistolas y el menosprecio por la vida humana con que se iniciaron los movimientos fascistas en Europa o las brutales represiones e incursiones del comunismo soviético. Unas y otras eran, por cierto, tendencias globalizadoras con propensión al uso de la fuerza y a la formación de núcleos extraterritoriales a su servicio. Las democracias, a su lado, aparecían como organismos débiles y pusilánimes, aferrados a las libertades y carentes del ardor salvaje que inclinaba a subyugar y someter a los demás. Fue así como se llegó a la segunda guerra mundial. A su término, las ruinas de ciudades enteras y los montones de cadáveres proclamarían los resultados nefandos de la farsa sangrienta.

Internet ha sido palanca maravillosa y logro de la globalización. Mal se haría, por parte de los Estados y de los ciudadanos, en permitir que se degenere y sirva de vehículo para propiciar el crimen e incitar a perpetrarlo o para caer en procacidades generalizadas del lenguaje. En el caso de marras, se ha observado críticamente que investigadores y jueces procedieron con suma y necesaria diligencia, mientras en uno anterior, el de que fue víctima Daniel Coronell, no se procedió con premura análoga. Omisiones y errores precedentes no justifican la impunidad ante la evidencia de delitos de parecida laya. Ni más faltaba que en Internet se incrustara la asociación para delinquir. Puede creerse por espíritus ligeros simple travesura, pero no cabe olvidar que en el fondo de las incitaciones la criminalidad anida.

Es doloroso que un muchacho universitario haya incurrido en semejante extravío, pero esta proclividad había que pararla en seco, desde hace rato. Eso de celebrar que se anuncie un homicidio, como ocurrió con el sacrificado alcalde de El Roble y se urda su ejecución a la luz pública, no tiene excusa. Razón sobrada asiste a la Corte Suprema de Justicia al juzgar y condenar a sus autores. De la violencia tiene que salir el país, lejos del error de abonarle el terreno asistiendo risueñamente a las amenazas e incitaciones por Internet o disculpando con la globalización las equivocaciones que en otros campos se cometen.

En la misma forma como la libertad de prensa está subordinada a la decencia, responsabilidad y licitud de su ejercicio sin perjuicio de los yerros de buena fe, a las redes de Internet les corresponde moverse dentro de los derechos universalmente reconocidos, más ahora cuando la Justicia traspasa los estrictos límites nacionales.

El Tiempo


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